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Tribuna:EDUCACIÓN PARA LA PAZ
Tribuna
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Terrorismo. ¿Mejor no tocarlo?

Analiza el autor los planteamientos del plan de educación para la paz del Ejecutivo y el papel que en esta materia deben tener las víctimas de la violencia.

"Garantizar la presencia de las víctimas del terrorismo y sus testimonios en los programas de Educación para la Paz". Así de contundente se muestra en sus objetivos el Plan de Paz y Reconciliación elaborado por el Gobierno de Juan José Ibarretxe, y, sin embargo, su aplicación práctica parece confusa y contradictoria. ¿Por qué cuesta presentar a estas víctimas ante el segmento más joven de la sociedad?

Pese a que pueda parecer curioso al simple observador, muchos vascos consideran que la violencia política tiene poca incidencia en la vida escolar. La amplia extensión de esta percepción se constata en el Estudio de la situación de la Educación para la Convivencia y la Paz en los centros escolares, realizado en 2002 y que abarcó a 140 centros educativos vascos. Quienes comparten esta suposición consideran posiblemente que abordar el testimonio de las víctimas del terrorismo supone una "importación" del problema a un espacio considerado de convivencia y libertad.

Los actores de la 'kale borroka' son en muchas ocasiones jóvenes matriculados en centros educativos
Durante demasiado tiempo se ha excluido de la acción educativa la violencia política, y más aún a sus víctimas

¿Lo es? ¿Son acaso las aulas vascas una burbuja de coexistencia democrática? Es difícil que en una sociedad habituada a la presencia de ciudadanos escoltados destaquen las consecuencias que la violencia política tiene en otros ámbitos como el educativo. A menudo, se ignoran los insultos o incluso agresiones sufridas, los nombres escritos bajo una diana u octavillas amenazantes. Se olvida que las víctimas de estos actos son calumniadas, despreciadas y culpabilizadas de las propias agresiones que padecen o que hay quienes no se atrevan a confesar la profesión de sus padres, sus simpatías políticas, incluso sus predilecciones deportivas o musicales.

Y se deja de lado que no sólo la violencia ha alcanzado las aulas, sino que estas no parecen estar actuando, al menos de forma planificada, frente a ella. Los reventadores de los actos electorales y los actores de la kale borroka son en muchas ocasiones jóvenes matriculados en centros educativos, lugares en los que las víctimas del terrorismo no pueden hacerse presentes, pero sí sus agresores, reivindicados como mártires o héroes. Por ello, la afirmación realizada hace pocas fechas por responsables institucionales de que "a nuestros hijos e hijas les queda por lo general muy lejos, la violencia política y necesitan ir de su realidad a otras más alejadas" parece un desacierto.

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De la investigación citada anteriormente (y que tuvo que esperar dos años a ser publicada) se desprende que la inconsistencia de una acción colectiva en el campo de la educación para la paz en Euskadi está vinculada especialmente a causas de carácter institucional y a sentimientos de ineficacia personal. No obstante, reducir la dimensión del problema o incluso ignorarla en la práctica, "quitar hierro" al asunto, ha sido un desliz frecuente en diversos responsables políticos.

Tal error ha sido dictado probablemente desde el temor. No por el miedo a convertirse en víctimas de atentados terribles, como los que ya sufrieron por ejemplo los ex consejeros de Educación socialistas, sino por el recelo a abordar un problema que implica un debate previo, una gran autocrítica y un acuerdo difícil.

Ahora, los responsables de Educación parecen haber optado por la acción: "Tenemos que hacer algo ya, ahora, para que nadie, hoy, en estas circunstancias, pueda ver la violencia como legítima y racional o como la única de las salidas eficaces para la historia personal y cultural", se lee en la justificación del proyecto que están probando experimentalmente y que deja los testimonios de las víctimas del terrorismo para el final en el mejor de los casos. ¿Es coherente este planteamiento con las bases que llevaron al lehendakari a pedirlas perdón públicamente?

Educación considera la existencia de una "multiculturalidad de nuestro pueblo que ante este tema de la violencia política, como ante otros tantos, parte de la singularidad de cada persona, sus intereses diferentes y sus necesidades propias". ¿Concurren "culturas" con diferentes planteamientos respecto a la violencia política? ¿Serían aceptables desde un punto de vista democrático? Parece otra equivocación desde la óptica de la universalidad de los derechos humanos.

Un profesor confesaba su razón para no abordar la violencia política que sufre Euskadi: "No es por miedo, es por precaución". Llamaba precaución a abrir un debate que podía acabar peor que lo que había empezado. Diversos responsables de Educación han reclamado también "un ambiente seguro en el que no se reabran las heridas que hoy no han cicatrizado". Ello pese a que lo habitual es pedir a la escuela que, aun sola y sin apoyos, ejerza una influencia benéfica. No cabe duda de que resulta curioso que a la hora de afrontar el terrorismo se apueste por esperar, mientras que en todos los demás temas se rivalice por actuar.

Pero hay que entender al profesorado en su abstención. Aunque esté comprometido profesionalmente, no se siente especialmente competente, está falto de orientación institucional y es pesimista respecto a la posibilidad de ser apoyado ante cualquier conflicto que pueda surgir. Para colmo, una parte de los colegas manifiesta posturas abiertamente discrepantes respecto de la denuncia del terrorismo y favorables a la equidistancia, la comprensión o incluso a la justificación del mismo.

Para facilitar un cambio de esta situación, la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo ha impulsado otra visión del tratamiento de la violencia política en las aulas, novedosa no sólo porque rompe la tendencia a la inacción, sino por la perspectiva desde la que se ha planteado: el acercamiento y la visibilización de las víctimas como pauta principal para propiciar su reconocimiento, respeto y reparación.

Durante demasiado tiempo se ha excluido de la reflexión y acción educativa la violencia política, y más aún a sus víctimas. Las aportaciones de los profesores Xabier Etxeberria y Galo Bilbao, plasmadas prácticamente por un equipo de profesionales de Enseñanza Primaria y Secundaria, podrían incluso ser tenidas en cuenta para el tratamiento en el espacio educativo de otras violencias ejercidas con dramáticos resultados como el acoso escolar, la violencia de género o la guerra. Permitir su contraste en las aulas vascas supondría deshacer algunos de los yerros cometidos hasta el momento.

Ricardo Arana es profesor.

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