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Columna
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Bosques, ríos, estepas: Rusia

Quienes han sido atraídos por la literatura rusa advierten, según van pasando ante ellos las páginas maravillosas de tantos escritores clásicos, que esos libros tienen la virtud de ser un largo viaje por los campos rusos. A la par que se sigue una historia se adquiere el conocimiento de un paisaje que es casi un trasfondo vital. Buena parte de la novelística rusa pone en sus tramas el influjo de la naturaleza y los personajes toman humanidad por una sutil dependencia invisible con el entorno físico. La variedad y secreto de los caracteres pueden responder a los cambios del clima, a la lluvia en los grandes bosques, a la vegetación de la primavera, al vacío de las enormes distancias.

Dos autores fueron maestros en dejar traslucir la presencia del paisaje: Turguénev y Antón Chéjov, separados por medio siglo. Y ante la comprobación de este rasgo literario viene al recuerdo Konstantin Paustovski y su obra, en la que invocó el deber de respetar la naturaleza. A veces, empleando términos que coinciden con las ideas de Chéjov expresadas a través de su personaje Astrov de El tío Vania: "Los bosques adornan la tierra, enseñan al hombre a comprender lo bello".

Este escritor Konstantin Paustovski, nacido en 1892, en Moscú, desarrolló pronto su vocación -su primer cuento es de 1912-, y logró con sus novelas y libros de ensayos un especial prestigio y el respeto por su posición independiente junto a los famosos literatos de la época soviética.

Se ha dicho que el ruso antiguo sentía la necesidad de marchar de un lugar a otro y buscar un punto ideal en los interminables caminos de su patria, y así lo debió de sentir Paustovski porque viajó incansablemente durante años. Recorrió las más variadas comarcas rusas y esa experiencia quedó recogida en su extenso Relato de una vida, amplia crónica escrita de 1946 a 1966, una de las grandes autobiografías rusas; bellas imágenes de ciudades, de vida humana, de acontecimientos y en especial, testimonio del espléndido paisaje ruso. Porque Paustovski fue un ferviente defensor de los bosques, los ríos, los lagos, altas montañas y vastas estepas que esperaban ser cultivadas, y hasta sus detalles más nimios supo contarlos.

Escribió cuentos y novelas en las que una pequeña área geográfica casi juega el papel de protagonista. En años en que nadie tenía conciencia del desgaste y peligros que amenazaban a los medios naturales, él dio la voz de alarma y pidió su protección; muy justamente puede ser considerado un "escritor ecologista".

Su primera novela con este compromiso es Kara Bugas, de 1932, historia del descubrimiento de valiosos yacimientos en una inhóspita bahía de las orillas del mar Caspio.

Igualmente, con su Relato del Norte, de 1937, sacó del olvido a la isla de Aland, solitaria en el centro del golfo de Botnia, a la que en invierno, cuando se hiela el mar, puede irse a pie desde San Petersburgo.

Konstantin Paustovski tomó de la realidad importantes figuras de su mundo y las recreó para hacerles partícipes de su pasión ecologista, y por ejemplo, fue el compositor Chaikovski en el Relato de los bosques, de 1948, quien pugna por comprar uno de éstos para evitar que talen sus centenarios abetos.

Otros conocidos poetas de la tradición literaria como Pushkin y Lermontov forman parte de la larga serie de personajes de Paustovski. Su seducción paisajista le encaminó a estudiar a Isaac Levitán, un pintor ruso en cuyos magníficos cuadros se reflejan la melancolía, la serenidad, la transparencia de los campos soñados por la poesía rusa de Tiútchev y de Fet. De este artista, Chéjov, su amigo, dijo que recogía en su pintura las voces misteriosas de la naturaleza.

Voces que sólo podía escuchar tras una atenta percepción de los paisajes para trasferirlos al lienzo. Como si hubiera intuido el pensamiento de Paustovski cuando escribió: "La contemplación es una de las bases de la creación, del amor a la tierra, y en primer lugar a la propia, a la tierra natal".

Juan Eduardo Zúñiga ha publicado recientemente la obra Desde los bosques nevados. Memoria de escritores rusos (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2010, 354 páginas, 23,90 euros)

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