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El falso dilema de la transición cubana

Rafael Rojas

En los últimos días varias instituciones y personalidades de la cultura insular han reaccionado contra la Plataforma de Españoles para la Democratización de Cuba, impulsada por más de 60 escritores y artistas españoles, críticos del sistema político cubano, desde las más variadas simpatías ideológicas. Las reacciones pueden leerse en La Jiribilla, semanario electrónico del Ministerio de Cultura, uno de los principales aparatos ideológicos del Estado cubano.

Más allá de las acusaciones de "injerencia" y "agresión" contra intelectuales que solo han expresado opiniones sobre lo que sucede en un país de este mundo, de los manidos calificativos -"fascistas", "franquistas", "reaccionarios"...-, o de la reducción de la diversidad ideológica de los firmantes de la Plataforma a "operación de Aznar", esas respuestas aportan algo valioso al debate sobre Cuba: ofrecen una explicación, al menos una, de por qué el Gobierno de Raúl Castro no emprende las reformas que prometió en los primeros meses de su mandato.

El castrismo ataca a los artistas y escritores españoles que firmaron a favor de la democracia en Cuba
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Ahí, deslizada entre contradictorias afirmaciones de que "Cuba ya cambió hace medio siglo", de que "está cambiando todos los días" o de que "cambiará cuando termine el bloqueo", aparece la explicación que el propio Gobierno no ha dado: las reformas no se realizan porque de flexibilizarse mínimamente los derechos civiles y económicos de la ciudadanía -ni siquiera los políticos- el "enemigo" aprovecharía esos espacios para derrocar la Revolución, regresar a la dependencia de Estados Unidos y restaurar el capitalismo.

El enemigo, ese monstruo creado por la ideología oficial, es una hidra de 1.000 cabezas (la oposición interna, la disidencia socialista, los exilios, Miami, Estados Unidos, la Unión Europea, el Grupo PRISA, EL PAÍS, CNN, El Nuevo Herald, Letras Libres, la derecha latinoamericana...) que, milagrosamente, actúa como un actor racional, con una agenda perfectamente diseñada y coordinada. Habría que responder, primero, a la pregunta de quién es el enemigo para luego hacernos una idea aproximada de su perversa misión.

¿Quién es el enemigo? ¿Yoani Sánchez y los jóvenes blogueros que narran críticamente el difícil día a día de los cubanos en la isla? ¿Las Damas de Blanco, que solo piden marchar en silencio luego de asistir a misa y orar por la salud de sus esposos e hijos presos? ¿Oswaldo Payá, Elizardo Sánchez, Vladimiro Roca, Martha Beatriz Roque, Manuel Cuesta Morúa o los demás líderes de la oposición interna, que defienden la transición pacífica, la reconciliación nacional y reportan cada violación a derechos humanos que tiene lugar en la isla?

¿Quién es el enemigo? ¿Car

-los Alberto Montaner o cualquiera de los líderes socialdemócratas, democristianos, socialistas democráticos o liberales del exilio que desde hace décadas promueven un cambio pactado, que no excluya a los propios miembros de la actual clase política cubana? ¿El Gobierno de Barack Obama, que derogó las sanciones de 2004 y reinició el diálogo migratorio con el Gobierno cubano, pero cree que para proceder al levantamiento del embargo comercial es necesario que La Habana emprenda las reformas prometidas? ¿La Unión Europea, que también derogó las sanciones de 2004, pero que permanece dividida sobre la pertinencia o no de replantear la posición común de 1996?

¿Quién es el enemigo? ¿Miami, donde tan solo en los últimos meses, y gracias a las medidas de Obama, han actuado La Charanga Habanera, Los Van Van, el dúo Buena Fe y Carlos Varela y por donde pasan, constantemente, poetas, novelistas, dramaturgos, pintores y actores de la isla? ¿Dónde han impartido conferencias el historiador Eduardo Torres Cuevas, director de la Biblioteca Nacional de Cuba, el politólogo Rafael Hernández, director de la principal revista de ciencias sociales de la isla, y dos premios nacionales de la literatura cubana, Antón Arrufat y Abelardo Estorino? ¿Miami, la ciudad que envía más de 1.000 millones de dólares en remesas a la isla y que respalda, mayoritariamente, la reunificación familiar?

¿Qué desean los "enemigos"? ¿Derrocar la Revolución? Ninguno de esos actores políticos defiende la confrontación o la violencia como método político y ninguno considera que hoy exista algo llamado "revolución". Todos piensan que la Revolución fue un fenómeno histórico que tuvo lugar entre fines de los años cincuenta y principios de los setenta, cuyo legado es tema de debate entre historiadores. Lo que sí piensan esos "enemigos" es que el sistema político que derivó de aquella Revolución -partido único, economía estatal, control de la sociedad civil- es incapaz de representar equitativamente los complejos intereses de la sociedad cubana del siglo XXI.

¿Qué desean los "enemigos"? ¿Anexionar Cuba a Estados Unidos? ¿Crear un Estado dependiente o semisoberano, como el que existió entre 1902 y 1934? Ninguno de los programas políticos de las más conocidas y prestigiosas organizaciones de la oposición o el exilio cubanos propone semejante disparate. Todos esos actores políticos, incluyendo Estados Unidos, la Unión Europea o cualquier líder de América Latina que simpatice con la transición cubana, aspiran a preservar la autodeterminación de la isla.

¿Qué desean los "enemigos"? ¿Restaurar el capitalismo? El capitalismo ya se restauró en Cuba, solo que la única empresa autorizada para explotar el trabajo asalariado, extraer plusvalía y compartir ganancias con sus socios del capital extranjero es el Estado. Los principales ingresos de ese Estado provienen de la economía de mercado global, por lo que el conflicto cubano no es entre quienes quieren preservar el socialismo y quienes quieren regresar al capitalismo, sino entre quienes quieren conservar el actual capitalismo autoritario de Estado y quienes quieren democratizarlo.

Los deseos del "enemigo" no están muy lejos, por lo visto, de los de la mayoría de los ciudadanos de la isla. A juzgar por lo que han expresado en las bases del Partido Comunista, los "revolucionarios" cubanos, aunque voten en las elecciones y desfilen el 1° de Mayo, también quieren poder entrar y salir de su país sin permiso del Gobierno, tener derecho a la pequeña y mediana empresa privada, acceder libremente a la información nacional e internacional y asociarse y expresarse con mayor autonomía.

El Gobierno de Raúl Castro no realiza esas reformas porque quiera proteger al pueblo de sus enemigos, sino porque no quiere ceder un ápice de su viejo y atrofiado poder. El derrocamiento de la Revolución, la pérdida de la soberanía de la isla o la restauración del capitalismo no son amenazas reales. Son ficciones concebidas para postergar, una vez más, el cambio que necesitan todos los cubanos, incluyendo los que forman parte del actual Gobierno. Un cambio cuya necesidad está decidida por la falta de correspondencia entre la plural sociedad de la isla y la diáspora y el diseño totalitario del sistema político cubano.

Rafael Rojas es historiador cubano y exiliado en México. Ha ganado el primer Premio de Ensayo Isabel Polanco con Repúblicas de aire.

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