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Reportaje:

El mejor lugar para ser madre

Guillermo Abril

A través del cristal, entre las sombras de una luz tenue y hogareña, se intuye una figura revolviendo en busca de algo pum, pum, pum de la cocina a la sala de estar, golpeando con las plantas desnudas el suelo. Son las 7.34 de un martes de junio en Jessheim, extrarradio de Oslo, cuando Anniken Huitfeldt, mujer, madre y ministra de 40 años, se asoma al porche y dice: "Ando apurada. Salimos en 10 minutos", mientras se calza unas deportivas, vuela hasta el garaje arrastrando los cordones, encuentra los papeles que busca en el coche familiar y regresa de un salto, sin que transcurran 30 segundos. La prisa, elemento común de la mañana occidental. Y de sus madres. Eficiencia y velocidad. Niños y trabajo. Todo en uno.

"La lactancia es una obsesión noruega. Casi cuestión de Estado"
¿Y cómo compagina trabajo y niños?, le solían preguntar a la ministra
Desde 2009 están garantizadas por ley las plazas en guarderías
Hay unas 2.000 matronas. Y asisten a solas el 70% de los alumbramientos
Se pica algo a mediodía y se sale del trabajo a las cuatro para recoger a los hijos

En 12 minutos, Huitfeldt se encuentra ya en el asiento trasero del vehículo oficial ajustándole el cinturón al menor de sus tres hijos, de cinco años y rubio como ella. Para entretenerlo, la madre toma un periódico e interpreta en alto la tira cómica, cambiando de registro. El maletín de trabajo, cerrado, a sus pies. Esta política de ojos claros y mandíbula poderosa, con simpático tartamudeo, ocupa la cartera de Cultura del Gobierno noruego, pero fue ministra de Infancia, Igualdad y Asuntos Sociales entre 2008 y 2009, periodo durante el cual ella tenía a sus tres hijos en el jardín de infancia, y los medios solían preguntarle: "¿Y usted cómo compagina niños y trabajo?". A lo que ella replicaba: "¿Por qué no le van con la pregunta al ministro de Asuntos Exteriores?".

Cuestión de carácter y lengua afilada de esta "feminista" confesa. Pero si uno prueba a hacer la pregunta al azar en cualquier parque, cafetería u hospital a una madre primeriza, la respuesta sonará en Noruega casi como un eco: "Es muy fácil".

Este reino nórdico ha sido declarado "el mejor país para ser madre" en 2010, según el 11º informe sobre El estado de las mujeres en el mundo de la Fundación Save The Children. Un estudio exhaustivo en el que los noruegos sacan nota en casi todas las variables: desde la duración y cuantía del permiso de maternidad, de hasta 56 semanas, hasta la esperanza de vida femenina (83 años), pasando por el nivel educativo de la mujer, la escasa diferencia de ingresos con respecto al hombre (el 23%), la baja mortalidad infantil y la elevada tasa de fecundidad.

Así lo resumía Marit Sartz, una enérgica fisioterapeuta de 31 años, a 15 días de salir de cuentas, mientras mordisqueaba sandía en su terraza: "No tengo miedo. Aquí contamos con un buen sistema para cuidar del niño; y para la madre. Una buena sanidad. Y posibilidades de educación".

La ministra Huitfeldt ha tenido mucho que ver con esto. Mientras ocupaba el cargo de Infancia e Igualdad, su Gobierno, una coalición progresista, incrementó la baja por maternidad y paternidad hasta cotas desconocidas. Una noruega puede elegir tomarse 46 semanas de baja con el 100% del sueldo o 56 con el 80%; el hombre puede disfrutar de otras 10 con el salario íntegro (en España se conceden 16 semanas a la madre y 15 días al padre, ambos con sueldo). En 2008, el país batió récords de construcción de guarderías, y desde 2009 se garantiza por ley una plaza. Cerca del 90% de niños de uno a cinco años asiste a un jardín de infancia. Público o privado. Precio máximo: unos 280 euros. "Todas las medidas las tomamos a pesar de la recesión", dice Huitfeldt. "Le vimos muchas ventajas económicas". El coche oficial avanza bajo una mañana plomiza. Chispea sobre la autopista congestionada hacia Oslo. La ministra emplea 10 segundos para maquillarse. Acaba de dejar a su hijo en la guardería. Lo ha besado tras asegurarse de que llevaba todo con él; aun así, se olvidó el chubasquero en el coche y ella salió corriendo bajo la lluvia para dárselo. Rutina diaria. Contabilizada al minuto. Con tiempo para recogerle a las cuatro un par de veces por semana. Ir al teatro con todos. Preparar la tarta para el cumpleaños del mayor. La ministra muestra al final del día una maraña de papeles con cuadrículas horarias: su agenda. Cada día tiene hueco reservado a la familia. Cuestión de prioridades.

Otra maternidad es posible. Pero hay que ir a buscarla. "No es un proceso natural", dice Huitfeldt. "Lo que tenemos es el resultado de decisiones políticas". Y por qué no decirlo: de un pequeño empujón del oro negro. En 1969, el año en que nació ella, el país gritó "¡petróleo!" en el mar del Norte. Un bálsamo oleaginoso para una nación pobre y rural. Pero igualitaria. Sin feudalismo ni tradición aristocrática. Poco poblada. El sector supone un cuarto del PIB. Un fondo soberano derivado de sus beneficios garantiza las pensiones futuras. La crisis financiera apenas les ha despeinado. Pero el desarrollo industrial de los setenta inoculó también el veneno de las sociedades modernas. Tras años de baby boom, se pinchó la burbuja de la fertilidad. "La mujer comenzó a trabajar, y los hijos, yo misma, íbamos al colegio con una llave al cuello", dice Huitfeldt. "Nuestros padres no podían venir a buscarnos". Los hogares requerían dos sueldos, el empleo era incompatible con la crianza. Apenas había guarderías. Tocaba elegir: trabajo o familia. Los demógrafos dicen que un país necesita dos hijos de media por mujer para mantenerse en equilibrio y no envejecer. Rozaron el 1,5 a mitad de esa década. Hoy, con casi dos de media, renace a un ritmo solo superado por Francia, Islandia e Irlanda (la tasa española es 1,4).

El punto de inflexión arrancó en 1977, tras un intenso pulso del tejido local, femenino y asociativo, cuyo ideario caló a nivel político. "Feminismo de Estado", lo llaman. Se incrementó el permiso por maternidad de 12 a 18 semanas. Se le permitió al padre compartir parte de la baja. Se aprobó una Ley de Igualdad de Género, y se creó la figura del Defensor. A principios de los ochenta, la curva de fertilidad trazó su valle, coincidiendo con la ascensión a primera ministra de Gro Harlem Brundtland, símbolo del cambio. Madre y mujer al frente del país por primera vez. Cuando fue reelegida en 1986, nombró un Gobierno con un 44% de mujeres. Desde entonces, nadie ha bajado esa cuota del 40%, otro punto que valoró Save The Children. La revolución es permanente. Aquí, género y maternidad se cuelan en cualquier charla o primera página del periódico. El papel del hombre, el rol de la mujer. Los horarios de trabajo, las deducciones, la cuota de guardería. Huitfeldt repite: "Las políticas de igualdad son más importantes que el petróleo para la economía...". Ocho y media, hora punta al borde de la ciudad, y de pronto se interrumpe. "¡Mira esto!", grita señalando por la ventanilla: un tipo de origen paquistaní empuja un coche de bebé. "Estas políticas funcionan como un pegamento social: si los padres comparten tareas en casa, baja la tasa de divorcios y se tienen más hijos".

En este país, maternidad e igualdad se funden y retroalimentan. Y cuentan con un estudio para casi todo; analizan sus carencias, corroboran sus hipótesis. Para que nada les coja fuera de juego. "Es muy difícil establecer qué políticas tienen qué consecuencias", explica la demógrafa Marit Rønsen, del Instituto de Estadística. "Pero, en general, se admite que las medidas que fomentan la incorporación de la mujer al trabajo, el permiso para el padre y la igualdad de género, facilitan la maternidad". Y menciona los resultados de uno de esos estudios: en familias en las que el padre disfrutó del permiso con el primogénito, la probabilidad de tener un segundo hijo fue mayor. En 2009, tres de cada cinco padres (varones) tomaron seis o más semanas de baja. Ese año nacieron 61.000 niños, la cifra más alta desde 1972.

Martine Aurdal, una embarazadísima comentarista política y editora del diario Dagbladet, se encontraba camino del primero cuando nos recibió. Había salido de cuentas hacía tres días, pero seguía sin contracciones. Llevaba tres semanas en casa (el permiso comienza 21 días antes de la fecha), y había decidido tomar la baja corta. Noruega, dijo, se había convertido en uno de los países más igualitarios del mundo, según la ONU. Un lugar donde las mujeres suponen casi la mitad de los trabajadores (47%), tienen menos paro y hay más universitarias que universitarios desde 1993. Pero no se conforman. "Queda una última milla por recorrer", dijo. Un terreno pantanoso entre lo biológico y lo ambiental en el que una sociedad intenta descifrar por qué elige lo que elige. "Existe una igualdad casi total hasta el momento en que hay niños. Es el punto de no retorno en el que las mujeres comienzan a trabajar menos, a cobrar menos y a hacer más en la casa".

Si las primeras medidas de género (y maternidad) se centraron en mejorar las condiciones de la trabajadora, el nuevo estadio ha colocado el foco sobre el hombre. Para que ellas no pierdan tras parir, el varón ha de dedicarse por igual al hogar. Limpieza e hijos, cocina y mantenimiento. Doble salario. Bien. Pero también doble dedicación familiar. El último estudio del Defensor de la Igualdad señala que Noruega sufre una de las mayores segregaciones por género del continente. El empleo femenino se aglutina en el sector público (suman el 69%); y, por ejemplo, en el grupo ocupacional "ingenieros" hay un 12% de mujeres, frente al 97% en el epígrafe "profesores de guarderías y colegios". Además, el 43% tiene empleo a tiempo parcial, mientras en el caso masculino es del 13%. "Es sobre todo la mujer con más de un hijo la que trabaja a tiempo parcial", subraya el informe. El hombre con hijos, al contrario, es el que más horas dedica al trabajo.

Aurdal mostró sus dientes afilados. "Esta segregación no es biológica. Hay estructuras sociales que nos determinan", replicó. "Pero tampoco estaremos seguros hasta que exista una posibilidad de elección totalmente libre. Nuestro deber es construir una sociedad en la que esto sea posible. Los países escandinavos hemos demostrado que las políticas sociales pueden cambiar la opinión pública". En Noruega, donde sus 4,8 millones de habitantes rozan el pleno empleo y confían en general en la competencia de sus dirigentes, no cuesta conversar sobre la utopía. Los ciudadanos dictan, el Estado dispone. Por eso, quizá, los impuestos se pagan a gusto. La presión fiscal es una de las más altas (ronda el 47%). A cambio, cada familia recibe unos 120 euros mensuales por hijo. Hasta los 18.

"Nosotras tenemos que dar el pecho", dijo Aurdal volviendo a la naturaleza, "pero no creo que estemos en mejores condiciones de cuidar a un niño". Aun así, se confesó "asustada". No del parto o del nacimiento. Sino de que la maternidad la convirtiera en algo no deseado: "No quiero abandonar mi vida". Le aterraba perder el control. "Algunas madres brillantes me cuentan que no han leído un libro en años. No quiero que la maternidad sea cuestión de elección. Las jefas que he tenido eran solteras o sin hijos, y no creo que sea casualidad. Supongo que resulta un poco más duro siendo madre, pero no imposible. Con el tiempo, cambiaré las horas de trabajo. Recogeré al niño, iré a casa y trabajaré tras acostarlo". Educación, biología, estructuras sociales.

Katrine y Håkon Mentzoni han encontrado su camino. Esta pareja de juristas empleada en el sector público representa el nuevo concepto de familia. Equitativa, sana, dialogante. Su hija nació en noviembre, cuando la madre tenía 28 años (edad media del primer parto). Desde entonces, anda 10 kilómetros al día con el cochecito. Está en forma. Cuando salieron los tres a dar el rutinario "paseo largo" una mañana de sábado, ella llevaba ocho meses inmersa en la burbuja de la maternidad. Sin dudas: "Me siento afortunada de poder quedarme en casa y no perder mi carrera profesional. De conocer a mi hija. Mi trabajo ahora es cuidar de ella". La madre estaría de baja hasta agosto. Luego, el padre pasaría cinco meses con la niña uniendo permiso, vacaciones y parte de la baja de su mujer. Junto a un lago, Katrine se sentó a dar el pecho y dijo que solía verse como una feminista, "sin bodas ni hijos". Pero había cambiado su visión por otra más igualitarista. Ceder al marido una parte de la baja es poco común. "Mis amigas no lo hacen", dijo. Håkon protagoniza el cambio. "Mi madre fue quien se dedicó a los hijos. Pero a mí me apetece esta baja", explicó. "Estoy orgulloso. Es lo más importante de mi vida. Y pienso unirme al grupo de maternidad". Cuando nació Elvine, el centro de salud convocó a Katrine a una reunión con otras madres. Desde entonces, quedan los miércoles para contarse "lo que el resto de personas no quiere oír". Comparten dudas, resumen la semana y comprueban que eso que tiene su niño es normal. Se ayudan, porque ninguna cuenta con niñera y los abuelos aún trabajan. Aquí se jubilan a los 67.

"Padre, madre e hijos. Esa es la fórmula noruega", comentó Jeanett Wilberg, profesora de 32 años, cuando nos unimos al grupo. Las madres habían cubierto el suelo de la cafetería con mantas y ahí correteaban sus hijos. La novedad era Fredrik Johansson, 31 años, el primer padre en sumarse. Acababa de aparcar su trabajo en un almacén para disfrutar del permiso. "Si mi pareja quiere, seguiré viniendo. Es bueno para mi hijo", apuntó. Con Håkon se equilibraría aún más la balanza, convirtiéndose poco a poco en un grupo de padres, mientras ellas retoman su carrera profesional. La conversación giró en torno a la comida, los dientes... Dos de ellas seguían dando el pecho. La lactancia es una obsesión noruega. Algo que las madres han de hacer. Casi cuestión de Estado.

Una escultura de una mujer desnuda dando de mamar preside el ala posparto del Rikshospitalet, uno de los mejores hospitales de Oslo. Por el pasillo se ven numerosos carteles de pechos hinchados, pezones inmensos y morritos de bebé succionando. "Bryst er best" (el pecho es mejor), se lee. En las habitaciones, la tele pasa una y otra vez una película sobre cómo, por qué y hasta cuándo amamantar. Lise Johansen, una azafata de 33 años, llevaba dos días en este templo lactante. Después de parir gemelos, las enfermeras le mostraban cómo alimentar a los dos a la vez. Uno con cada pecho. "Es sencillo, bonito y más barato".

La pasión naturista tiene mucho que ver con el poder de las matronas. Se las llama jordmor, palabra que une los conceptos madre y tierra. Son unas 2.000, cerca de 3 por cada 100 partos (1,3 en España), y asisten a solas el 70% de los alumbramientos. Una matrona noruega intentará convencer de que la opción natural es la conveniente. Procurará calmar el dolor de las contracciones en una bañera de agua caliente (los hospitales nuevos las incorporan de serie) o con acupuntura, en lugar de epidural. Abrir la tripa para sacar al niño no es una opción, salvo en casos de riesgo, y la ratio de cesáreas ronda el 17%, dos puntos por encima de la recomendación de la OMS (en España es del 22,2% en hospitales públicos y 36,6% en privados). La tasa de mortalidad infantil es de las más bajas de los países desarrollados.

"En un alumbramiento sin anomalías, las comadronas ni nos preguntan", dice María Serrano, una española de 37 años, ginecóloga en el hospital de la región de Akershus. Sus pasillos amplios y luminosos le confieren el aire de un aeropuerto. No muestra el presente del país, sino el futuro; "la sanidad que nos gustaría tener", según el presidente de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología. Un manual de acupuntura descansa en la sala de café de las matronas. Emplean estetoscopios de madera. Pero las estadísticas hablan. El centro asistió 4.700 partos en 2009, unos 13 al día; la epidural se administró al 24% de pacientes; la episiotomía, ese molesto corte vaginal, a 9 de cada 100, y la tasa de cesáreas cumplió con el criterio de la OMS. Serrano, madre de dos hijos y casada con un noruego, pertenece a un lobby en el que se explican las bondades del parto natural. A las cuatro, se excusa: ha de recoger a su hijo. Su plan: ir en bici a casa, barbacoa familiar y aprovechar la luz del verano. "La gran diferencia de Noruega es que puedes pasar más tiempo con los chiquillos".

Un martes laborable, pongamos, se celebra un cumpleaños en casa de los Stray-Pedersen. A las cinco, fiesta de disfraces animada por esta pareja de treintañeros con tres hijos. Unos 20 chavales revolotean. Hay más padres que madres. Acaban de salir de la oficina, y mientras sorben limonada y enrollan perritos calientes, uno se interesa por el parón de dos horas de comida en España. Una rareza. Aquí pican algo a media mañana y salen del trabajo hacia las cuatro. "En el sector privado", apostilla otro, "cenamos con la familia y luego abrimos otra vez los portátiles". En general, los empresarios aceptan que los padres deben salir a su hora, explica Anne Lise Ellingsaeter, socióloga de la Universidad de Oslo. La semana estándar es de 37,5 horas. Las vacaciones, cinco semanas al año. Tienen 20 días de baja sin justificar por enfermedad de los hijos. La renta per cápita es la quinta más alta del mundo y una de las mejor distribuidas. Su ratio de productividad pulveriza las estadísticas. "No tener largas horas de comida es fundamental", dice. "Si la ambición es que ambos padres compartan trabajo y tareas de casa, es necesaria la regulación de la jornada laboral".

Kristin Skogen Lund consulta su agenda en el iPhone: "De lunes a las ocho a viernes a las cinco, mi vida está muy organizada". Se muestra inquieta. Ha pasado la última semana viajando. Sin ver a sus hijos. Están al caer. Skogen Lund tiene 43 años, cuatro niños y una carrera meteórica. Es vicepresidenta ejecutiva de Telenor, la mayor empresa de telecomunicaciones del país, y preside la Confederación de Empresarios. Cuando tuvo a los primeros (gemelos), apenas se pudo ocupar de ellos. Cayó enferma y le pasó el testigo al marido. Así se formó en su familia un "patrón de comportamiento" más equitativo de lo común. "Es importante hacer una división más igualitaria. El momento en el que se tienen los niños es cuando se elige ese patrón", explica. La baja reserva las seis primeras semanas para la madre. El resto, la parte liberal, la puede coger el marido. Pero los hombres suelen tomar lo mínimo. Por eso el modelo islandés, que divide el permiso de paternidad en tercios (uno para el padre, otro para la madre y el tercero de libre disposición), toma fuerza. "El primer ministro se ha mostrado favorable. Y estamos de acuerdo los empresarios", dice ella, una de las encargadas de encarrilar el diálogo social. "La igualdad en la vida laboral es importante social y económicamente. Necesitamos la fuerza de esas mujeres".

Porque aún faltan pasos: ellas suman un tercio de los puestos directivos y no llegan al 20% en los consejos de administración de empresas privadas (el 40% en las públicas es exigido por ley). Por eso, Skogen Lund se reserva un discurso duro. Otra vez, la última milla. Una distancia que han de recorrer las madres por sí mismas: "Entre hombres y mujeres, en el trabajo, persisten algunas diferencias. Ellas prefieren lo seguro, lo confortable, lo que dominan. No me gusta generalizar, pero no tienen ese impulso de tomar decisiones expuestas y sacar pecho. Les faltan agallas para correr riesgos y hacer cosas nuevas aunque no las conozcan del todo; esa seguridad en ti misma de probar cosas diferentes es buena y tiene que ver con la confianza. Mi experiencia como gerente de muchas mujeres es que gastan demasiada energía en controlar su inseguridad". Al poco se oye el motor de un coche en el garaje. Ruido de niños. El pequeño corre a abrazarla, se besan. "Tiene esa edad en que está enamorado de su mamá", dice ella.

En otra esquina de Oslo, Eva Sørhaug hace girar el tapón del jarabe mientras su hijo la mira, en pijama, descalzo. Comenzó a moquear al final de la tarde. En el parque. Mamá lo había recogido a él y a su hermano en la guardería. Los condujo hasta el supermercado. Cada uno en una mano y el oso de peluche bajo el brazo. Unas salchichas, algo de pan, cervezas. A las cinco estaban con los tíos y la abuela, sentados sobre el césped. El humo de la barbacoa, una banda de música, algún perro... Luego, la moquera y los lagrimones, y ella lo abraza, lo besa y le suena la nariz. Pero hay que levantar el campamento. Vuelta a casa. Y es en casa donde la madre vierte el jarabe en la cuchara y el hijo abre la boca como si esperara el maná. Todo el amor cabe en un gesto. Sørhaug tiene 38 años y dos hijos de tres y cinco. Una mujer guerrera que suelta frases tipo: "¿Me van a pagar menos por tener tetas?". Más de la mitad de los niños noruegos nace ya fuera del matrimonio. Ella es soltera. Directora y guionista de cine. Su dormitorio lo preside un óleo de un grupo de mujeres armadas y con poca ropa. Disparando. Su próxima película abordará el crimen machista. El sentimiento de posesión hacia la mujer. "Hemos perdido el rol del hombre en la sociedad", dice. Quizá sea el próximo reto noruego. Ella lo resuelve a su aire: tras el jarabe, concedió a los hijos un momento mágico en su cama nórdica, suave y mullida como un nido. Leyó las aventuras de Charlie en la fábrica de chocolate hasta que los párpados pesaron como yunques. "God nætter", se dijeron, y ahora ellos duermen y ella toma una copa de vino en el salón con su madre. Hablan de cómo han cambiado las cosas. Del ideal de felicidad en el fiordo junto a una hoguera. La abuela pasará la noche con los nietos. La hija saldrá a celebrar la financiación para su proyecto. Consulta el móvil. Es la hora. Eva se calza los tacones, recorre el apartamento hasta la puerta pum, pum, pum, baja a la calle, sube a un taxi y se sumerge en una de esas noches plateadas del solsticio.

Una familia en el puerto de Oslo, frente al Centro Nobel de la Paz.
Una familia en el puerto de Oslo, frente al Centro Nobel de la Paz.CARLOS SPOTTORNO

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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