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Un nuevo orden económico

El sistema neoliberal, responsable de la economía propia de casino en la que hemos vivido a escala mundial, está dando manifiestas señales de agotamiento y de incapacidad, especialmente en Estados Unidos. Basta con leer el discurso sobre el estado de la Unión del presidente Bush para percatarse de ello. La "incertidumbre económica", que tanto preocupa al americano de a pie, apenas merece una referencia de paso en ese discurso. Bush, obviamente, no sabe bien lo que decir ni, sobre todo, lo que hacer. Ahora bien, los economistas y políticos que deambulan por el viejo areópago de Davos, tan arrogantemente monetaristas en el pasado, tampoco lo saben. Hablan de cambios, de transparencia, de ética, de más Estado -¡quién iba a imaginárselo!- a causa del problema social y ambiental, al que ha de prestarse, obviamente, la mayor atención; denuncian asimismo la condición obsoleta de instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, pero no se atreven aún a afirmar que el sistema está podrido y que es indispensable -y urgente- cambiarlo profundamente.

La minicumbre de Londres fue una maniobra mediática sin consecuencias

En cuanto a la Unión Europea, donde la crisis financiera y económica está menos presente -el euro vuelve a ser la moneda de referencia global, con el dólar en caída libre-, es fundamental reconocer que hasta ahora tampoco se ha atrevido nadie a sacar las conclusiones que se derivan del agotamiento del sistema neoliberal. Por falta de coraje político.

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La reciente cumbre promovida por el Reino Unido -con los cuatro "grandes" inicialmente, Brown, Angela Merkel, Sarkozy y Prodi, dimisionario, por cierto; a la que se unió, a última hora, el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, para intentar evitar las críticas contra el "directorio" de los seudograndes- fue un golpe antieuropeo típicamente británico, en el que la señora Merkel se dejó involucrar y que se saldó, como es habitual, con una maniobra mediática retórica, sin ninguna clase de consecuencias prácticas.

Entretanto, la realidad de las cosas no deja de imponerse. Los escándalos financieros; los resultados catastróficos de las subprime, con consecuencias muy negativas a ambos lados del Atlántico; el visible debilitamiento del crecimiento; el desempleo, que va aumentando, y las quiebras de grandes empresas y de bancos, involucrados en maniobras bajo sospecha en paraísos fiscales donde habitualmente se lava el "dinero sucio", son señales ineludibles de que resultaría de gran importancia abrir paso urgentemente a un nuevo orden económico global.

Pero ¿cómo hacerlo cuando el ambiente político en el que se halla la Unión Europea parece impedir cualquier clase de reacción que tenga con el valor y la amplitud de miras que harían falta?

El caso de Citybank, el mayor banco del mundo, es paradigmático de la situación de incertidumbre financiera y moral en la que se vive hoy en Estados Unidos y en Europa. El banco está prácticamente en quiebra. ¿Y quiénes son los que se preparan para salvarlo, invirtiendo en él cuanto capital sea necesario? ¡China, Singapur y los Emiratos Árabes! ¡Hasta qué extremos ha llegado Estados Unidos!

En un año de elecciones presidenciales norteamericanas, los nuevos rumbos políticos, lo queramos o no, pasan por ahí. De momento es difícil hacer previsiones. A Estados Unidos -como en 1932, recién salidos de la crisis de 1929- le haría falta un presidente con la visión y la audacia política de un Roosevelt. ¿Tendrá la suerte de encontrarlo en el joven político negro que tuvo la osadía de votar, en el momento preciso, contra la guerra de Irak, un hombre de intenciones claras y con una manifiesta voluntad de cambio?

Ésa sería la manera de sacar a Occidente de una de sus mayores crisis y de poder sentarse en la mesa de negociaciones con los países emergentes -Rusia, China, Brasil, la India-, así como con Sudáfrica, Japón, Indonesia y Egipto, para poner los cimientos, en el marco de la ONU, de un nuevo orden económico global, que tanta falta nos hace a todos.

Mário Soares es ex presidente y ex primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert.

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