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COLUMNISTAS

Abierto 24 horas

A veces, yendo por Internet de un blog a otro para hacerme con una dosis de malalecheína, tengo la impresión de que, parafraseando en mal rollo a Gil de Biedma, bien podemos decretar que navegamos entre las ruinas de determinadas inteligencias. Las de algunos Vigilantes de lo Ajeno aquejados de flojera de esfínteres informáticos. Parece mentira que algo aparentemente frío como la Red nos delate con tanta eficacia, con una pasión propia de la pluma y la tinta y los puñales emboscados. Por ese espacio libre e infinito proliferan caravanas de egos en todas las direcciones; si un día entran en colisión, no vamos a necesitar el Apocalipsis. Implosionaremos por una saturación de fuentes o una congestión de párrafos destinados a glosar eso, los escombros de las mentes de los bloggers y muchas de sus miserias.

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¿De dónde sacarán las horas?, me pregunto. Matías Vallés, a quien rescato como modelo precisamente contrario de los que he mencionado, se limita a colgar en su blog Al Azar los afilados artículos que escribe para Diario de Mallorca; la web Diario Proactivo del Atlántico, que coordina Antoni Ramis, también suele poner ahí sus cosas: lo cual me ha permitido, por ejemplo, leer su resumen del año pasado, pieza de una sorna reconfortante que me perdí en su día por estar trotando por esos mundos. Bien, lo de Matías y otros pocos es un ejemplo de elegancia y concisión que pocos siguen. Lo más normal es que los egoblogs con columna fija en algún papel se reproduzcan -en todos los sentidos, me temo; no deja de ser lógico, en la era de la clonación-, se autociten, se autobombeen, se manden mutuamente besitos y se entreguen a la práctica de aburridas gallardas mentales que ningún buen periódico les permitiría publicar. Y entre los sobos informáticos a quienes devolverán con diligencia el magreo, gran espacio para el objetivo que nunca pierden de vista: la denuncia, la calumnia, el rencor y varios etcéteras más.

Me pregunto, insisto, de dónde sacarán el tiempo. Sin duda sufren la desazón del no ser, es la insoportable levedad del soporte, que cualquier virus puede torpedear, lo que les mantiene insomnes y atentos. Yo no me imagino a alguien que es y que seriamente escribe dedicando sus valiosas jornadas y su prosa a un desahogo bloguero índole Inquisición Sin Complejos, aunque es verdad que Internet ha abierto una puerta para la literatura que quienes poseen talento y son jóvenes sabrán aprovechar si poseen la bendición de la síntesis y el don de la elipsis, a falta de un editor inteligente.

Sin embargo, estos afanosos Conserjes Abiertos 24 Horas controlan y escriben sin pausas. Los imagino con un termo de café al lado, frotándose las manos, ojerosos, incapaces de separarse de las pruebas de los numerosos delitos que deben denunciar; listos para clavar la primera banderilla a las seis de la mañana. Qué esfuerzo, señor, lo que hay que sudar para repartir veneno. Aunque es cierto que más habrían sudado en los tiempos de mi tía Pérfida, que escribía a mano los anónimos e iba personalmente a depositarlos en el domicilio del destinatario, arrodillándose para deslizarlos por debajo de la puerta. Acabó con varias hernias discales y con no pocos matrimonios del barrio, disueltos por su maledicencia como azucarillos en Agua del Carmen, por continuar con imágenes de su época.

Antes -me refiero a antes de los blogs- nos enterábamos de que alguien se había cambiado de camisa porque le seguíamos en los periódicos. Pero no es lo mismo un artículo semanal que un diluvio de baboso entusiasmo cotidiano acerca de los diversos artículos semanales que ponen en circulación los afines. El trabajo periodístico se lee y se olvida, y hasta puede uno creer que el autor no es, en el fondo, tan borde como parece. Tal posibilidad de indulto se evapora con la meridiana y brutal revelación que constituyen los blogs. Así es como nos vamos enterando, por ejemplo, de que Mengano o Fulano, antiguos amiguetes, se han convertido exactamente en lo opuesto de lo que fueron, quisieron ser o creímos que eran.

La Red, a su manera, también denuncia al denunciante.

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