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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Rajoy se la juega en el equipo

Soledad Gallego-Díaz

Mariano Rajoy se la juega en la elección de su equipo. En pocas ocasiones un presidente del Gobierno recién elegido va a necesitar tanto rodearse de un equipo que, desde el primer minuto, obtenga un reconocimiento general de solidez, al margen de que se compartan o no sus criterios ideológicos. En el área de economía, la importancia es evidente, pero la tiene también en otras muchas elecciones, como el responsable de las relaciones con las comunidades autónomas, cuyo papel y colaboración va a ser fundamental en esta peligrosa etapa, o del ministro de Asuntos Exteriores o del interlocutor privado y directo con los líderes de la Unión Europea.

Los equipos de un político son siempre importantes, pero en este caso aún más, dada la personalidad que ha demostrado hasta ahora el nuevo presidente del Gobierno. Rajoy se ha caracterizado en su dirección del Partido Popular por mantener una actitud que unos pueden calificar de enigmática, pero que para muchos otros ha sido estoicamente pasiva. Si se analiza la trayectoria del presidente del PP, queda patente que Rajoy ha mantenido una política de "dejar hacer" y que, al contrario que José María Aznar, que, en las áreas que le interesaban, actuaba casi como un responsable directo, ha preferido siempre dejar un gran margen de acción a su alrededor.

En otros momentos se ha dejado a los jefes del Gobierno espacio para el error y la corrección. Ahora no hay tiempo

Es cierto que la manera en que se ha dirigido un partido no se traduce necesariamente en una manera de dirigir un Gobierno, pero aun así es lógico pensar que Mariano Rajoy va a dar un gran margen de actuación a los integrantes de su equipo gubernamental. Que va a dejar amplios ámbitos de decisión en manos de los ministros, no solo en áreas menos importantes, sino también en los grandes capítulos de la vida política nacional, reservándose exclusivamente la fijación de unos objetivos.

La experiencia demuestra que esa manera de gobernar no es mejor ni peor que otras, pero que depende sobremanera de la elección del equipo, de su coherencia interna y de su capacidad, no solo técnica, sino política. Seguramente, Rajoy es muy consciente de lo que se juega en sus primeros nombramientos. Desde luego, ha tenido tiempo de sobra para diseñar ese equipo y, lo que todavía es más importante, se supone que no tiene facturas internas que pagar dentro de su partido, deudas que le obliguen a dar satisfacción a un sector o a otro del Partido Popular. El acierto o el error en la formación de ese primer Gobierno será de su absoluta responsabilidad.

El canciller alemán Willy Brandt aconsejó un día al joven Felipe González que, llegada la ocasión, nombrara un buen ministro de Economía y luego le dejara trabajar en paz. Pero no se refería a nombrar a un técnico, sino a un político capacitado. De poco le sirve a España en estos momentos, por ejemplo, un vicepresidente encargado de los asuntos económicos que no sea capaz de mantener un debate en el Parlamento ni de salir airoso de una sesión de preguntas en el Congreso. O un ministro tan relacionado con la banca privada que no transmita la impresión de querer defender los intereses generales del país, se coincida o no con sus opciones concretas.

Sea como sea, Mariano Rajoy, tan acostumbrado hasta ahora a "dejar pasar" y, casi, a mantenerse en un segundo plano, mientras sectores de su partido se peleaban a su alrededor, está obligado a dar inmediatamente impresión de autoridad y capacidad, y de estar dispuesto a nombrar, y a dirigir, un equipo solvente. En otros momentos, quizá, se ha dejado a los presidentes del Gobierno espacio para la equivocación y para la subsiguiente corrección. En esta peculiar etapa de nuestra historia no hay tiempo para eso. Tiene que acertar o que ser capaz de echarse sobre los hombros, directamente y sin vacilación, la tarea de liderar el freno a la crisis y el inicio de la recuperación.

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