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Reportaje:MÚSICA

El ritmo de Chicago

Diego A. Manrique

Fue la canción oficiosa de las celebraciones de la toma de posesión de Barack Obama. El propio presidente y su esposa abrieron el baile mientras la diva Beyoncé cantaba At last. Aparte de su lectura sentimental ("al fin, el cielo se ha vuelto azul"), el tema funcionó como cordón umbilical con Chicago, la ciudad que sirvió de plataforma a la carrera política de Obama.

At last era originalmente un número de una película musical de 1941, pero se identifica con la carnosa voz de Etta James. Y Etta fue la gran cantante femenina de Chess Records, una de las cumbres artísticas de la ciudad de Chicago. La del sello Chess es una epopeya fascinante en la que coincidieron dos sectores marginados de la sociedad estadounidense: judíos y negros. En el principio están los hermanos Leonard y Philip Chess (originalmente, Czyc), nacidos en Motele, en Polonia. Llegaron a Chicago en 1928, sin saber inglés pero con ganas de prosperar.

¡Chicago! Dicen que el nombre deriva de una palabra india que significaba "el lugar con mal olor". Se trataba de una ciudad genuinamente estadounidense: dedicada a hacer negocios, corrompida hasta la médula, orgullosa de sus logros. Los Chess podían haber terminado en la delincuencia, pero desembocaron en el negocio del entretenimiento, otra actividad en la que no contaba el antisemitismo. Ya se sabe que fueron judíos los que crearon Hollywood, pero también -y esto es menos reconocido- los que fundaron las discográficas independientes.

En 1950 había 500.000 negros en Chicago. Huidos de los Estados sureños, soportaban la discriminación al estilo norteño: pagaban alquileres más altos que los blancos y tenían peores alojamientos. Pero constituían un mercado sólido, algo que no pasó desapercibido para los Chess. Comenzaron con licorerías y pronto tuvieron un alborotado local nocturno, el Macomba Lounge. Allí aprendieron la jerga del gueto y se habituaron a lidiar con las erupciones de violencia, la prostitución, las drogas. También descubrieron que la música era elemento indispensable en la dieta de los afroamericanos.

Leonard Chess, un inmigrante judío de primera generación, se convirtió en el hombre clave del blues de Chicago cuando esta música rural se electrificó y se codificó en el prototipo que, por ejemplo, los Rolling Stones han utilizado durante cerca de 50 años.

Muddy Waters, de nombre verdadero McKinley Morganfield, fue la sólida piedra sobre la que se construyó Chess Records. Campesino de Misisipi, el folclorista Alan Lomax le grabó en una plantación y, una vez que se escuchó en el fonógrafo, decidió que prefería ganarse la vida cantando. Instalado en Chicago, advirtió que las tabernas del South Side eran demasiado ruidosas. Se pasó a la guitarra eléctrica y formó un grupo contundente, por donde pasaron futuras estrellas como Jimmy Rodgers, Little Walter, Otis Spann, James Cotton. Cuando viajaron por vez primera a Inglaterra, aterraron al público con su imperiosa música lúbrica.

Y no habían visto nada. Detrás vino otro labrador de Misisipi, Chester Burnett, alias Howlin' Wolf, una montaña de hombre que parecía tener apetitos ilimitados y que traía ecos del Sur profundo. Lo de Lobo Aullador resultaba un apodo perfecto: cuando se oye al Tom Waits más intenso, ahí está la sombra de Chester. Intensamente competitivo, le robaba músicos a Muddy Waters y no le impresionó hallarse en 1971 grabando The London sessions con la aristocracia del rock británico, desde Eric Clapton hasta Ringo Starr.

A mediados de los cincuenta, Chess Records era un imán para los músicos negros más ambiciosos. Por recomendación de Muddy Waters, allí se presentó Chuck Berry. Pertenecía a otra generación: nacido en Saint Louis, había pasado por un reformatorio, tenía un oficio (peluquero), sabía leer y escribir. Estaba lo suficientemente integrado en el estilo de vida estadounidense para poder escribir irresistibles odas a las autopistas, al instituto, a los amores juveniles, al mismo país (Back in the USA). Sin pretenderlo, desarrolló la temática esencial del rock and roll y creó himnos al nuevo estilo, de Roll over Beethoven a Rock and roll music, sobre unas estructuras esbeltas e impetuosas.

Con Berry se poetizaba la existencia de los teenagers. En Chess, su única competencia por el mercado juvenil era la de Bo Diddley. Otro nativo de Misisipi, sus ritmos ofrecía un show llamativo: tocaba una guitarra rectangular y contaba con una dama llamada La Duquesa entre sus acompañantes. No tuvo grandes éxitos entre el público blanco, pero el ritmo que lleva su nombre -con resonancias tribales- se infiltró en el rock y allí se ha quedado.

Con genuina inconsciencia, los Chess y sus artistas estaban cambiando el mundo. Sus hallazgos musicales -y literarios- impactaron especialmente en Europa. En su primer viaje a Estados Unidos preguntaron a los Beatles qué querían conocer; respondieron que a Muddy Waters y Bo Diddley. Un reportero expresó el desconcierto general: confundido por el nombre de Muddy Waters [aguas cenagosas], preguntó dónde estaba aquel lugar. Paul McCartney perdió su afabilidad: "¿Ustedes no conocen a su propia gente famosa?".

En realidad, los Beatles fueron hijos musicales de Chuck Berry, algo ejemplarizado por el antipático incidente de Come together: John Lennon tuvo problemas legales por citar versos de You can't catch me, una de tantas canciones automovilísticas de Berry. Los Rolling Stones eran los verdaderos alumnos de esta Escuela de Chicago. Su mismo nombre deriva de un tema que Muddy Waters grabó en 1950. Y el germen del grupo está en un encuentro de Mick Jagger y Keith Richards en un tren allá por 1960. Los Stones aprovecharon su primera gira por Estados Unidos para conocer el estudio de Chess. Allí grabaron, entre otros temas, un instrumental titulado 2120 South Michigan, que era precisamente la dirección de la compañía.

La leyenda negra de Chess Records está sustentada sobre la realidad. Como todas las discográficas de la época, se esforzaba en pagar lo mínimo a los artistas y no alardeaba de discos de oro, ya que eso hubiera supuesto abrir sus libros a los inspectores de la asociación que certifica las ventas.

Había, sin embargo, muchos matices. Leonard Chess tenía modos paternalistas y cuidaba de sus artistas más allá de lo exigible en una relación contractual. Por ejemplo, su mismo abogado se enfrentaba a las demandas de paternidad que regularmente se presentaban contra Muddy Waters. También se esforzó en proteger a Etta James, vulnerable por su condición de adicta a la heroína: Chess se ocupó de que disfrutara de una casa en Los Ángeles, pero se reservó el título de propiedad, que Etta no recibió hasta después de que Leonard falleciera. "Hizo bien", reconoce la cantante en su autobiografía: "La hubiera vendido."

Cuando la compañía desapareció, hubo mucha amargura. Bo Diddley, que no rentabilizó su fama, se quejaba de que apenas recibió compensación por los derechos de unas canciones que han tenido mil versiones. Por su parte, Muddy Waters y Howlin' Wolf demandaron a Arc Music, la editorial de Chess. Especialmente indignado estaba Willie Dixon, el contrabajista y compositor que ejerció de productor en infinidad de sesiones. Se vengó a su manera, comprando el edificio de la compañía en el 2120 de la Michigan Avenue e instalando allí un museo dedicado al blues de Chicago.

Pero Dixon también reconoce que aquella monumental música no hubiera sido posible sin la tenacidad, la tacañería, la energía de Phil y Leonard Chess. Los hermanos se turnaban: uno se quedaba en las oficinas mientras el otro viajaba y se ocupaban de "engrasar" la relación con los locutores radiofónicos, decisivos para su música. Hasta en ese asunto delicado se aprecia la inteligencia de los Chess. A finales de los cincuenta, cuando la "payola" (el pago por radiar determinados discos) se convirtió en escándalo nacional, ellos salieron indemnes: declaraban a Hacienda cada soborno, disimulado como "servicios de consultoría".

Excepto por algún atraco, los Chess disfrutaban de un salvoconducto invisible para manejarse por los barrios más hostiles al hombre blanco. Era conocida su filantropía: donaban mucho dinero a Israel, pero también extendían cheques a las asociaciones que exigían plenos derechos para los afroamericanos. Carecían de prejuicios: Bobby Charles, cantante de Luisiana (y compositor del memorable See you later alligator), todavía recuerda el pasmo de los hermanos cuando descubrieron, en su primer viaje a Chicago, que habían fichado -por recomendación del dueño de una tienda- a un artista blanco.

Las luces y las sombras de Chess Records están reflejadas en varios libros. Sus sellos satélites, como Checker y Cadet, se hicieron un hueco en el mundillo del jazz, con best seller de Ahmad Jamal y Ramsey Lewis. Se adaptaron a la era del soul con gloriosas grabaciones de Etta James, Fontella Bass, Billy Stewart, los Dells, Sugar Pie DeSanto. Hasta comercializaron discos hablados: los sermones de C. L. Franklin (el padre predicador de Aretha).

Resulta paradójico que, vista su influencia, se les resistiera el mercado del rock, donde estaban las grandes cifras. Hacia allí intentó reconducirlos Marshall Chess, el hijo de Leonard. Pero Chess Records no tenía la distribución y las conexiones necesarias para jugar en esa división. Las grandes hazañas de Chess se acabaron en 1969. Leonard había adquirido emisoras de radio y deseaba entrar en el negocio de la televisión. Chess tuvo la desdicha de caer en las manos de GRT. Como los actuales gigantes de Silicon Valley, GRT se había enriquecido con un adelanto tecnológico -las cintas de audio- y quería diversificarse. Los Chess aceptaron ceder sus 8.000 masters por un precio más que razonable; como parte del pago recibieron 20.000 acciones de GRT, que resultaron papel mojado.

La historia eterna: los nuevos dueños no entendían las peculiaridades del negocio discográfico y se cargaron el tinglado. El 15 de octubre de 1969, Leonard -que se había comprometido a seguir ejerciendo la dirección- se enteró de que Chess Records estaba sin fondos y no pagaba las facturas de los proveedores: GRT desviaba los ingresos hacia sus propias cuentas. Se indignó, armó una bronca y se marchó de las oficinas. Estaba conduciendo su coche cuando sufrió un ataque al corazón. No era el primero, pero ese día no sobrevivió. Como dijo Muddy Waters en el cementerio, entre lágrimas: "Se acabó, Leonard. Ya no hay compañía, ya no hay nada". Habían terminado dos décadas prodigiosas. La nueva Chess, con oficinas en Nueva York, agonizó y en 1975 fue liquidada por una cantidad ridícula.

'Cadillac records' se estrena el próximo viernes.

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