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Entrevista:

María Teresa Fernández de la Vega: "Más que felicidad, en mi vida tengo armonía"

Juan José Millás

Tiene uno con María Teresa Fernández de la Vega la impresión de que ha realizado siempre su trabajo con la solicitud con la que un calígrafo dibujaría el alfabeto. Quizá fue esa forma de hacer, que implica un grado de concentración casi monacal, lo que impulsó a Zapatero a nombrarla vicepresidenta y colocarla al frente de un ministerio, el de la Presidencia, que parece una navaja suiza por la cantidad de los asuntos que despacha. Esta mujer no tiene nada, sin embargo, de monja. Tampoco es simpática, pero cae bien; ni joven, aunque se mueve como una adolescente. Toda ella parece hecha de contrarios, pues resulta a la vez apasionada y fría; nerviosa y tranquila; menuda y grande; frágil y resistente; expresiva y hierática; intuitiva y calculadora..., y así de forma sucesiva. Aunque manda mucho, no tiene uno en su despacho (una rara mezcla de estancia oficial y apartamento de soltera) la impresión de estar tocando poder. Se dirige al interlocutor desde todos los registros señalados alternándolos a tal velocidad que resulta imposible atraparla en uno. Habla con la boca, matiza con la mirada y subraya con las manos. Mide sus palabras, pero no tiene el miedo de la mayoría de los políticos a salirse del guión. Aunque su agenda echa humo, nunca mira el reloj, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo para el visitante. Se arregla para gustarse quizá más que para gustar, como si hiciera también caligrafía con su cuerpo, que tiene, por cierto, algo de signo. Fuimos a verla con la idea de hacer un balance de su vida, pero logró colocarnos un balance de la legislatura, lo que tal vez, para María Teresa Fernández de la Vega, venga a ser lo mismo. Las cuentas, en los dos ámbitos, le cuadran.

"A mi padre le gustaba mucho la política. Decía que era la vida misma"
"Pareja estable... Hijos... Ahí no he sentido frustración ni vacío"
"En Barcelona viví la mejor época de mi vida. Descubrí la libertad"
"La mayor emoción que tuve fue la retirada de las tropas de Irak"
"El gran reto está en forjar una auténtica ciudadanía mundial"

Cuando Zapatero formó el Gobierno del que usted es vicepresidenta, que era también el primer Gobierno paritario de la historia de España, los periodistas pidieron que el presidente posara junto a las ministras. El fotógrafo de EL PAÍS disparó su máquina mientras se colocaban, y salió una foto en la que parece que nadie, ni el propio presidente, sabía muy bien cuál era su sitio en ese nuevo orden, en esa sintaxis recién inaugurada. La recuerdo, es una fotografía en movimiento, estábamos cada una con un pie en un escalón..., una más arriba, otra... Sí, es muy graciosa esa foto.

Me preguntaba si a usted le costó mucho encontrar su lugar como vicepresidenta, teniendo en cuenta que no había precedentes. La verdad es que es una cosa tan fuerte, tan importante, que estás buscando el hueco, el espacio, todo el rato, siempre desde la perspectiva de intentar hacerlo lo mejor posible. Había también un poquito así como de susto, pero yo creo que tampoco pasó mucho tiempo sin que encontrara mi lugar. Creo que lo hemos encontrado entre todos, porque los demás han ayudado a que yo encuentre ese sitio. Lo que más me asustó el primer día, después del Consejo de Ministros, fue mi primera comparecencia como portavoz. He de reconocer que estaba nerviosa, porque ser portavoz era no sólo estar en el Gobierno, sino tener la responsabilidad de contar, en representación de ese Gobierno, lo que habíamos hecho.

El lugar de vicepresidenta implica también que en ausencia del presidente, usted ocupe su lugar. Sí. Recuerdo la primera vez. La primera vez que ocurrió me reuní con todas las mujeres que trabajan aquí, en La Moncloa.

¿Cómo fue? Ya sabes que las cámaras sólo entran en la sala del Consejo de Ministros al principio de la legislatura y al final. También cuando hay cambios en el Gobierno o un acontecimiento, y ese día era un acontecimiento histórico que ocurrió, además, al poco de que empezáramos a gobernar, a los dos meses. Entonces las cámaras entraron y filmaron el hecho de que una mujer presidiese por primera vez en la historia de España un Consejo de Ministros... Yo me emocioné. Todos me hicieron además emocionarme porque al representarlo un poquito era más consciente de que estábamos viviendo una situación única, nueva...

Una situación, viniendo de donde veníamos, rarísima. Rarísima, sí. Por eso, después de la rueda de prensa, me reuní con todas las mujeres de Moncloa.

¿Con todas? Invité a todas, ujieres, administrativas, altos cargos... Nos reunimos en un edificio que hay aquí al lado, porque en mi despacho no cabíamos, y nos tomamos un vinito. Era la forma de...

¿De celebrar la toma del poder? De celebrar un acontecimiento histórico. Fue muy agradable, la gente estaba muy contenta. Además, fue pensado y hecho, de manera totalmente informal.

¿Cuándo empezó todo? ¿Hay en su vida un instante fundacional desde el que se pudiera explicar su trayectoria posterior? Jamás pensé que iba a ser vicepresidenta del Gobierno...

Pero quizá sí hubo un momento en el que se definiera... ¿Mi pasión por la política?

Sí. Empezó muy joven porque he vivido en una familia donde se hablaba mucho de política. Desde pequeña escuché hablar de política en casa. A mi padre, que había sido represaliado por el régimen anterior, le gustaba mucho, decía que la política era la vida misma.

Su padre era inspector de trabajo. Inspector de trabajo, sí, y estuvo fuera de la carrera casi toda su vida, hasta los años sesenta, en que hubo una rehabilitación y volvieron a reingresarlo. Por tanto, la política ha formado parte de mi vida, como algo natural, desde mi infancia.

¿Su madre tenía también esa pasión? No, mi madre soportaba que se hablara todo el tiempo de política. Ella representaba otro mundo.

¿Era ama de casa? Un ama de casa muy vitalista, sí. Lo de la política decía que era...

¿Le daba miedo? De alguna manera sí. Le había afectado a su vida. No le importaba que se hablara un ratito, pero es que a mi padre le apasionaba. El telón de fondo en mi casa, por donde pasaba mucha gente, era siempre la política. Yo empiezo a tomar conciencia de los temas de los que se habla en casa cuando me empiezan a afectar a mí personalmente.

Por ejemplo. Cuando tengo que estudiar y empiezan a aparecer en el mundo exterior las primeras señales de que, bueno, de que no hay libertad, que no hay posibilidades de hacer lo que quieres... Tengo un hermano mayor que estaba también politizado; por tanto, durante el bachillerato yo ya había adquirido cierta conciencia de la desigualdad, de la falta de libertad, de vivir en un país que... Además, había empezado a leer cosas... En mi caso se daba la circunstancia de que la falta de libertad, al ser mujer, era doble. No tenía libertad porque no había libertad y porque era mujer. Ahí despertó la conciencia feminista.

¿Se produce durante la adolescencia algún hecho que ayude al despertar de esa conciencia? El que recuerdo con más rabia, porque me pareció una injusticia, sucede cuando tenía 16 años. Era verano y quería ir a estudiar a Inglaterra o a París, porque mi hermano ya había ido, y me dijeron que no.

¿Porque era usted chica? Porque era chica. Me pareció increíble. Me dije: aquí está pasando algo. Y a partir de ahí vino todo rodado.

¿Tuvo una adolescencia muy combativa? Muy combativa en el ámbito familiar. Había confrontaciones.

Pese a que su padre era socialista. Pero era también muy tradicional, y cuando se trataba de su hija, era menos liberal, ya no le parecían las cosas tan bien. Eso se lo recordaba de mayor, en broma, y se ponía el pobre... No daba crédito. Yo le decía: "¿Tú? Pero si tú me tenías ahí, tú eras más conservador que...".

Precisamente en el ambiente familiar se daban esas primeras injusticias que empujaron a muchas mujeres a rebelarse contra el orden establecido. Me estoy refiriendo a sucesos de la vida diaria. Bueno, el "haz la cama de tu hermano", por ejemplo.

¿Haz la cama de tu hermano? Era tremendo, porque yo me decía: "¿A santo de qué le voy a hacer la cama a mi hermano?". "Es que tu hermano está estudiando", me decían. "¿Y yo qué estoy haciendo?". El caso es que al final hacía la cama porque, si no la hacía yo, la hacía mi madre, que tenía la espalda mal. A estos asuntos domésticos se unió un hecho de orden personal que fue muy importante en mi vida: mi padre tenía dos hermanas gemelas que fueron las dos primeras mujeres que hicieron medicina en España, en la Universidad de Santiago, hacia 1906 o 1907. Una de ellas murió antes de la guerra, y la otra, que ejerció la medicina y la soltería, estaba mucho con nosotros. Siempre estaba estudiando. Para mí era un ejemplo.

¿Un modelo a seguir? Era un modelo de mujer: comprometida, trabajadora, independiente, muy seria, y, oye, hacía lo que le daba la gana... Fue un ejemplo muy importante para mí.

En cualquier caso, sus padres seguramente nunca pensaron que usted sería una mujer tradicional, que se casaría, tendría hijos... No sólo lo pensaron, sino que lo desearon. Y sufrieron mucho cuando se truncó la primera posibilidad, porque, bueno, yo tenía una relación muy larga con un joven, y cuando nos íbamos a casar, una semana antes...

Dio usted la espantada. Rompí, vamos a decirlo suavemente, y aquello fue un disgusto familiar, porque resultaba muy poco comprensible para ellos. Desde la perspectiva familiar, yo he desempeñado un rol que no era el tradicional en una familia que, aun siendo liberal, vivía en un mundo en el que la costumbre era que las mujeres se casasen. Toda la vida rompiendo.

Recuerdo el escándalo que sentimos cuando, al poco de que Zapatero formara gobierno, a alguien se le ocurrió contar los hijos que sumaban entre todos los ministros y los que sumaban entre todas las ministras. La desproporción, que era enorme, evidenciaba que las mujeres, para alcanzar las mismas metas que los hombres, habían tenido que sacrificar muchas cosas de orden personal. Lo recuerdo perfectamente.

¿Usted ha vivido el hecho de no casarse o de no tener hijos como un sacrificio? ¿Tiene la impresión de haber renunciado a una vida personal más plena? No, en absoluto, ni lo vivo así, ni lo siento así, ni ha sido así. Mi vida personal transcurrió paralela a mi vida profesional. Las circunstancias de la vida, por las razones que sea, te llevan a adoptar determinadas decisiones.

¿Siente entonces que ha tenido una vida personal rica? Siento que he tenido una vida personal intensa. Es verdad que en los últimos años he dedicado mucho a la política, pero porque me gustaba, como una opción libre y sin renunciar absolutamente para nada a mi vida personal. La palabra renunciar no me gusta; es elegir, más que renunciar, yo hablaría de elegir.

Elegir... Y yo estoy aquí como resultado de una elección absolutamente libre y, bueno, muy feliz de que la elección me haya colocado además en una situación privilegiada. Pero yo estaba contenta también de ser diputada en el Parlamento, y ahí tenía además muchas posibilidades de conciliar mi vida política con mi vida personal. No ha habido renuncias, ha habido circunstancias... No me he casado, yo qué sé, porque no estaba de casarme, y creo que acerté... He tenido luego otras relaciones, pero...

¿No ha cuajado ninguna como para formar una pareja estable, pensar en hijos...? Estable..., hijos... No se han dado las circunstancias, pero yo no he sentido ahí una frustración ni que se me haya creado un vacío especial, porque el vacío afectivo se produce cuando no hay afecto, y yo, la verdad, no puedo quejarme de los afectos. Me siento completamente privilegiada en cuanto a los afectos. Soy una persona con muy buenos amigos, como una especie de familia reducida, con una relación muy intensa, muy buena. Tengo además un hermano con el que mantengo una relación extraordinaria.

¿Le hace la cama alguna vez? Mi hermano me ayuda en todo lo que necesito. Tenemos una relación que quizá no es habitual. Hablamos todos los días varias veces, está pendiente de mí... y yo de él. Lo que quería decirte es que tengo cubiertos los afectos. He invertido mucho en ellos y he tenido respuesta. A mí me gusta mucho la gente, tengo facilidad para las relaciones y lo paso muy bien con mis amigos. ¿Que podía haber sido de otra forma? Pues no te digo que no, que en un momento determinado puedes pensar... Si hubiera tenido una pareja estable, no sé si estaría aquí o no, pero es que eso no...

No ocurrió. No ocurrió, y eso, el que yo no tenga cargas familiares, me da más facilidades a la hora de aceptar compromisos. Un compromiso de esta naturaleza exige mucha dedicación, y yo, en este caso, no he tenido que sacrificar nada ni a nadie. Es verdad que, desde esa perspectiva, tengo mucha más tranquilidad, mucha más libertad, porque si yo tuviera tres niños pequeñitos, pues oye, o estaría sacrificando a esos tres niños pequeñitos o sufriría de no poder verlos, porque desgraciadamente no resulta fácil para las mujeres conciliar y compatibilizar todas las responsabilidades a las que tenemos que hacer frente. Desde esa perspectiva tengo más libertad para dedicarme a lo que me encanta, al menos durante una temporada, porque el nivel de intensidad que implica la vicepresidencia es transitorio. La política, no. Yo llevo toda mi vida haciendo política y me moriré haciendo política.

Decía usted que su vida pública se desarrolló de forma paralela a su vida personal. ¿En qué consistió su vida personal? La vida corriente de una chica corriente de mi generación: tener relaciones con algunas personas, ir al cine, leer, viajar, hacer deporte, algunos deportes...

¿Le gustaba el deporte? Algunos. No es que sea una gran deportista, ¡eh!, para nada, pero me gusta andar, pasear, me gusta muchísimo nadar, y muchísimo el mar? Ése es el ámbito de la vida personal, ¿no?

Una privacidad donde no hay nada especialmente llamativo. No, nada relevante, lo que encontrarías en cualquier otra persona de mi generación. Hemos compartido aficiones, reuniones con amigos donde lo mismo se hablaba de política que se bailaba. Comíamos, salíamos a cenar, viajábamos juntos... Yo tengo en eso una vida completamente...

Normal. Normal, pero grata en el sentido de...

¿Tranquila? Yo he tenido mucha suerte con los amigos. A veces es suerte y a veces saber elegir. Pero también tener suerte. Yo he tenido suerte en la vida, me he encontrado con unas personas extraordinarias, eso no lo puede decir todo el mundo.

¿Dónde estudió? En un colegio de monjas. Todo el bachillerato, una rabia también, eh.

¿Fue una buena estudiante? Sí, era una buena estudiante, tenía mucho amor propio.

¿Y la rebelión allí? Porque, claro, un colegio de monjas para alguien que tiene un poco de conciencia política? Estar en un colegio de monjas también te...

¿Te curte? Sí. Te revuelve... lo de las monjas era... De todos modos, tampoco tengo un mal recuerdo del colegio, fíjate lo que te digo. Era una niña muy estudiosa, tenía mis amigas en el colegio. No lo recuerdo como algo especialmente conflictivo. Recuerdo más conflictivo mi enfrentamiento a lo familiar, a la vida. El colegio lo tenía más toreao.

Luego estudió derecho en la Complutense de Madrid. Sí, ingresé en la universidad en el curso 67-68, y a partir de ahí la conciencia es total. Me metí en el PC inmediatamente. Años de mucha militancia, de mucho hacer política, de mucho estudiar, de mucha conspiración...

¿Lo compatibilizaba todo? ¿No dio un bajón en los estudios? No, no. Bajé un poco en segundo de carrera porque ya me metí en muchas cosas, las relaciones personales, las tensiones políticas... Pero mantuve en general un buen nivel de estudios.

¿Y al acabar la carrera? Hice oposiciones. Me encerré nueve meses, aprobé y me fui destinada a Barcelona.

¿Le gustó irse fuera? Me encantó. Es que significaba emanciparme. Tenía 23 años.

Creo que en Barcelona fue muy feliz. Viví la mejor época de mi vida.

Cuénteme. Bueno, era a principios del 74. Descubrí lo que era la independencia, la libertad personal, la responsabilidad también de tener un trabajo. Y no tener que rendir cuentas de lo que hacía a nadie. Tenía entonces una relación personal importante, pero bueno, allí fue donde se rompió, porque la libertad fue más poderosa que la idea de quedarme sujeta a una relación que yo veía que me asfixiaba. Entonces allí conocí a una gente maravillosa, me metí en política, todavía en la clandestinidad. Conocí a personas extraordinarias que me enseñaron muchísimo: toda la gente que estaba entonces en Justicia Democrática: José María Mena, Jiménez Villarejo, Enrique Molina, Cesáreo Rodríguez Aguilera...

¿Ninguna chica? Ninguna chica, yo era la única. Trabajábamos por la mañana, y por la tarde nos íbamos a conspirar a un piso de un juez maravilloso que vivía en Barcelona, Pére Raluí, que era juez de Registro Civil. También estaba Juan Alberto Belloch. Luego vino Gerardo Tomas, el que fue presidente de la Audiencia de Barcelona... Toda la gente que estaba entonces en Justicia Democrática y allí conspirábamos.

Conspiraban. Analizábamos, debatíamos, hacíamos propuestas.

¿Qué relación tenía con los movimientos feministas? Mucha, muchísima, con una militancia más irregular, pero trabajando mucho con las mujeres, tanto en la época en la que viví en Barcelona como cuando me vine a Madrid.

¿Cómo recuerda la situación de estos movimientos durante los años de la clandestinidad? Se empezaron a organizar al final de la dictadura. Entonces empezó a haber un movimiento de mujeres muy importante que promovió la reforma del Código Civil del 75, que modificó la situación de las mujeres casadas. Hasta el 75, las mujeres no podíamos tener ni una cuenta corriente. Fueron muy importantes las presiones internacionales, pero bueno, en el 72 el movimiento feminista ya estaba bastante organizado, aunque las compañeras europeas nos llevaban muchísima ventaja. Entonces comienza una discusión teórica muy grande entre el feminismo de la diferencia y el feminismo de la igualdad. El feminismo de la igualdad, más allá de poner el acento en el contenido reivindicativo, sostenía posiciones distintas en cuanto a si la militancia debía hacerse o no dentro de los partidos políticos. Yo siempre consideré que, para romper barreras, la lucha debía llevarse a cabo también desde los partidos políticos, lo que implicaba una doble militancia. La alianza se produce más tarde.

En los partidos de izquierda había también mucho machismo, mucha misoginia. ¿Cómo ha vivido usted esa contradicción? Trabajando, trabajando, trabajando mucho con las mujeres dentro del Partido Socialista.

Pero la cuestión es que usted militaba en un partido progresista en el que sin embargo se reeditaban las discriminaciones que había padecido en ámbitos más conservadores. Es que en la historia el socialismo utópico sí que empieza a preocuparse de la mujer, pero inmediatamente, a continuación, el socialismo se ocupa del hombre universal, y la mujer queda excluida del pacto social, queda relegada a sus funciones tradicionales y tienen que venir luego los movimientos de liberación. El socialismo y el feminismo son movimientos de liberación que tienen su origen en el mismo sitio: en la lucha del individuo para emanciparse del poder absoluto, y, por tanto, su origen es la Ilustración, su origen es la Revolución Francesa y la Revolución Americana, y luego se va consagrando en los constitucionalismos. Pero hay un momento en el que los partidos socialistas son completamente...

¿Machistas? ... Bueno, siguen siéndolo, como todas las instituciones que responden a un modelo.

¿Siguen siéndolo? Es una estructura patriarcal que se hereda hasta hoy. Bien es verdad que los partidos han hecho un esfuerzo muy grande y han ido acompasándose gracias a la lucha interna y al movimiento organizado de las mujeres en el seno de los partidos de izquierda. Eso es lo que ha permitido avanzar hacia la igualdad.

¿Usted recuerda situaciones de decir: caramba, estoy con los míos y resulta que los míos son unos machistas redomados? Muchísimas veces. Es muy complicado. No me tengo que ir muy lejos. Es verdad que hemos mejorado muchísimo, pero una educación tan profunda es muy difícil de cambiar. Son siglos de educación patriarcal, de dominación, siglos en los que se ha hecho de lo masculino un valor preponderante y de lo femenino un valor subordinado. Hay un proceso intelectual, de adaptación, de compromiso social...

¿Usted se ha encontrado en un Consejo de Ministros con alguna actitud incómoda en este sentido? En un Consejo de Ministros no pasa porque, bueno, está todo el mundo muy controlado, y más en un Consejo de Ministros donde la mitad son mujeres, eso ha cambiado. Si no hubiera tantas mujeres, no sé si sería lo mismo. Yo sé, por otras compañeras, que cuando eres menos hay más licencia. Ahora, como somos muchas, nadie se atreve. Más que en un Consejo de Ministros, sí he visto reacciones, no conmigo, porque normalmente no se atreven, que dices: esto ocurre por ser mujer. La forma de mirar y enjuiciar a las ministras no es la forma de mirar y enjuiciar a los ministros; tampoco los comentarios que se hacen en los medios de comunicación, o las críticas.

¿Usted cree que este Gobierno, que se declara feminista, va más allá, es decir, está feminizado en el sentido de haber incorporado determinados valores procedentes del mundo de la mujer? ¿Te refieres a valores que provienen de la cultura privada de las mujeres, que constituyen, entre comillas, "valores femeninos"?

Eso es. Hombre, yo lo que sí creo es que este Gobierno es un Gobierno muy de vanguardia en este tema, porque tiene un compromiso y una actuación muy profundos con la igualdad. El presidente Zapatero no sólo se declara feminista, sino que actúa como tal. Siempre lo digo y pongo mucho énfasis en ello: por su talante, por ser un hombre especialmente inclinado hacia el diálogo, del que hace un instrumento fundamental de comunicación. Es un hombre convencido de que la palabra es lo único que vale para la intermediación, que busca siempre el acuerdo... Desde esa perspectiva, sí se puede decir que quien nos lidera ostenta esos valores. Además cree y confía en las mujeres.

Desde la perspectiva que tenemos ahora en España, ¿no sorprende un poco la existencia de gobiernos claramente machos? Estoy pensando en las fotos que hemos visto este verano de Sarkozy, de Putin... Ahora nos sorprende mucho, sí.

Y ahí está Bush haciendo asimismo una política macho. Estuvieron hasta hace poco también Aznar y Blair... Son gobiernos que transmiten valores muy marcadamente masculinos, de una forma probablemente unidimensional. Será justo o será injusto, pero es verdad que la representación de la imagen que se transmite es ésa. Cuando ves esas fotos de los jefes de Estado todos juntos, todo oscuro, todo negro, todos ahí... Bueno, eso sí impresiona.

Si comparáramos estos cuatro años de gobierno con su vida... Podríamos decir que los cuatro años de esta legislatura han sido también la culminación de una existencia dedicada a la política que además ha tenido éxito. Sí.

Imagino que se siente usted satisfecha de su vida porque además se nota. Estoy contenta. Creo que he sido una persona privilegiada.

¿Es feliz? Bueno, disfruto mucho con todo lo que hago, no me aburro nunca. También hay momentos duros, difíciles, en los que lo paso mal. Por eso, cuando hablamos de felicidad, quizá convendría matizar. Yo, más que felicidad, tengo armonía. He encontrado cierta armonía en mi vida.

¿No tiene grandes desacuerdos consigo misma? No, por eso digo que tengo armonía. Además, hoy no se puede tener un proyecto de felicidad individual.

¿No se puede? A mi juicio, no, no lo concibo si no está dentro del marco de un proyecto colectivo. Yo no puedo prescindir de lo que ocurre a mi alrededor. Trabajo en política para mejorar la vida de la gente.

Le iba a pedir precisamente que señalara cuatro o cinco leyes o acciones de este Gobierno de las que se sienta especialmente satisfecha. Bueno, yo la mayor emoción que tuve, la mayor de todas, fue la primera: la retirada de las tropas de Irak. En ese momento me dije: "Qué Gobierno, qué presidente. Promete y cumple desde el primer día la voluntad de los ciudadanos". No olvidaré esa tarde en mi vida. Luego he tenido muchos momentos de satisfacción al ver las cosas que hacíamos en el ámbito legislativo: la Ley de Violencia de Género, que era muy compleja; o el día que aprobamos la Ley de Igualdad, que es revolucionaria; o la de Dependencia, que va a permitir a muchas personas que no han tenido autonomía ser dueñas de su destino. Me emocioné mucho también el día en el que al salir del Congreso me encontré a todas las asociaciones de sordos, que llevaban siglos esperando que se aprobara la ley por la que se reconoce la lengua de signos. Yo creo que uno de los ejes de un gobierno de izquierdas es el reconocimiento y la ampliación de derechos. Eso forma parte de los nuevos valores de la izquierda.

Precisamente le iba a preguntar en qué consiste, hoy, ser de izquierdas.

En defender valores tan concretos como la solidaridad y la justicia social. Consiste en hacer que los países crezcan económicamente, pero también en hacer partícipes de los beneficios de esa riqueza al mayor número posible de ciudadanos. Consiste en hacer que los derechos humanos, cuyo reconocimiento es ya universal, sean una realidad universal. Consiste en que las oportunidades, al igual que los derechos, sean también universales. Consiste en desterrar la idea de que la injusticia es una cuestión de mala suerte. Los millones de hombres y mujeres que padecen miseria no tienen mala suerte, son víctimas de una situación injusta. Y la justicia es un asunto de hombres y mujeres que creen en la igualdad esencial de todas las personas, que creen que todos tenemos el mismo derecho a ser dueños de nuestra vida, con independencia de la raza, de la religión, del lugar de nacimiento o del sexo.

Dígame entonces cuáles serían los principales retos de esa izquierda. Tienen mucho que ver con el tiempo que vivimos, un tiempo globalizado en el que compartimos riesgos planetarios, pero no soluciones planetarias. El mejor ejemplo de lo que digo es el calentamiento global: afecta a todo el planeta, pero no todo el planeta está dispuesto a abordarlo con los mismos tiempos, ritmos y soluciones. Hoy, a diferencia de otras etapas en la historia de la humanidad, vivimos un tiempo único: el que nos brinda la telecomunicación. Todo el mundo bombea sangre al mismo tiempo gracias a la técnica. Pues bien, yo creo que el gran reto de la izquierda es que bombee también ética. Igual que la tecnología nos permite exportar ciencia, tenemos que ser capaces de exportar valores. El gran reto está en ser capaces de forjar una auténtica ciudadanía mundial.

Ha señalado algunos de los logros de esta legislatura que más satisfacciones le han producido. ¿Tiene alguna frustración por las cosas que no se han podido llevar a cabo? Empezaría por señalar que hemos hecho mucho en muy poco tiempo: hemos incrementado la productividad y el crecimiento económico; hemos distribuido más y mejor, y con ello hemos procurado aumentar el bienestar de los ciudadanos; hemos hecho de la protección y extensión de derechos un eje fundamental de nuestro trabajo. Estoy hablando del derecho a la igualdad efectiva entre hombres y mujeres; del derecho a la autonomía personal; de los derechos de ciudadanía para españoles que viven en el exterior; de más derechos para el matrimonio... Se han firmado protocolos a favor de los derechos humanos y contra la tortura o la discriminación. Hemos llevado a cabo acciones que garantizan el derecho y la seguridad para todos, y no sólo para quien la pueda pagar...

De acuerdo, pero... y el derecho a la información: por primera vez los medios públicos son independientes de verdad. Hoy existe un derecho a la tutela judicial efectiva gracias al aumento de plazas de jueces y fiscales. Se ha fortalecido el derecho a la educación porque hay más becas. Y al trabajo, porque tenemos más de 20 millones de empleados y la tasa de paro más baja. Y el derecho a la protección social, pues más de tres millones de autónomos gozarán de los mismos derechos que el resto de los trabajadores. El derecho a pensiones dignas: más de tres millones de pensionistas han visto incrementada su pensión mínima...

¿Alguna frustración? Me frustra la idea de que queda todavía mucho por hacer. Queda acabar con la violencia, con la terrorista y con la que se ejerce contra las mujeres. Queda seguir aumentando las pensiones mínimas porque, a pesar de que han subido un 26%, siguen siendo bajas y cuesta mucho llegar a fin de mes. Queda seguir subiendo los salarios, no sólo de los mileuristas, sino también de los que están por debajo de esa cantidad. Queda seguir invirtiendo para que servicios públicos esenciales como la educación o la sanidad sigan siendo universales y de calidad... En fin, se ha hecho mucho, pero siempre quedan cosas por hacer.

En el Consejo de Ministros se sientan fundamentalmente dos generaciones: la del 68 y la de los ochenta. ¿Se manifiestan como dos culturas diferentes? Yo creo que la mayor o menor juventud no está en función de las generaciones, sino de las personas. Y no siempre coincide una cosa con la otra. Lo que se percibe es una pluralidad, pues hay gente que es más conservadora o gente que es más radical en sus planteamientos. Lo que sí provoca un contraste total es el hecho de que haya el mismo número de mujeres que de hombres. En general, este Consejo de Ministros armoniza muy bien la experiencia con la fuerza teórica. Es muy fresco.

¿Cómo vive usted el hecho de tener tan buena valoración por parte de los ciudadanos? ¿Es vanidosa? No creo que tenga un problema de vanidad. Mi valoración, y no es falsa humildad, es la valoración que la gente tiene de este Gobierno. Te diré además que Zapatero es el presidente mejor valorado de toda la historia de la democracia, lo que tiene mucho mérito en una legislatura donde se están haciendo muchas cosas y de mucho compromiso, de mucho valor, de mucha valentía en el sentido borgiano del término.

¿Usted se imagina la vida sin mandar?

Sí, perfectamente. De vez en cuando tengo algún día de descanso que utilizo para ver amigos, descansar y dormir, que es mi mayor déficit.

¿Ya no fuma? No.

¿Y qué tal lo lleva? Al principio lo pasé fatal, porque he fumado más de la mitad de mi vida y, por tanto, me gusta el tabaco, el olor, el rito? Pero la verdad es que me sentaba fatal y no era compatible con lo que estaba haciendo. Me alegro de haberlo dejado.

¿Le costará menos, en su día, quitarse de mandar? Por supuesto. Aunque el tabaco, la verdad, lo dije y lo hice. Los tres primeros meses son los más duros. Pero se puede.

La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega
La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la VegaJORDI SOCÍAS
La vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, en su despacho de Moncloa
La vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, en su despacho de MoncloaJORDI SOCÍAS

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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