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13 / Ramon y las vanguardias

FRANCISCO UMBRALApollinaire se decía descendiente de la aristocracia rusa masacrada por la Revolución e hijo de un Papa "España es una guitarra que recibe telegramas" (Cocteau) / Giménez Caballero, transmutando la greguería en símbolo, la politiza y desbarata / En el Cabaret Voltai re, de Zúrich, Tzará inventa el dadaísmo / Ramón visita el Prado de noche y a oscuras / El smoking blanco de Dalí, hecho con vasos de leche / Freud no entendió nunca a los surrealistas / Marinetti, del futurismo a las condecoraciones del Duce.

Quizá ya se ha dicho en estas memorias de un hijo del siglo (a cierta edad, es como si uno hubiera vivido el siglo entero, repito) que Ramón Gómez de la Serna no coincide por modo mágico con las van" guardias de entreguerras (nacidas antes de la Grand Guerre), sino, más bien, que es el único que ventisquea lo que pasa más allá de los Pirineos, y lo entiende/inventa al mismo tiempo que Breton, Apollinaire, Tristán Tzará, Reverdy, Bontempelli, Pitigrilli, Cocteau, Eluard, Dalí y otros que luego serían sus amigos (1). La greguería más que un invento de Ramón, es una metáfora elevada al cuadrado, que encontramos ya en Reverdy y Cocteau. En cuanto a la pasión por las cosas, antes que por las gentes (o el entendimiento de las gentes como cosas: biografías de Ramón), está en Francis Ponge, que escribe: "El poeta no debe dar nunca una idea, sino una cosa". Difícil ejercicio éste de renunciar a la vanidad y prepotencia del propio pensamiento (todos hemos nacido, según parece, para definir el mundo), para quedarse en la "psicología de las cosas", como definió Azorín el arte de Ramón. En las vanguardias de entreguerras hay que distinguir, exactamente, entre vanguardia y surrealismo: la vanguardia es alegre, optimista, patriótica del siglo XX, y tiene su motor más importante en Guillaumme Apollinaire, que se decía descendiente de la aristocracia rusa masacrada por la Revolución, e hijo de un Papa. El surrealismo es judío, triste, pesimista, y no supone sino una lectura lírica del psicoanálisis. En Ramón no hubo surrealismo o lo hubo, como después en Aleixandre, sólo en la medida en que los surrealistas no eran tales, es decir, en la medida en que no practicaban la escritura automática, utopía literaria de Breton que no va mucho más allá de textos conjuntos como La Sagrada Familia. Ramón está más en las vanguardias que en el surrealismo. Por un fenómeno óptico inverso, hoy nos parece que hacían greguerías los vanguardistas franceses: "España es una guitarra que recibe telegramas" (Cocteau). "Del rojo al verde, todo el amarillo se muere"'(Apollinaire). O aquello otro, tan conocido: "Torre Eiffel, pastora, el rebaño de los puentes bala esta mañana" (2).Ya se ha contado aquí, me parece, que muchos escritores españoles hicieron surrealismo a su manera, y quizá el más insistente y menos afortunado de ellos sea Giménez Caballero. Giménez Caballero no hace greguerías porque quiere hacer símbolos, jugar con significaciones históricas y trascendentes, con lo cual resulta un historiador caótico y un literato en falso. El encanto de la greguería y de todas las vanguardias es quedarse en la emoción de las cosas, en las cosas que llenan nuestro mundo de pequeñas emociones. Ramón tenía muy clara la distinción entre greguería y símbolo. El símbolo es político y beligerante. Ramón no quería hacer nada, ni siquiera de algo tan simbólico como una bandera, algo que recordase el símbolo, sino encontrar la ondulación lírica de las cosas, y así, un ramoniano ilustre y vergonzante puede escribir: "La mañana se llena de luz y de banderas". Evidentemente, se trata de una emoción lírica y no de una emoción patriótica. Esas banderas líricas, aunque muy identificables políticamente, aparecen en algún cuadro de Duffy. En Zúrich, me he preocupado de visitar el Cabaret Voltaire donde Tristán Tzará inventó el dadaísmo. Más que un cabaret es hoy un café burgués para merendar con orquestina. Como decía Ruano, imposible encontrar en toda Europa un café sin orquesta, silencioso, donde poder escribir. La música es el enemigo natural de la literatura. Tzará llegó a París muy dispuesto a devorar a Breton y el surrealismo. Pero no puede decirse que lo consiguiera. En todo caso, de la identificación momentánea de dadaístas y surrealistas nace la idea de hacer una exposición de pintura a oscuras, con acomodadores de linterna. Ramón, un poco antes, había visitado el Museo del Prado de noche, a la luz de un farol de sereno, para darle hachazos de luz a los cuadros y obtener pintura pura -abstracción-, y de aquella visita hay reportaje al respecto. Es nada menos que la primera valoración española de la pintura en sí misma, tan abstracta como la música. Ramón toma de las vanguardias, tanto como las vanguardias toman de Ramón.

Como me parece que ya queda anotado en este folletón, a propósito de la generación del Viaducto, en España hicieron vanguardia literaria Gerardo Diego, Cansinos, Francisco Ayala, Antonio de Obregón y algunos otros. Pero el gran logro español del siglo XX había de ser la pintura, de Dalí a Tàpies (por no caer en el tópico Picasso, que supera tiempos y espacios). Dalí incorpora en seguida al surrealismo su paranoia crítica, sólo que el surrealismo se había apuntado ya a la Revolución de Octubre, por un equívoco histórico, y un día que Dalí se presenta en París con un smoking blanco de vasos de leche, con sus correspondientes argollas, Louis Aragon le reprocha:

-Esa leche podría alimentar a muchos niños del mundo.

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No hubiera alimentado, a más de niño y medio, y sólo por unas horas (el medio niño se habría muerto en seguida), pero aquí comienzan las disensiones entre Dalí y el grupo, según cuenta el propio pintor de Cadaqués. Breton, siempre papal, estigmatiza a Dalí como "Avida Dollars", pero el propio Breton, después de la guerra mundial, tiene que ir a Estados Unidos a dar conferencias sobre el surrealismo, y no se limita a esto, sino que canta las virtudes bélicas de la juventud americana. Es muy crudo cuando la vida dura más que la biografía. Hizo surrealismo Vicente Aleixandre (el otro folletón trataremos del 27), pero Aleixandre sólo es surrealista en la medida en que, los surrealistas no lo son: es decir, que jamás practica la escritura automática, y en su primer libro de poemas en prosa aún se encuentran greguerías: "Las viejas respiran por sus encajes" (3). Digamos, para sintetizar, que las vanguardias no judías (Apollinaire, nórdico; Chirico, latino) son optimistas, mientras que las vanguardias judías (surrealismo) son pesimistas y, por tanto, más profundas. Apollinaire, cuando le destrozan la cabeza en la guerra del 14, tiene que utilizar un aparato ortopédico que le convierte en telegrafista de todas las ondas hertzianas de lo venidero. Breton (y luego Dalí) intentan aproximarse a su padre espiritual, Freud (el surrealismo no es sino una lectura lírica del psicoanálisis), pero Freud les contesta evasivamente y no los entiende:

-No sé exactamente lo que se proponen esos jóvenes. Freud no tenía el prestigio científico y académico que hubiera deseado, porque todo lo suyo era demasiado nuevo para el mundo universitario, de modo que tampoco le interesaba como mucho una adherencia literaria (folklórica) a sus teorías. Ramón va a París, prologa a Apollinaire, da una conferencia sobre el circo subido en un elefante, firma libros y, al final, se queda solo en la noche húmeda y detectivesca del Sena, sin encontrar un taxi. Comprende que la gloria internacional es el gran equívoco concéntrico a todos los equívocos literarios y acaba declarando:

-Las traducciones no dan dinero ni sirven para nada. Sólo sirven para perder definitivamente el ejemplar único que tenía uno de su libro, y que es el que da al traductor.

Esto sigue vigente, y cualquier escritor traducido lo ha comprobado. Y más vigente en los escritores de estilo. El escritor argumental siempre es traducible por el argumento, aunque le/nos destrocen la prosa. Marinetti, en Italia, se inventa una danza bélica, donde la pobre bailarina tiene que imitar algo así como un bombardero. El espectáculo es lamentable, pero Marinetti acabaría su vida condecorado por el Duce. Giménez Caballero vive atormentado por la genialidad de su amigo Ramón, al que filma en Esencia de verbena y, sobre todo, en sus conferencias con el guante de cemento y el monóculo sin cristal. Giménez Caballero cree que la vanguardia es decir cosas, cualquier cosa, y se lanza a unos derrames cerebrales como los de Yo, inspector de alcantarillas. Por otra parte, me parece que ya hemos señalado, aparte calidades literarias, el error de don Ernesto: lo que en Ramón es pura magia de lo cotidiano, "hacer de la prosa otra cosa", como dijera Machado, en Giménez Caballero quiere tener aplicación práctica a las ideas y la política (porque esto era más rentable), con lo que hace de una greguería un símbolo, traicionando la greguería y acuñando símbolos políticos sin ninguna validez (nunca llegó más allá de embajador en Paraguay).

Giménez Caballero quiso casar a Hitler con Pilar Primo de Rivera. Pero Hitler era ciclán: hombre de un solo testículo (el otro, lo había perdido seguramente en la guerra europea). El César Visionario ni siquiera respondió a la propuesta. Su sentido de la ironía era otro: era celta. Las vanguardias pictóricas, por la vía irracionalista, vienen de Freud y llegan al abstracto: más que la pintura que se pinta a sí misma, la mirada que se mira (y se pinta) a sí misma. Por la vía racionalista, las vanguardias nacen en Cézanne. De una manzana de Cézanne (ya hemos hablado de ellas en otra entrega) a una manzana de Braque, sólo media un paso geométrico. Braque y Piccaso meten en el cubismo el periódico del día, pintado o pegado, la cachimba cotidiana, la taza de café y el París que se asoma a la ventana. Quieren eliminar la convención tradicional de las tres dimensiones. El surrealismo es la imaginación todavía romántica, enriquecida por el psicoanálisis (Max Jacob, Max Ernst, Dalí, Delvaux, Magritte, etc.). El cubismo y sus posterioridades, como el constructivismo, Mondrian, Klee, etc., son el racionalismo del siglo. Seguimos volando con un ala de luz y otra de sombra, como más o menos se dijera aquí, sobre Ortega/Lorca. Y ésta quizá sea la característica del siglo: el haber aunado el XVIII racionalista con el XIX intuicionista, Diderot con Víctor Hugo, Voltaire con Hölderlin. Los otros siglos venían a la patacoja. El XX decide volver a tener dos pies, como los siglos antiguos y dorados. (Luego, las sucesivas guerras le proporcionarían muletas.) Las vanguardias pictóricas españolas (Dalí, Juan Gris, Fernández, Tàpies, Clavé, Miró) tienen más triunfo en el mundo que las literarias, sólo porque la pintura es un idioma universal. Pero nada, con el tiempo, se queda tan retaguardia como la vanguardia, y Ramón hace vanguardia de los años 20 hasta que lo enterramos en Madrid, primeros 60. Era una tarde así como marceña. Recuerdo a Agustín Lara y Salvador Jiménez. Hice amistad con la viuda, Luisa Sofovich, y me dijo esa cosa atroz y vengativa que dicen las viudas: "Ahora que ha muerto él, me toca a mí hacer mi obra".

1. El libro póstumo de Ramón, inacabado, que estaba escribiendo cuando murió, es un libro sobre Dalí.

2. Como queda dicho al principio de estas memorias, el Modernismo fue una revolución de la música (poética) y el surrealismo y las vanguardias son una revolución de la imagen.

3. Pasión de la tierra.

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