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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Brasil, democracia joven y desigual

¿Durante cuánto tiempo se puede mantener un sistema liberal con tanta desigualdad?

Timothy Garton Ash

Suelen empezar a trabajar en las bandas de la droga a los 13 o 14 años. Los mayores tienen unos 21. ¿Y qué ocurre después? "Acaban muertos la mayoría de ellos". Mueren en tiroteos con otros criminales y la policía, o asesinados en las cárceles infernales de la ciudad. Me encuentro en uno de los intrincados callejones de barro de la favela Real Parque. Alrededor, a sólo unos cuantos centenares de metros, puedo ver los edificios de pisos de uno de los barrios residenciales más ricos de São Paulo, con sus fachadas elegantemente pintadas y cada uno rodeado de altos muros y verjas eléctricas. Los chicos ricos del colegio privado que está enfrente se dejan caer por la favela para obtener su dosis de marihuana o crack. "Vienen como si fueran al McDonald's", me dice mi guía, un licenciado universitario que ha decidido vivir y trabajar en la comunidad.

Óscar Vilhena dice que no se puede hablar de imperio de la ley cuando no existe una igualdad básica ante la ley. Los privilegiados están por encima de ella
Dos millones y medio de personas viven en favelas. La de Real Parque es una de las mejores. "Es el Chelsea de las favelas", dice un experto local
"¿Qué les gustaría ser de mayores?". "¡Policía! Para poder matar a la gente", respondió un niño mientras hacía gestos de disparar. Bang-bang

¿Cómo reaccionan las madres cuando sus hijos se unen a las bandas? "Van a rezar". Al salir de un estrecho callejón nos encontramos con una de las iglesias neopentecostales que son tan populares entre los pobres de Brasil; en realidad, es poco más que un feo bloque de cemento con un letrero pintado a mano. Delante de la iglesia hay un grupo de adolescentes con chándal y deportivas. "Nada de fotografías", dice bruscamente el guía. Son los traficantes. Estos jóvenes prefieren una vida corta y emocionante en una banda que la perspectiva de años de tedio trabajando en jardines, lavando coches y paseando a los perros de los ricos que les rodean. El novato que se limita a estar de guardia ya gana más que un maestro. ¿Para qué molestarse en estudiar?

Al anochecer, mientras volvemos por una calle de casuchas ocupadas por tiendecitas y bares, hablamos con un tipo que lleva rastas y dice llamarse Cacao. Es un artista de hip-hop que en los escenarios utiliza el nombre de MC Magus. ¿Canta sobre su vida cotidiana? Por supuesto inicia un rap allí mismo, en la calle polvorienta: "Los días idénticos son difíciles de soportar, un pueblo encerrado en el trabajo, atado por las normas, las propuestas y los homicidios" (suena mejor con la rima en portugués y un ritmo de rap). Canta sobre la opresión, la impotencia y una discriminación que es además de tipo racial, porque la mayoría de la gente que vive aquí, como en casi todas las favelas, es negra. Después, su novia me imprime una copia de esa canción -Caminando en la oscuridad- en su viejo ordenador, en la caseta de cemento en la que viven, y hablamos. En algunos aspectos, las cosas están mejor desde que las bandas se adueñaron del poder, dice MC Magus. Por lo menos mantienen la paz dentro de la favela. ¿Y las fuerzas de policía? Se ríe: sólo aparecen para recaudar su parte de los ingresos de la droga.

De los más de 19 millones de personas que viven en la vasta extensión metropolitana de São Paulo, se calcula que 2,5 millones viven en las favelas. La de Real Parque es una de las mejores. "Sí, es el Chelsea de las favelas", asegura con una sonrisa un experto local en violencia urbana. Para ver cosas peores hay que recorrer por lo menos una hora de coche, hasta algún sitio como São Bernardo, el municipio en el que el presidente Lula creció en la más absoluta pobreza y se dio a conocer como dirigente sindical del sector del automóvil. Aquí las chabolas se extienden por todas partes, hasta el horizonte. Para sus habitantes, lo que yo he hecho en una hora de coche supone cuatro horas en autobús y a pie para ir a trabajar (si tienen suerte) como servicio doméstico en uno de los barrios acomodados. "Mi doncella", suele comenzar la buena gente de izquierdas de São Paulo cuando quiere contar la vida de los pobres urbanos, mientras degusta una excelente comida en uno de los maravillosos restaurantes de la ciudad, "tiene que levantarse a las cuatro de la mañana para estar en mi piso a las ocho".

Una auténtica democracia

Brasil es, junto a India y Estados Unidos, una de las democracias más grandes del mundo. Es una auténtica democracia desde hace menos de 20 años, y ya ha superado la prueba del traspaso pacífico de poder entre partidos y presidentes rivales. Esta joven democracia ha sobrevivido a crisis económicas, un sistema federal de una complejidad chirriante y repetidos escándalos de corrupción. Cuenta con una prensa libre, vibrante y combativa. El ejército, que antes controlaba el país, ahora permanece en segundo plano. En muchos sentidos es un experimento esperanzador. Pero la pregunta que queda pendiente es durante cuánto tiempo es posible que se mantenga una democracia liberal con tales grados de desigualdad, pobreza, exclusión social, crimen, drogas y anarquía. En el país vecino, la Venezuela de Hugo Chávez, puede verse la permanente tentación populista.

En realidad, habría que preguntarse hasta qué punto se puede considerar que ésta es una democracia liberal, dados los extremos que coexisten en ella. El especialista legal brasileño Óscar Vilhena Vieira dice que no se puede hablar propiamente de imperio de la ley -uno de los elementos esenciales de la democracia liberal, a diferencia de la meramente electoral- cuando no existe una igualdad básica ante la ley. Aquí, los pocos privilegiados están por encima de las leyes (una Paris Hilton brasileña no habría acabado tras las rejas) y los numerosos pobres están por debajo de ellas. Los ricos, en la práctica, gozan de inmunidad frente a la policía local, y la policía local goza de inmunidad por cualquier cosa que haga a los pobres, que casualmente, en su mayoría, son negros. En las favelas, la mayoría de los asesinatos se queda no sólo sin castigo, sino sin investigar. En una escuela pública del municipio de Lula, São Bernardo, me invitaron a hablar en una clase de inglés durante unos minutos. ¿Qué les gustaría ser de mayores?, les pregunté. "¡Policía!", gritó un niño de 11 años. ¿Y por qué le gustaría ser policía? "Para poder matar a la gente", respondió, mientras hacía gestos de disparar con las manos. Bang-bang.

Como en 'Ciudad de Dios'

Ocurrió tal como lo cuento. No hice ninguna pregunta deliberadamente capciosa. Comprobé dos veces que me habían traducido bien lo que había dicho el chico. Encontrarse por las buenas en un mundo que, en lo fundamental, se parece tanto a la pobreza, la violencia de la droga y la corrupción policial que retrataba la fascinante película de Fernando Meirelles Ciudad de Dios -sin la música ni el glorioso tecnicolor- es una auténtica conmoción. Pero conviene evitar la trampa del tópico periodístico y tener en cuenta el otro lado de la historia. MC Magus me decía que no le gustó Ciudad de Dios porque sólo mostraba lo malo. La mayoría de la gente de la favela pretende trabajar y tener una vida decente, a pesar de las horribles circunstancias. Él tiene una larga jornada como repartidor de pizzas en su moto. Ayer mismo celebraron una gran fiesta callejera para conmemorar a un santo muy popular. En las favelas hay cada vez más pequeñas empresas y pequeños empresarios. Hay admirables activistas de ONG, como mi guía, que intentan abrir los horizontes de la gente por medio de los ordenadores, el teatro, el deporte o el hip-hop.

Bajo el mandato de dos presidentes sucesivos, Lula y su predecesor Fernando Henrique Cardoso, los Gobiernos han tratado de aumentar las oportunidades de empleo, la formación profesional y, sobre todo, la educación básica. Aproximadamente dos tercios de los niños en la escuela en la que fui brevemente profesor invitado están allí, en parte, porque sus familias reciben ayudas a cambio de que el niño vaya al colegio el 85% del tiempo (el dinero se le paga directamente a la madre). "Los niños con ayudas vienen a clase", dice el director del centro. Cuánto aprenden es otra cuestión, dado que acuden en tres turnos, mañana, tarde y noche, son 45 por clase y los maestros están espantosamente mal pagados y sobrecargados de trabajo. Pero, por lo menos, algunos tienen deseos de aprender.

"Yo quiero ser médico", dijo una niña en la tercera fila, después del aspirante a policía. ¿Por qué? "Quiero salvar vidas". El futuro de la democracia liberal en Brasil dependerá de cuál de los dos tenga más posibilidades de hacer realidad sus sueños infantiles.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Un joven brasileño observa unas favelas.
Un joven brasileño observa unas favelas.RICARDO GUTIÉRREZ

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