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Reportaje:

Las aventuras de dos pájaros

Jesús Ruiz Mantilla

Esa curiosa y sanísima combinación de utopía y desgarro, de denuncia y escupitajo. Esa ración doble de dandi y rufián, de bon vivant y canalla, de yerno perfecto y oveja negra, de hermano mayor responsable y bala perdida es la que encarnan como nadie Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, estos dos maestros de la vida y la carretera, catedráticos del explosivo, sutil y emocionante arte de mezclar sobre el territorio de una guitarra el verso y el acorde.

Estos días hacen las maletas; guardan reposo en Madrid, donde Serrat acaba de estrenar casa, y paren con ensayos y sesiones de trabajo esmerado Dos pájaros de un tiro, la gira que les llevará durante seis meses por España y América. Desde el 29 de junio, cuando arrancan en Zaragoza, hasta el 20 de diciembre, que cerrarán el quiosco en Montevideo (Uruguay), recalarán en cerca de 60 ciudades, polideportivos, plazas de toros..., en un periplo que apuesta antes por la espectacularidad, con más de diez músicos en la banda, que por el intimismo que tan magistralmente han sabido dominar ellos en otros escenarios más recogidos.

"El Nano, al salir del hospital, cogió la guitarra; yo, no tanto" (Sabina)
"Cuando compongo una canción, si me emociono sé que la cosa marcha" (Serrat)
"En Londres, yo cantaba canciones de Serrat a los turistas en los bares" (Sabina)
"Mal se nos tiene que dar para que de esto no salga un disquito" (Sabina)

Parecería que ambos ya se han juntado la mar de veces para salir por esos mundos de Dios, pero no ha sido así. Han cantado con otros -con Miguel Ríos, con Víctor y Ana, con Fito Páez-, pero nunca juntos. Otra cosa es que existan pocas casas en España donde en un registro a fondo no aparezca, sin revolver mucho, algún disco de los dos -cualquiera de los que EL PAÍS saca en colección a partir de hoy-, seguramente bien guardado en el escondrijo de las estanterías, que son la física de nuestra memoria sentimental; los lugares donde recogemos el anhelo, los sueños y las derrotas que muchas veces nos han dejado retratados a todos en sus canciones.

No hace falta casi preguntar qué razones les han llevado a juntarse. No lo habían hecho nunca hasta ahora en gira ni en disco. Lo primero, el puro capricho, el gustazo de compartir escenario entre dos que se admiran. Después, quizá, algo que últimamente les ha unido más si cabe: la sensación de gozar de otra oportunidad grande en sus vidas, de haber sido premiados con una suerte de resurrección.

Todo ha surgido después del cáncer que superó Serrat, con una determinación de ciclista encarando la bajada de una cumbre alpina en el Tour, y del "accidente cerebral", dice Sabina, y la posterior depresión que sufrió este último, que le han transformado en muchos sentidos: "Después de estos años misántropos, jamás creí que la vida me iba a brindar un desafío como éste", asegura don Joaquín, sentado en el suelo de su recién ampliada casa y fresquito, tras la empapada a la que le ha sometido Javier Salas para una fotografía cachonda en la ducha de la que le ha rescatado Jimena Coronado, su fiel pareja peruana desde hace años, con una camisa seca.

El palo físico le replegó, y después no pudo evitar "la nube negra". Con esa precisión es como metaforea a la depresión la letra que le hizo para su canción del mismo título el poeta Luis García Montero, uno de sus amigos entre "los poetas líricos", con Ángel González, Caballero Bonald, Benjamín Prado y él, entre otros, a la cabeza, y a los que Sabina agradece siempre haberle sacado del hoyo en sus días más oscuros: "Aquello me vino por tener la sensación de envejecer regular, tirando a mal, y porque la nariz ya sólo me servía para respirar", dice el artista.

Tampoco es difícil deducir quién organiza el cotarro y quién se encomienda a las órdenes, el horario, la hoja de ruta y el ritmo que marca Serrat sin que esto genere el más mínimo resquemor en Sabina, que se conoce, que se autoproclama anárquico, caótico y al que no es difícil oír una y otra vez: "Lo que tú digas, Nano".

Uno es metódico, serio, formal, puntual, cumplidor; otro es? como es. Es Sabina. ¿Y qué pasa? Lo tomas o lo dejas. O se le quiere así, o se le despeña barranco abajo y lo mandas al cuerno. Como tal, como el poeta de las aceras y los bajos fondos que es, se le admira incluso en su proverbial heterodoxia, en su caótica manera de desafiar la edad, el gusto, el tiempo y el espacio. "Joaquín, ya sabes, es así", comentan quienes le conocen a fondo. Uno, Serrat, ha conservado esa voz, que en muchos casos es la de nuestras conciencias; el otro ha ido adaptando, con una sabiduría curtida en bares, callejones y desafiante a la forma física de los viejos rockeros que han hecho un pacto con el diablo, su manera de cantar, su forma de decir, a las posibilidades de una laringe en constante metamorfosis. Pero ha sabido como nadie convertir sus limitaciones en marca, tanto que su voz hoy es más auténtica y gusta como nunca. "Lo importante de su voz es que él, con su instrumento, interpreta y sabe conmover", dice Serrat. Tanto que hasta sus fans le celebran los gatillazos de garganta, como hace un año en Gijón.

Pero si bien cada uno ha conservado la voz como ha podido, a lo que no han renunciado todavía es al grito. A la facultad de llamar a las cosas por su nombre, y a no dejarse engatusar por maniobras del lenguaje y triquiñuelas más que antiguas para recuperar los tiempos y los privilegios enterrados por parte de algunos líderes en plena ascensión, como el recién elegido presidente francés, Nicolas Sarkozy: "Eso que tanto habla él de recompensar el esfuerzo sobre otras cosas no es más que la destrucción de la lucha por la igualdad", avisa Sabina. No es que se crean todavía que la playa está debajo de los adoquines, como proclamaban los líderes del Mayo Francés que Sarkozy se ha propuesto aniquilar; pero de ahí a vender burras, queda un trecho.

Tendrán tiempo para la discusión política, pero también para esos placeres que les quedan. Por lo pronto, uno sabe ya, con su agenda más que pulcra, en qué restaurante se darán los homenajes el 22 de agosto o el 10 de octubre, da lo mismo: "Las comidas, las cenas, todo eso, queda en mis manos", afirma Serrat, con la palabra de un serio hombre de honor. "No se hable más", dice el otro. "Yo me pongo en tus manos", remata con la obediencia del hermano menor.

Las habilidades del catalán para el cuidado y la organización las reconoce también Berri, manager de ambos. De Serrat, desde hace 35 años; de Sabina, desde hace menos y gracias al enchufe de su amigo, porque este socio de los dos no quiere llevar a mucha gente más desde su oficina. En su despacho de la Castellana prepara el despliegue de las 60 personas que trabajarán en la carretera, con cinco tráilers y dos autobuses con camas listos para transportar los equipos, y a los técnicos y músicos, de un sitio a otro. También cierra fechas pendientes todavía en España y América.

Berri cree que los dos son adictos a la carrera nómada y al escenario. "En mi vida se me ha pasado por la cabeza retirarme", apunta Serrat, y más desde que han salido de sus problemas de salud. "Si no, ¿cómo explicas que Joan Manuel, desde el 5 de mayo de 2005, haya hecho 250 fechas, y Sabina, 120 con su Carretera y top manta, ese título que le hizo tan poca gracia a Ramoncín?", se pregunta el manager. "El Nano, desde que salió de la cama del hospital, agarró la guitarra y se puso a cantar", dice Sabina. "Yo, no tanto", aclara.

Entonces dejaron atrás sus cuevas, sus colchones y sus cuitas como con urgencia. Y sobre el escenario les esperaban los escuderos de siempre. Sus músicos de cabecera, caballeros de la más que noble orden de unas melodías que han marcado nanas, conquistas, desamores, amistades, túneles? Quien se ha puesto más galones por acompañar a Serrat ha sido el maestro Ricardo Miralles, que le hace los arreglos y le acompaña con la tecla desde 1969, cuando Tete Montoliú dejó de hacerlo para dedicarse exclusivamente al jazz y le enchufó al carro. Los otros dos han sido la almohada y el asiento de Sabina desde hace 25 años lo menos: son Pancho Varona y Antonio García de Diego, que escriben canciones con él y de vez en cuando organizan en clubes sus llamadas noches sabineras, una especie de karaoke con la banda del artista en directo al que se apunta siempre gente joven a mansalva.

Los capos les han repartido 34 temas, 17 por barba, para que los ensayen y que los fusionen. Para que los vistan con un envoltorio distinto, un sonido diferente; para que busquen una coherencia que dé unidad al espectáculo mientras ellos trabajan en un guión con gags, chistes, sorpresas y filosofía propia. Harán popurrís; Serrat cantará canciones de Sabina, y viceversa. "Serrat hará la canción del pirata, que tendrá gracia porque le convertirá en un poco rockero, y Joaquín hará, por ejemplo, Señora, que está muy lejos de su estilo", dice Varona. "Además, yo cantaré en catalán, y aquí mi amigo, en andaluz", anuncia Sabina.

Los primeros ensayos juntos han dejado muy buenas vibraciones a los músicos. "Ha habido magia", dice García de Diego. La clave está en hermanar el lirismo de Serrat, definen Varona y García de Diego ?a quien cuando le ven, dicen, "le hacemos la ola"?, con otro estilo: "El agrio, ácido y pendejo de Joaquín". Los dos compañeros de fatigas de Sabina afirman que se enfrentan a la gira con devoción, como de rodillas, y con cierto miedo y respeto por ir con quien van. Serrat y Miralles les imponen. Pero el maestro acompañante del autor de Mediterráneo les tranquiliza: "Yo no tengo ningún miedo, ni por nosotros, ni por ellos".

Habrá todo un universo de ritmos, letras, estilos. Del romanticismo a la rumba rumbera, del intimismo al rock and roll, de la copla contemporánea al tango y al bolero, y a los corridos que tanto entusiasman a Sabina desde hace tiempo. Canciones eternas, pañuelos en los que gran parte de una España sensible se ha dejado las lágrimas. Poesía que toca dentro, pero que han ido pergeñando sin fórmulas, sin mecanismos, por talento y por vicio; sin saber qué es mejor inventarse primero, si la letra o la música. "Yo sé si va a funcionar si me emociona mientras la hago. Si la siento, cuando me emociono, entonces sé que la cosa marcha", afirma Serrat. "¿Manual? El manual no existe. Si tuviéramos uno, probablemente a todos nos saldría una mierda", añade.

La importancia, el misterio del secreto es tal que Sabina planea hacer un libro sobre un arte, el de componer canciones, que se ha convertido en la forma musical por excelencia del siglo XX, y que tiene aspecto de seguir pitando como tal, inagotable aún, en el XXI. Aunque, por supuesto, no sería un manual. "Hace tiempo que me gustaría tener una conversación larga entre aquí mi amigo [por Serrat], Silvio Rodríguez, Enrique Morente y yo en la que habláramos de a ver cómo cojones se hace esto", cuenta este trovador de Úbeda, vecino desde hace años de la plaza de Tirso de Molina. "Meter una letra dentro de una música con calzador es complicado, pero hay que tener una idea musical en la cabeza", sigue Serrat. Después, al hilo, Sabina recurre a la experiencia para desembocar en una nebulosa que nos deja donde casi empezamos: "Al principio, las primeras 30 o 40 canciones, para empezar hice la letra. Luego probé a tener la música antes y me salieron unas letras más triviales, lo cual tampoco me disgustó. Pero me quedo con una definición que no sé quién se la inventó y que no es mía, pero que me gustaría que lo fuera. Dice que una canción debe tener una buena música, una buena letra, unos buenos arreglos, una buena interpretación, y después una cosa que no sabemos muy bien de qué se trata, pero que viene a ser lo que más importa de todo. Yo es que creo que hasta de las instrucciones de un medicamento se puede sacar una buena canción".

Por estas épocas ?no saben quién ni de dónde sale la fecha?, alguien ha dicho que se cumplen 50 años de canción de autor. Es algo que no les convence, pero que puede muy bien ser el nexo conceptual que les une, aunque cada uno de los dos venga de su padre y de su madre, y empezando, como dice Sabina, "porque a cada uno nos gusta hacer esas canciones que no escuchamos por la radio".

Sus referentes han sido muy distintos. Empezando porque uno lo es del otro. Serrat creció con coplas de la radio y se confiesa devoto de León y Quiroga, de Juanito Valderrama, de Miguel de Molina, como raíz, y también de Jacques Brel, de Brassens, del tango? Al otro, a Sabina, quizá por sus años pasando la gorra por los bares de Londres ?"donde ya entonces yo cantaba canciones de Serrat a los turistas", confiesa?, le seducía mucho lo anglosajón. Brassens, también. En eso, La Mandrágora y Javier Krahe le pesan todavía. Pero junto al mito francés, "con quien este cabrón tiene una foto en la que también sale Paco Ibáñez", dice en referencia a su compadre, "me tiraban más Dylan, Tom Waits, los Beatles?". Lo cierto es que también se les colaban en la mochila el propio Ibáñez, Raimon y el Dúo Dinámico? Los dos, en fin, eran chupópteros en estado de permanente alerta que después se revelaron como apóstoles de una manera única de plasmar sentimientos y aspiraciones comunes en un país que ha cambiado más en los últimos 30 años que en toda su historia. Y ellos dos, con 63 ya cumplidos Serrat y con los 58 de Sabina, han protagonizado parte de esta pequeña gran historia e intrahistoria contemporánea.

Pero también quieren seguir aportando cosas para el futuro. Porque el público joven se sigue enganchando al catálogo de sueños de sus canciones. Sabina es el clásico intemporal, quien con su filosofía del descaro, su habilidad para el eclecticismo en los estilos y sus letras provocadoras, siempre políticamente incorrectas, es capaz de deslumbrar a todas las generaciones. Serrat, con esa búsqueda de la utopía constante y esa facilidad para la crónica magistral de todos los tiempos en sus canciones, también atrae. Pero lo que más asombra en ambos, lo que no pasará nunca de moda, ni estará sujeto a las tendencias, ni caerá en los caprichos temporales, es ese ojo clínico que tienen los dos para desgranar las verdades de todas las almas; algo que queda patente en esa procesión de personajes inigualables que pululan por todas sus canciones, desde los jóvenes amantes de Paraulas d'amor, y la patética soledad de La tieta, y los sueños frustrados de Curro el Palmo con su más que magistral Romance, en Serrat, hasta el delincuente perdedor de Qué demasiao o las Princesas y las Barbies superstar perdidas de Sabina.

Aunque en esta conexión intergeneracional, Serrat alerta ya a los padres y los abuelos: "Cuando, con muy buena intención, les dicen a los chavales que el que es bueno es el Serrat y no lo que escuchan, ya la hemos cagao". Prefiere que se acerquen de una manera natural, sin prescripciones, sin esa losa que a veces imponen los padres. Al fin y al cabo, en la edad del pavo, tiendes a hacer lo contrario de lo que te digan, casi por decreto.

En este caso, Serrat se encomienda a Sabina para conseguir nuevos fans. "Muchos jóvenes irán a ver a Joaquín, pero yo voy a ser el artista revelación", dice el catalán. "De eso, nada de nada", replica Sabina. "No, si éste es muy vivo y juega un papel humilde, pero en el escenario no me va a regalar un palmo", avisa Serrat, de choteo. El más joven de los dos deja claro quién es el que va con más ganas de hacer méritos: "Juro por mis gatos [lo menos cuatro han pasado durante el encuentro a hacer la visita] que lo que más me importa de esta gira es no defraudar al Nano".

Conservan una curiosidad intacta por el viaje. El movimiento les incita a alimentar sus vicios de hoy, que son mucho más sofisticados que los del pasado. Serrat se ha hecho viticultor y es propietario de una bodega, Mas Perinet, en el Priorat. Se dedica a catar por los restaurantes en los que recala. Sabina colecciona libros antiguos. En su casa, 10.000 títulos decoran las paredes. Es una afición que comparte, y con la que compite a la búsqueda de las ediciones más deseadas, con sus amigos García Montero y el editor Chus Visor, otros dos adictos al olor del papel impreso.

Con los viajes, también han observado el cambio casi vertiginoso de su país. "Hemos trabajado en condiciones infames. Todavía recuerdo cuando teníamos que cagar debajo del escenario", cuenta Sabina. En esas cosas sí que se aprecian las transformaciones. "Ahora, en cualquier ciudad de provincias actúas en un auditorio con tu camerino. Se han dignificado mucho las condiciones, y uno de los que más han luchado para que los músicos y los cantantes hagamos las giras dignamente ha sido Raphael. Hay que reconocerle eso y otras muchas cosas", asegura Serrat.

Es algo que también han compartido y han vivido a fondo sus músicos: "Antes viajábamos en furgonetas, dormíamos tres días en la casa de alguna chica a la que conocíamos por ahí y volvíamos a coger la ruta", recuerda Varona. "Hoy nos cuesta más. La última vez pasamos dos meses por América y fue duro, nos hemos vuelto más familiares", añade con la conformidad de Miralles y de García de Diego. Hay un cambio crucial en la conquista de los derechos de sus músicos en gira. "En mi caso fue cuando conseguí dormir en una habitación propia", cuenta Miralles. "No, en el caso de Miralles ha sido mucho más importante el día que consiguió no cargar con ningún bulto en los aeropuertos", recuerda Serrat. Sabina les reprocha las comodidades: "¡Dormir separados! ¿No compartían habitación Guti y Ronaldo, y eran galácticos?", pregunta Joaquín. "Sí, pero eso era para que no se hicieran pajas", le tranquiliza el Nano.

En esta gira habrá mucho compadreo, prevén. "A Joaquín, que le gusta largarse para Madrid desde donde está cuando termina, me parece que en esta ocasión va a dormir en bastantes hoteles", dice Varona. Todos saldrán ganando. Sabina tiene un pálpito. "Mal se nos tiene que dar para que en todas las ciudades y las habitaciones de hotel donde vamos a compartir tantas cosas no compongamos algo juntos y que de esto salga un disquito". A ver.

Joyas de la música popular española. Por Diego A. Manrique.

El yin y el yang. El agua y el aceite. El santo y el diablo. El apolíneo y el dionisiaco. Muchos connoisseurs dirían que Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina son, olvidando su reconocida afinidad personal, musicalmente incompatibles. Sin embargo, también tienen en común un enojoso problema de percepción: nos hemos acostumbrado tanto a ellos que tendemos a olvidar lo esencial, lo que les hizo grandes en nuestro corazón colectivo. Forman parte del paisaje sentimental del país, y quizá no valoramos que son artistas en activo, que requieren ser escuchados con oídos limpios.Serrat lleva tiempo lamentando –a su manera, con socarronería– la relativa invisibilidad de sus últimos lanzamientos discográficos. El Nano tuvo una racha tan fértil entre 1965 y 1975 que su obra posterior ha quedado ensombrecida. No vale aquello tan chistoso de “contra Franco creábamos mejor”: Joan Manuel ha mantenido una producción regular, un disco cada año y medio. Aún más onerosa es su imagen pública, tan extraordinariamente positiva. La paradoja consiste en que Serrat tiene dimensiones de paradigma moral. La voz sensata, la picardía suave, la coherencia ideológica: es el demócrata ejemplar que cae simpático a todo bien nacido. ¿Y dónde queda el músico? Llegado a un punto de popularidad, en España te llaman de las televisiones, pero para que participes en un debate o en un programa deportivo, por la penosa razón de que no hay espacios musicales donde se pueda cantar en directo.Para preparar la reedición de parte de su obra discográfica a través de EL PAÍS ha sido necesario repasar su amplia bibliografía y centenares de entrevistas, reportajes, perfiles, críticas, etcétera. Se constata que casi todos los textos rebosan cariño y admiración. Nos enteramos de que fue un evidente opositor a la dictadura, que atraía a las damas, que ejerce de hincha del Barça, que dirige una bodega, que es venerado en América. Pero quedan enormes huecos en su retrato musical.Un ejemplo fácil: apenas se ha entrevistado al pianista Ricardo Miralles, su mano derecha. Lo mismo con su etapa italiana. En Milán se grabaron muchos de sus primeros discos, pero apenas nadie se había preocupado por investigar en aquellas sesiones decisivas. En los disco-libros que publica EL PAÍS se habla con el músico Gian Piero Reverberi, responsable de dar forma a canciones memorables de Mediterráneo, y también con los demás, de Juan Carlos Calderón a Miralles.Los discos serratianos son comentados por su autor, pero también por sus principales colaboradores, tanto en lo musical como en el envoltorio gráfico. Se analizan canción por canción, se cuentan las circunstancias de cada grabación, se traza el momento personal del artista. Todo ello va respaldado por abundantes fotografías, que ofrecen sus particulares revelaciones: el primer Serrat era estéticamente toda una pop star, un muchacho guapetón que seguía la moda en melenas y ropas. Lo cual no minimiza su obra, sino todo lo contrario: podía haber seguido la vía convencional, explotando sus encantos; sin embargo, retó tanto al régimen como a la industria, apostando por desarrollar una carrera bilingüe y musicando los versos de poetas incómodos.No es pequeña hazaña que los poemas de Antonio Machado, Miguel Hernández o Benedetti se hayan universalizado con su voz. A modo de bumerán, los hallazgos poéticos de Serrat también reverberan en textos de escritores de todo pelaje. También Benedetti citó a Sabina en el inicio de un poemario: “Más vale que no tengas que elegir / entre el olvido y la memoria”.Con Sabina también se alteran las prioridades: la sombra del personaje escandaloso oculta al artesano de canciones. En realidad, aquí los árboles tapan el bosque. Joaquín es un alud verbal: se explaya regularmente en entrevistas, libros, sonetos; en otros tiempos, hasta ejerció de tertuliano. Creemos saberlo todo respecto a sus amores, sus vicios, sus opiniones, sus orígenes, sus aventuras. Es tan impúdico que su quehacer creativo se hace transparente, como si su arte brotara mágicamente.Su gusto por la frase lapidaria y el gesto tronante ha terminado por laminar lo esencial: su devoción por la canción. Aunque también esculpe músicas con la guitarra, Joaquín dedica la mayor porción de sus energías a las letras. Cada texto suyo es pulido cien veces, ante la desesperación de sus asociados. Como reconoce él: “Yo no termino los discos, me los quitan de las manos”. Para la música, ha sabido convocar a un batallón de talentos: desde los leales escuderos Pancho Varona y Antonio García de Diego hasta cantautores como Pablo Milanés, Hilario Camacho, Pedro Guerra, Aute, Carlos Varela, Caco Senante o Javier Batanero, sin olvidar rockeros del calibre de Ariel Rot, Manu Chao, Álvaro Urquijo o Fito Páez.Frente a su imagen de supremo vividor, la constatación de que Sabina ha mantenido con mínimas interrupciones el más asombroso taller de canciones de la música popular en español de las últimas décadas. Una fábrica donde se experimenta constantemente: hay letras que se han engarzado sobre dos o más músicas; la misma música puede acoger letras muy diferentes. Llegado el momento de elegir la que se va a editar, no se aceptan las motivaciones espurias: se sabe que muchos artistas nacionales matan por firmar como autores, con el ojo puesto en las liquidaciones de la SGAE, aunque su aportación haya consistido en cambiar un adjetivo. Sabina es generoso a la hora de repartir esa tarta. Pero le honra aún más su perfeccionismo y la pasión por materializar la mejor canción posible. Una obsesión que enriquece nuestras vidas.

Dos cabalgan juntos. Por Juan Cruz

Cuando entras en la casa de Joaquín Sabina, un día cualquiera de la primavera, encuentras ahora una atmósfera que parece hecha para que llegue un amigo a quedarse. El día en que fuimos allí con Jesús Ruiz Mantilla, cuando éste iba a entrevistar a Sabina y a Serrat, esa casa que está hecha para acoger no parecía la misma que vimos otras veces, cuando el cantante de Úbeda se recuperaba de un ictus cerebral que estuvo a punto de ponerle en estado de despedida, o cuando acababa de traspasar, a favor, el peor lado de la nube negra de la que le escribió Luis García Montero.Esta vez la casa era otra, como si el artista que hizo del bombín un símbolo de fiesta hubiera decidido despojarse del barroco de sus tristezas o depresiones para ponerse en las manos de una luz distinta. ¿Qué había pasado? En primer lugar, por su vida ha pasado, está pasando, Jimena, su mujer peruana, que ha puesto orden en la mayor parte de sus sentimientos de madrugada; además, allí estaba Joan Manuel Serrat, acababa de llegar, con su camiseta negra, caminando de un lado a otro de la estancia como el interior izquierdo del equipo de sus héroes inolvidables, y en último extremo, lo que pasaba ese día, y lo que pasa desde hace algún tiempo en la vida de Sabina, es que ha cambiado y se ha hecho un domicilio acorde con el cambio. Antes, mientras atravesaba la nube negra (una depresión que le dejó sin habla meses y meses), la casa era recargada, incluso rococó, como si no se quisiera despojar de sus recuerdos y éstos fueran, además, recargados, los de quien se quiere despedir de la vida con todas las pertenencias. Jimena y Joaquín, que aquí estaban este día de primavera, como si hubieran pasado un temporal benéfico de alegría y salud, han acondicionado la parte de arriba de aquella casa y establecido un nuevo espacio que parece el territorio de una nueva vida: diáfano, parece una pista de baile en la que sobresalen muebles simples, leves, como para ser retirados de inmediato.Ésa es la nueva atmósfera en la que se desarrolla la vida de Sabina, y ahí se ha propuesto ese encuentro con su amigo Serrat. Sabina es, como Kim de la India, amigo de todo el mundo, o quisiera serlo; es legendario que se pasa la vida haciendo que los amigos distantes se amisten. Te puede despertar de madrugada para proponerte una juerga o un poema, y a pesar de que los accidentes de la vida le procuraron más sosiego, sigue siendo el rey de la amistad de madrugada; lo fue en los ochenta, cuando se hacía verdad esa canción en la que le dan las dos, las tres, las cuatro y las cinco, y lo es ahora, aunque el estímulo sean tan sólo el alcohol, la música y la amistad propiamente dicha. Amigo de todo el mundo, como Serrat. Estos dos que ahora cabalgan juntos, que podrían juntarse como las dos mitades de una manzana, han pasado por festividades y calvarios similares, aunque de origen distinto. Serrat salió de un cáncer con la decisión de acentuar con sencillez un lado ya conocido de su cara, y que proviene de una frase que le podría haber pedido prestada a Ernesto Che Guevara: hay que endurecerse, pero nunca perder la ternura. Lo recuerdo el día en que el médico le dijo que le estaba arañando un cáncer sobre el que había que intervenir de inmediato. Estaba pálido, como si aquella palabra fuera la canción menos deseada, una nube negra que él quería ahuyentar como las pesadillas. Se sentó a una mesa (con Juan Marsé, recuerdo), vio pasar alrededor los manjares (¡y los vinos!) que en otra ocasión le hubieran hecho reír como los chiquillos con los juguetes, y pidió agua con una melancolía que ya parecía parte de su cara. Era ese Serrat un hombre consciente de las heridas del tiempo. Algún tiempo después, cuando estaba a punto de cumplir 60 años, ya era Serrat otra vez, el mismo de antes; el mismo que ahora, esta tarde en casa de Sabina, ríe como si estuviera cantando. La salud había vuelto, y era un hombre más asentado, miraba de frente el porvenir después de la enfermedad, y sabía que ahora tenía que ser más esencial, más rotundo; tenía que aprovechar el tiempo para ser el mismo siendo otro. Aquella vez, en los aledaños de aquel cumpleaños redondo, en diciembre de 2003, Serrat venía cargado de juguetes para sus nietas, de libros para Yuta (su mujer) y para él mismo, y de proyectos de viajes y canciones y giras. El tiempo y la casualidad (Benedetti le dijo un día a Daniel Viglietti, cuando se encontraron por casualidad en un aeropuerto: “Por qué no hacemos algo con esta casualidad”, e hicieron un disco) los juntó en una aventura que parece refrendar en ambos un nuevo estado de salud y un nuevo modo de amistad: la que se hace para que los demás disfruten. Los han fotografiado juntos muchas veces, pero nunca les habían juntado los rasgos hasta hacer de los dos uno solo; es demasiado pedirle a la naturaleza que dos hombres de este género sean el mismo, pero en algo tiene razón el fotógrafo: los dos se han juntado para certificar un estado de ánimo común en el que sobresale (sobresalía aquella tarde de domingo) una felicidad de la que uno se va cuando ve dos verdaderos amigos poniéndose de acuerdo sobre el nivel de sus acordes.Ahora cabalgan juntos. La amistad es el impulso, y la música, el horizonte de su viaje.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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