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Entrevista:ANNA POLITKOVSKAYA

El azote de Putin

Esta periodista rusa se ha convertido en una de las voces más críticas con el Gobierno de Putin, sobre todo desde que quisieron envenenarla. En su último libro, 'La Rusia de Putin' (editorial Debate), le critica sus ínfulas de zar, la guerra en Chechenia y el amordazamiento de la prensa.

Septiembre de 2004. Asedio de Beslán, Osetia del Norte. Toma de rehenes en una escuela. Rusia Tv y el Canal 1 dedican breves informaciones sobre el asalto, sin casi alterar la programación. Sólo a través de los satélites, conectando con la BBC o la CNN, los ciudadanos pueden conocer lo que está sucediendo. Una periodista rusa, Anna Politkovskaya, sube en un avión para dirigirse a ese lugar. Se toma un té y a continuación se siente muy mal. Llama por su móvil y cae inconsciente. Despierta en un hospital. Ha sido envenenada con un producto que los médicos no logran identificar. La periodista, con aspecto de muy hacendosa y entregada, una mujer seria, enjuta y delgada, con gafas, que cruza las piernas fuertemente y también las manos, ha pasado por Madrid para promocionar su último libro, La Rusia de Putin. No quiere entrar en detalles sobre su terrible aventura, no quiere contar mucho al respecto. Los periódicos europeos han titulado sus crónicas sobre ella con cosas como: una periodista contra Putin. Tiene un premio de periodismo, el del Pen Club Internacional, por escribir sobre la guerra de Chechenia, por sugerir que Moscú está alimentando el conflicto bélico en beneficio de Putin.

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Antes de Beslán, había adquirido notoriedad en 2002, cuando, siendo corresponsal de The Sunday Times, unos supuestos terroristas tomaron como rehenes a todos los espectadores del teatro Dubrovka de Moscú, acción que se saldó con 190 muertes. Anna actuó como intermediaria y consiguió que liberaran a algunos rehenes a cambio de comida. En una de sus mediaciones declaró: "Están dispuestos a matar, pero no ya mismo". "El presidente Putin debe decir que pone fin a la guerra, ellos necesitan oírle decir esas palabras". Y antes de eso había profundizado en la violación de los derechos humanos en la guerra de Chechenia; denunció las torturas y el terror que practicaban los militares rusos con la población.

Rusia no es un Estado de derecho, es el mensaje que Politkovskaya lanza tras cada una de las historias que cuenta en sus libros -La deshonra rusa, Una guerra sucia-. Incluso llega a sugerir que, comparando la era Putin con la de Stalin, no hay tantas diferencias.

Asegura que no pretende analizar, sino describir, transmitir frescos de la realidad que observa de cerca, así como las reacciones emocionales que todo eso le produce. Las frases, las páginas, las historias personales que describe son, en efecto, un grito emocional, y requieren un lector algo familiarizado con la evolución rusa para ser comprendidas del todo. Quizá el lector occidental también eche de menos más datos de los que esta periodista, consciente de su papel de denunciadora casi en solitario, nos ofrece de una realidad bastante opaca de cara al exterior. Por otro lado, no hay duda de que se han violado los derechos humanos en Chechenia, de que se ha torturado; el pasado febrero, Putin ha sido condenado por ello por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Tampoco es disparatado decir que en Rusia la corrupción campa por sus respetos y que la libertad de expresión ha sido cercenada. Finalmente, es verdad que han intentado asesinarla. Todo ello es sabido, ha sido repetido. Pero nos gustaría que Politkovskaya nos ofreciera algo más. Sobre todo porque cuando nos muestra algunos casos de corrupción, por otra parte viejo vicio entre los políticos rusos, o los abusos de los militares rusos, a través de un par de casos, te asalta la duda de si no estaremos ante una mujer sincera, pero también ante uno de esos personajes radicales y siempre en contra, siempre más puros que nadie y que son incapaces de detectar el menor atisbo de cambio positivo si éste se diera.

¿Qué le anima a usted a tener tanto valor, hasta poner en peligro su vida?

Soy una fanática de mi profesión. Es un trabajo que nos da la posibilidad de contar lo que en realidad sucede. Ahora mismo, no puedo hacerlo de una manera tan activa como antes, cuando podía intervenir en televisión. Pero yo no le tengo miedo a las restricciones, porque en Rusia hay gran tradición de samesdak, que es literalmente autoedición. En la época soviética no podíamos editar libros ni leerlos, y los copiábamos a mano.

¿Se editan sus libros en su país?

Solamente fue editado un libro mío, que se vendió muy bien; al reeditarlo, en muchos lugares se impidió la distribución en las librerías. Pero no sería justa si me quejara de falta de atención.

Me ha llamado la atención que a veces contrapone a Putin con Yeltsin, al que hace pasar por alguien mucho más tratable en un sentido político, más liberal, más demócrata. ¿Es que Yeltsin le gustaba realmente?

¿Qué ha podido pasar para que ahora Yeltsin nos parezca una persona incluso simpática? Sí, en cuanto a la libertad de prensa, por ejemplo, ésa es la realidad. En los tiempos de Yeltsin podíamos escribir todo. Es más; Yeltsin reaccionaba a lo que escribíamos y el gran mérito de los periodistas de aquella época fue que le convencieron de que cesara la primera guerra en Chechenia. Finalizada la guerra, Yeltsin aprobó leyes que permitieron pagar unas compensaciones a la gente por sus casas destruidas y unas pensiones dignas a los soldados heridos. Ahora todo aquello se ha derrumbado. Los mutilados de guerra tienen sus pensiones suspendidas y los soldados que vuelven de la batalla tienen que aguantar con una limosna que da vergüenza; a un soldado que ha perdido sus piernas le pagan 20 dólares. Y en cuanto a los chechenos, absolutamente nada para ellos. Los chechenos están cargando con la responsabilidad colectiva de lo que está pasando. Todos ellos responden por lo que hacen algunos. Y refiriéndonos a Putin, no hay un solo canal de televisión independiente que pueda ofrecer información alternativa que difiera de la postura oficial. No sólo en lo que se refiere a la guerra, sino a las actividades del Parlamento, al Gobierno, o a la situación calamitosa que están viviendo ciertas capas de la sociedad. La situación de la tercera edad o la educación son temas demasiado dolorosos para Putin como para hablar de ellos.

¿Qué piensan los rusos comprometidos de la actitud pasiva de Occidente ante esa situación de violación de los derechos humanos en Chechenia y de corrupción y falta de libertad de expresión para los rusos?

No puedo decir, en general, cómo se juzga o analiza esto en Occidente, porque sólo puedo seguir la prensa inglesa y poco más. Pero por intuición me parece que hay poco interés por lo que nos ocurre. Cuando me envenenaron, me visitaron muchos periodistas extranjeros que trabajan en Moscú; me dijeron abiertamente, y les agradezco su sinceridad, porque yo no quería conceder entrevistas sobre este asunto, que debía convencerme de la conveniencia de hacerlas, porque lo que me había ocurrido era un pretexto para que pudieran hablar de lo que sucedía en Rusia. Por eso accedí.

En su libro creo que menciona la existencia de una sola radio independiente.

Sí. Sólo hay una emisora de radio que ofrece una información alternativa. Pero cuando pedí al director de esta emisora, que se llama Eco Moscú, que nos dejara proponer que los periodistas podíamos garantizar con nuestra presencia la primera ronda de negociaciones con los chechenos, como personas sin interés por cobrar un dividendo político, sino únicamente interesadas en el fin de la guerra, el director de la emisora no pudo dar su visto bueno, porque la presión que ejercía sobre él la gente del presidente era muy fuerte. Lo que me dijo fue simplemente: si no, nos van a hacer daño… Solamente queda Internet. Es el mejor medio para saber qué ocurre. Lo malo es que, siendo la fuente de información más libre en Rusia, sólo es accesible para el 18% de la población. Rusia sigue siendo un país agrícola.

¿Hasta qué punto la experiencia de la 'revolución naranja' de Ucrania puede servirles de ejemplo a los rusos? ¿Hay deseos de imitarla?

La revolución naranja ha ejercido una influencia enorme. A mucha gente se le abrieron los ojos. Incluso a nosotros mismos, los de la era postsoviética, nos ha sorprendido lo que ha influido. Nos consideramos pasivos. Estamos acostumbrados a ser esclavos, porque la esclavitud nos hizo así sin darnos cuenta; unos seres incapaces de protestar, de luchar contra la corrupción o contra la falsificación en unas elecciones. Y, de pronto, en Ucrania hemos visto que es posible. Bueno, primero en Georgia y luego en Ucrania. Pero los caucasianos son distintos; sobre todo los del sur, son más emocionales. Pero es que los ucranios son prácticamente como los rusos, y sin embargo se han atrevido. Todo diciembre estuvo marcado por este pensamiento que martilleaba las mentes de la gente: ellos han podido, ¿por qué nosotros no? ¿Por qué nunca hemos podido hacer nada? La gente en Rusia se enamoró de esa revolución.

Pero Ucrania sufrió el estalinismo de una manera especial. Allí murieron millones de personas de hambre; los dejaron morir de hambre a propósito, para dominarlos. Se puede pensar que eso que se llama la memoria colectiva les impulsaba a separarse del dominio ruso; pudo haber sido el verdadero motor de la 'revolución naranja'. ¿Cuáles podrían ser los motivos de los rusos para despertar de su letargo?

Las hambrunas fueron terribles en Ucrania, pero también afectaron a las regiones del Volga. No podemos decir que la nación ucrania fue la que más sufrió el estalinismo; todas sufrieron, todas entregaron su gente. Entre los caucasianos hubo pueblos enteros deportados, desplazados con grandes sacrificios a otras partes del país. Y los rusos perdieron a la mayoría de sus mejores intelectuales, que fueron eliminados.

Han pasado 20 años desde la 'perestroika'. En ese momento, mientras a los europeos nos parecía muy importante lo que representaba Gorbachov, y la 'perestroika' y la 'glásnost' fueron palabras casi mágicas, descubríamos que los rusos no querían a Gorbachov. Hablaban mal de él, aunque sin dar mucho detalle, como si los males que acarreaba fueran obvios. En cambio, enseguida comenzaron a hablar bien de Yeltsin, sin llegar a comprender muy bien por qué.

Personalmente tengo muy buena opinión sobre Gorbachov, pero ese rechazo del que habla tiene una explicación. En primer lugar, él destruyó la Unión Soviética. Los rusos, sobre todo los rusos, estaban muy en contra de la desaparición de la URSS, porque estaban acostumbrados a ser el Gran Hermano, el imperio, el principal componente de este imperio. Gorbachov permitió la desunión. Su perestroika condujo a que la Unión Soviética se desintegrara.

Pero fue Yeltsin quien llevó a cabo el desmembramiento…

Sí, lo hizo Yeltsin, pero fue consecuencia de la política de Gorbachov. Gorbachov falló en conseguir un nuevo acuerdo entre las repúblicas, y, como resultado de eso, se produjo el encuentro en el que Yeltsin firmó un trato con los líderes de Bielorrusia y Ucrania sobre la separación. La segunda crítica que se le hace a Gorbachov es más bien de carácter freudiano y está relacionada con Raísa Gorbachova. No se veía con buenos ojos que la primera dama destacara tanto. No era la costumbre en Rusia, y la mayoría del país no podía aceptar ese cambio de comportamiento. Eso irritó mucho y Yeltsin lo aprovechó.

No parece un motivo consistente cuando los cambios propuestos por Gorbachov significaban realmente una revolución…

Lo de Raísa tuvo su importancia; es una de esas cosas que permanecen tenazmente en la memoria de la gente, que por sí solas no movilizan a muchos, pero que unidas a otras razones… Y las otras razones eran muy serias. Era ese desmembramiento del imperio; la caída del muro de Berlín y la retirada de las tropas de Alemania del Este fueron percibidas por la mayoría de los rusos como una rendición. Se le acusó a Gorbachov de haber vendido el país, de haberse vendido a los alemanes. Ésa era una razón de mucho peso. Recuerde que cuando Putin llegó al poder y dijo que consideraba que la desaparición de la Unión Soviética era un trágico error y que iba a intentar volver a unirla, la mayoría de la gente le aplaudió. Putin ganó con esa propuesta. Y no sé si se ha fijado en que la mujer del primer mandatario ha vuelto a ser alguien sin presencia política. No se la ve nunca, no dice nada. Y eso es muy aplaudido.

Pero se podría pensar que muchos rusos anteponían las libertades que ofrecía la apertura de Gorbachov a la desaparición del imperio soviético. ¿O eso no era así para ustedes, lo era sólo desde el punto de vista de los europeos?

No, esa deducción no era válida, salvo para los jóvenes. La juventud sí quería y quiere estar en Europa, sentirse europea de pleno derecho. Las mujeres jóvenes quieren hacer carrera profesional, en contra de una creencia arcaica popular rusa de que todas las mujeres son tontas. Porque el comunismo no cambió la situación de la mujer; sólo creó unas imágenes para sugerir lo contrario; había hasta una mujer cosmonauta. Así que los jóvenes son el sector de la sociedad que siempre ha elegido la democracia en vez de la vuelta al imperio.

Y usted, ¿qué salvaría de la época comunista?

(Suspira profundamente). No sé qué puedo decir. Me es difícil encontrar algo positivo. Soy una periodista que empezó a trabajar cuando aún existía la URSS. ¿Pero qué hubo de bueno allí? Cuando estalló la guerra de Afganistán, no solamente teníamos prohibido escribir sobre ella, sino hasta pensar en ella.

Ahora, en EE UU tampoco dejan sacar imágenes de los ataúdes con los soldados que vuelven muertos de Irak. Esa represión de la información hubiera sido imposible de mantener en la guerra de Vietnam. ¿Vamos hacia atrás?

No sé. En Rusia no se podía ni mencionar. Hubo muchas víctimas; era una guerra injusta que dio vida, al fin y al cabo, a personajes como el propio Bin Laden. Nosotros sabíamos que los militares traían drogas, que las primeras partidas llegaron a Rusia desde Asia Central. Entonces fue cuando empezaron los primeros problemas con la drogadicción, en un país que vivía aislado; tanto que ni siquiera conocíamos la palabra heroína.

¿No encuentra nada positivo del régimen comunista?

Nada, no encuentro nada positivo.

Antes hacía referencia a la pasividad del pueblo ruso, a su falta de decisión para hacer que las cosas cambien. ¿Qué consecuencias tiene esa actitud de resignación desde el punto de vista psicológico; tiene que ver con la depresión?

Sí, está claro que la sociedad soviética ha sido y es muy depresiva, y que el optimismo oficial contrasta con esa depresión casi colectiva.

¿Pero qué cambio quería la gente, que, sin embargo, no soportaba a Gorbachov?

Bueno, lo que mucha gente quería era un socialismo mejorado. Y esa fue la idea de Gorbachov, es decir, modificar algo el sistema, pero solamente algo. Lo que ocurrió es que cuando empezó a remendarlo, todo se le vino abajo, porque estaba podrido por dentro. Midió mal sus propias fuerzas. ¿Pero qué otra cosa podía hacer, siendo un representante de lo viejo, un funcionario, una persona que se licenció en la escuela del partido? Todos nosotros tuvimos grandes lagunas en nuestra educación. Todo eso conforma una mentalidad.

A menudo quienes hacen una transición proceden del viejo régimen, como ocurrió en España con Adolfo Suárez. Sin embargo, ¿les faltó a ustedes una voluntad expresa de consenso? Los políticos españoles, en aquel tiempo, hablaban en plural, lo que respondía a un acuerdo de mínimos en el que todos participaban honestamente. Pero en Rusia no pasaba eso, todos daban su fórmula mágica, cada uno en su propio nombre, como si cada uno fuera un zar.

Sí, primaba el individualismo. El individualismo de la élite. Mientras tanto, no era un secreto que cuando la gente empezó a salir por primera vez al extranjero y ver cómo vivían los europeos, la simpatía de la gente, la limpieza de las calles y todo lo demás, de pronto quisieran ser como ellos. Porque la imagen que nos habían transmitido de los europeos era completamente distinta. Nos habían dicho que era una sociedad podrida. Esa reacción también se produjo.

Volvamos a Putin. Parece que la gente le sigue apoyando. ¿Esa propuesta suya prometiendo volver a unir todas las naciones de la Unión puede más que las infracciones contra los derechos humanos o el amordazamiento de la prensa?

Las estadísticas de Rusia son soviéticas. Si mira los sondeos de opinión independientes, verá que Putin no tiene un 50% de apoyo, como dicen ellos. Sólo cuenta con un 30%. Pero ya he dicho que la capacidad de oponerse no es el punto más fuerte del pueblo ruso. Nosotros resistimos muy bien al enemigo externo, pero no sabemos oponernos a los opresores que intentan devolvernos al tiempo de la esclavitud. Ahí es donde conectan enseguida los instintos de conservación. Las familias intentan sobrevivir, piensan en la época de Stalin, el miedo les ocupa la mente. Se preguntan cómo pueden luchar contra el KGB y se convencen de que no pueden. Si el KGB, en este caso el Servicio Federal de Seguridad, está de nuevo en el poder, lo que hay que hacer es intentar sobrevivir, conservar la familia, protegerla, porque eso ya es bastante. Esa defensa de la familia es un sentimiento muy fuerte entre nosotros. Mi familia muchas veces me dice que tenga más cuidado, porque su supervivencia depende de la mía. Y la historia no pasa en vano. El estalinismo no está erradicado de las conciencias de la gente. Tanto en la élite como en la gente normal ha de pasar todavía mucho tiempo. Sabemos que es así, y, al mismo tiempo, que no hay que rendirse, porque si no lo intentamos, nunca sucederá nada. Seguiremos resignados con la corrupción y la mentira.

En España podríamos decir que éstos no son buenos tiempos para la lírica.

En Rusia decimos que es tiempo de encerrarse en la cocina, de dedicarse a la pequeña lírica de la casa y callarse.

¿Ve similitudes entre Berlusconi y Putin en el manejo de los medios de comunicación?

Creo que tanto Berlusconi como Putin saben cómo se puede dirigir un país con ayuda de las mafias, o, para ser más exactos, con ayuda de las relaciones de tipo mafioso. Sin duda, tenemos en común problemas con la libertad de expresión, pero nosotros, además, no encontramos protección en los tribunales, porque el poder judicial también actúa bajo las presiones del Gobierno. En Italia no pasa eso. Los jueces ponen a Berlusconi en entredicho. En Rusia, en cuanto un juez se queja de que está siendo presionado lo echan… y se acabó el problema. Este sistema permite que el presidente del Gobierno nombre a los jueces. Nosotros, en vez de una asociación de Manos Limpias, tenemos una asociación de jueces destituidos. Así que estamos peor que en Italia.

Cuando a Putin se le recuerda la mala situación de la democracia en Rusia y que debe ponerle remedio, contesta que sí, pero que la democracia debe hacerse de acuerdo con la tradición rusa. ¿Sabe a qué se refiere?

Sinceramente, no. Intentando explicarnos lo que quería decir, nos dijo que cada país tiene su propia tradición, y puso como ejemplo a Bokassa, que se comía directamente a sus adversarios políticos. Al escuchar aquello, la gente se quedó presa del pánico. Entonces, ¿está hablando de una democracia esclavista? Porque eso no es una democracia. A mediados del siglo XIX fue abolida la servidumbre en Rusia, pero no duró mucho esa libertad, porque pronto comenzó la esclavitud soviética. Así que, ¿a qué tradición democrática se refiere Putin? Los rusos estamos precisamente en contra de esa tradición. A Putin la sociedad no le dio permiso para hacer una democracia a su medida. Él no es un zar, aunque se atribuye las competencias de un zar. El zar es el representante de Dios en la Tierra; ésa es la tradición rusa. En cuanto a Putin, no podemos hablar de ninguna providencia ni ningún designio de Dios. Él es un señor que proviene de un entorno contrario a la religión; así que, de verdad, ¿de qué habla?

¿El hecho de haber sido condenado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, cree que le hará cambiar?

Por ahora no le ha afectado nada. Todos esos desmanes en Chechenia han sucedido no porque Putin no los conociera, no por culpa de algunos militares perversos, sino que él tenía, y tiene, los ojos bien abiertos y es consciente de lo que pasa. Dentro del país hemos comentado muchas veces esta cuestión.

Dice usted que los militares torturan, matan a civiles, hacen lo que quieren sin el menor temor a ser castigados, que los jueces no pueden trabajar. Pero en el libro cuenta el caso de un general llamado Budanov que viola y mata a una joven chechena, que es absuelto por un juez, pero que, en una segunda vuelta, es condenado. Al menos hubo una rectificación, ¿no?

Primero la Administración negó que Budanov tuviera que ser condenado y un juez instruyó el caso en este sentido. Y luego las organizaciones pro derechos humanos, las fuerzas democráticas lograron, a través de Joschka Fischer, entrevistarse con el canciller alemán, Schröder; su mediación ante Putin, diciéndole que un violador no podía escapar a la justicia, sirvió para que el presidente sustituyera al juez. Y este nuevo juez tenía otra tarea asignada, que era la de condenar a Budanov. Pero eso no es una prueba de la independencia del juez, ni una hazaña personal. Es que recibió otras instrucciones. Ya me gustaría poder darle las gracias por haberse jugado algo personalmente, pero fue otro mandado. Igual que el primero. No es serio que los líderes europeos anden con mediaciones de vez en cuando. Aquí se trata de respetar los principios, no de acceder graciosamente a una petición. La modificación del sistema judicial en Rusia, un cambio legislativo, arreglaría muchas cosas.

Al mismo tiempo que se producía la intervención de Schröder, en Moscú había manifestaciones a favor del general.

Sí, pero hubo incluso algunos militares en contra de ese general.

¿Es ésa una señal de que algo se está moviendo?

No nos engañemos; para ellos es muy habitual matar, pero hay que conocer la mentalidad de esta gente. ¿Por qué no la fusiló directamente, por qué ensuciarse violándola? Ésta fue la reacción entre los oficiales. Violar es algo que puede permitirse un soldado, pero no está bien visto entre los oficiales. Les repugna. En cuanto a las manifestaciones, fueron dirigidas por un movimiento reaccionario de nacionalistas rusos que decían que un oficial ruso no puede sufrir por culpa de una chechena.

¿Se ha fomentado el racismo desde Rusia hacia las demás repúblicas?

Sí. En la época soviética existió esa actitud paternalista desde arriba hacia abajo. Eso de nosotros sabemos cómo tienen que vivir ellos. Una mentalidad imperialista, que en la época de Yeltsin intentaron erradicar sus asesores democráticos. Pero cuando Putin llegó al poder, lo que hizo fue jugar de nuevo con estos sentimientos, utilizarlos. Y tanto en Ucrania como en Georgia, lo que se decía era: ¿pero quiénes son éstos, los que se están revelando contra nosotros? Sólo pueden actuar como nosotros digamos, nosotros somos superiores. De eso a decir que los rusos son una raza superior, pues no faltaba más que un paso. En la ola de este nuevo imperialismo ruso, que se basa en la seguridad de que nadie sabe hacer nada si no se lo enseñan los rusos, el reflejo condicionado imperialista sigue funcionando. Rusia mandó a sus mejores relaciones públicas para asegurar la victoria de Yanukóvich en Ucrania, pero se produjo lo que nosotros llamamos pisar el rastrillo; es decir, que te das con el mango.

Esa actitud me recuerda un episodio escrito por Milan Kundera: los rusos entran en Praga con sus tanques y la gente les tira piedras; un soldado ruso se pone a llorar y pregunta: pero ¿qué os pasa?, si venimos porque os queremos.

Sí, es eso. El paternalismo.

¿Piensa que Putin se cree que puede reconstruir el imperio o lo usa simplemente como reclamo electoral?

Sí, lo dice y lo cree. Pero ha pasado mucho tiempo desde la época de Gorbachov y nadie quiere volver a formar un imperio. Ahora lo que está de moda es comprar un apartamento en Kiev (Ucrania), si te lo puedes permitir, porque es la oportunidad de vivir aquí, pero cerca de Europa.

¿Qué dice su familia de la vida que lleva usted, de los peligros que corre?

Que no siga. Que lo deje. Quieren que me busque otra cosa; cuando me invitan a Estados Unidos a dar conferencias, me piden que me quede una temporada allí. Es que todos se quedaron muy impresionados con el intento de envenenamiento. He tenido suerte con mis dos hijos; mantengo una relación muy estrecha con ellos y se ponen muy contentos cuando estoy fuera de Rusia porque consideran que así estoy a salvo.

La periodista rusa, Anna Politkovskaya.
La periodista rusa, Anna Politkovskaya.MARIANA ELIANO

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