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Reportaje:Primer plano | La jefa de Europa

Alemania, año 10; Europa, año cero

La economía alemana crece el 4% y se acerca al pleno empleo mientras varios de sus socios se enfrentan a serios problemas en los mercados de deuda y critican su liderazgo

Claudi Pérez

Mitte, céntrico barrio de Berlín. Primer sábado de diciembre. Un buen reportaje sobre Alemania debería empezar siempre con una visita a una despampanante fábrica de coches de gran cilindrada en Leipzig o en Wolfsburgo, y sin embargo éste comienza en una panadería berlinesa. Su dueño ofrece una enorme hogaza de un pan oscuro recién horneado. Son dos euros. "En los años veinte, la barra llegó a costar 140.000 millones de marcos". "140.000 millones", repite el panadero en un inglés metálico.

Alemania ha acabado con muchos de sus diablos en los últimos años. Ha soltado lastres. Como parte de esa metamorfosis, ha dejado de encarnar a los más europeos de los europeos; últimamente crecen las críticas a Berlín por debilitar sus vínculos con Europa. Y sin embargo hay demonios que no se olvidan fácilmente: el de la inflación, el ansia de estabilidad monetaria, sigue en danza. Al cabo, la subida descontrolada de los precios ha arruinado dos veces el país en el último siglo; no hay que olvidar que los alemanes piensan que ese fue el abono con el que germinó el nazismo.

Los alemanes creen que el euro es más inflacionista que su viejo marco
Su deuda es la más segura de Europa, un valor refugio cuando peor están las cosas
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Ahora, los alemanes están convencidos de que con el euro han tenido más inflación de la que tenían con el viejo marco. Eso es falso. Justo después del impopular rescate a Grecia más de la mitad de la población creía que los precios iban a dispararse: de nuevo, error. La crisis del euro, dentro y fuera de Alemania, es un triste espectáculo de dudas, sospechas e inquietudes fundadas en espejismos parecidos. Una cacofonía de voces y tópicos (Irlanda no es Grecia, Portugal no es Irlanda, España no es Portugal, Alemania tiene la culpa por insolidaria, los periféricos llevan el euro al fracaso por incumplidores y así hasta el infinito) que no es sino una salida por la tangente económica.

Europa vive en un estado de excepción permanente desde hace un año. Ha estado al borde del precipicio dos veces en un semestre. Solo a ultimísima hora llega siempre el acuerdo para salvar a los países a los pies de los mercados -eufemísticamente: se les rescata a cambio de préstamos caros y de duras purgas fiscales-. Solo a sacudidas puede ir cambiando la fisonomía de la UE, con pasos titubeantes (pero a la vez impensables hace apenas un año) hacia una mayor unión, más allá de la moneda, el banco central y el mercado común, insuficientes para coser las costuras de la eurozona.

Lo más probable es que haya una tercera vez, que en breve haya un tercer ataque. "El euro está en libertad bajo fianza", advierte Paul De Grauwe, de la Universidad de Lovaina. Y lo más extraño: solo entonces, cuando los mercados redoblen su apuesta contra la deuda europea, será posible meter la sexta marcha que la Unión necesita: en situaciones normales, cualquier mínima modificación provocaría enormes resistencias. Toda Europa sabe, poco más o menos, qué debe hacerse para evitar males mayores: más unión fiscal, una agencia europea de deuda, un Fondo Monetario Europeo, esas cosas. "Y aun así toda Europa se va quedar quieta -empezando por Alemania, interesada en mantener el statu quo- hasta que un nuevo incendio amenace seriamente el euro. Por cálculos electorales. Por las presiones de la ciudadanía. Por pura estrategia negociadora. Por muchas otras causas parecidas: así es este negocio", asegura un banquero de inversión en Fráncfort.

"Europa se forjó siempre en las crisis": Jean Monnet es el padre de esa frase visionaria. Y esa forja está básicamente en poder de Alemania (con el permiso de Francia), con sus potentes firmas automovilísticas, con su éxito económico en medio de la zozobra, pero también con los ecos de ese relato sobre los precios y la estabilidad de la moneda que aparece aquí y allá, en el horno más humilde, en una conversación con un ejecutivo de banca y en una entrevista con parlamentarios del Bundestag. Alemania decidió cuándo y cómo se rescataba a Grecia en función de sus cálculos electorales; sin olvidar que los griegos mintieron como bellacos sobre sus cuentas fiscales y que eso dificulta mucho la narrativa del rescate en Berlín. Y Alemania precipitó el rescate a Irlanda con ese aviso (tan inoportuno como lógico) de que el sector privado tiene que pagar parte de la crisis de la deuda. La crisis ha afianzado el poderío de Berlín, que es responsable de todos y cada uno de los movimientos tectónicos en la eurozona -un mecanismo de rescate permanente desde 2013, posibles cambios en el Tratado para aclarar la cláusula de rescate, participación del FMI en los salvamentos, reglas y sanciones más duras para los pecadores fiscales-, tanto de las luces como de un buen puñado de sombras.

Ese mayor poderío es cuestión de historia, pero también de cifras. Alemania, la primera economía de Europa, está disfrutando de una crisis excelente y no ha hecho más que ganar músculo en la distribución de fuerzas de la UE. Aquel enfermo de Europa de hace una década -tras pasarlo muy mal con "las penalidades de la llanura", una frase de Bertold Brecht con la que los alemanes describen las enormes dificultades que trajo la reunificación- es ahora el motor de la UE, con los números en la mano, y presume de un modelo que combina viejas y nuevas recetas. La obsesión por la austeridad fiscal y la estabilidad monetaria siguen intactas. A esas características Alemania ha añadido una enorme flexibilidad laboral y un impulso reformista -obra del ex canciller Schröder- como en ningún otro lugar de Europa, que ha permitido cincelar un Estado del bienestar moderno (es decir, recortado).

Austeridad, estabilidad, flexibilidad, reformas: un nuevo Consenso de Berlín que Alemania trata de exportar al resto de Europa, como los norteamericanos hicieron en su día con el fracasado Consenso de Washington, a sabiendas de que las recetas económicas no siempre viajan bien.

Los datos refuerzan el orgullo, la convicción con la que los alemanes defienden esas ideas. Tras caer con fuerza en 2009, Alemania crecerá este año cerca del 4%, y ha llegado a hacerlo en algún trimestre a ritmos más propios de un tigre asiático que de la primera potencia europea, a pesar de la esclerosis que el imaginario económico global suele atribuir a la vieja Europa. En 2011 y 2012 seguirá con avances robustos, según las previsiones oficiales. Los índices de confianza están por las nubes. Las exportaciones tiran de la economía a toda velocidad, espoleadas tras años de acuerdos laborales entre sindicatos y empresarios para congelar los salarios. Ni siquiera la Gran Recesión dejó cicatrices en el desempleo, que está en torno 8% -cifras que mejoran las de la antigua República Federal- gracias a una respuesta flexible en las empresas por el apoyo público a los recortes de jornada para salvar empleos, el denominado kurzabeit que ha tratado de copiar media Europa.

"Tres factores explican el milagro alemán", resume Joachim Möller, economista jefe del Instituto Laboral de Nuremberg: "El aumento de la competitividad a través de la moderación salarial en toda la década, reforzado por la estabilidad del euro; la tradicional fuerza de la industria alemana, cada vez más asentada en el mundo emergente, y el hecho de que no hubiera burbujas, aunque algunos bancos hicieran locuras".

Y sin embargo, la crisis europea es el envés, el negativo de ese supuesto triunfo. Alemania ha impuesto a Europa la idea de que esta es una crisis fiscal. Y eso es media verdad o menos: "Las deudas y los déficits públicos acumulados son la consecuencia de la crisis, no la causa", sostiene De Grauwe. Tal vez esa explicación valga para Grecia, pero Irlanda y España presentaban antes de la crisis mejores cuentas públicas que Alemania: es la explosión de la burbuja lo que se puede llevar por delante a esas dos economías. En el otro lado, Alemania ha acumulado enormes superávits comerciales y es parcialmente responsable de esas burbujas, de las facilidades financieras de las que durante años disfrutó la periferia de Europa, a donde se dirigía buena parte del exceso de ahorro alemán. En otras palabras: es difícil encontrar culpables.

"Esta es una crisis causada por los desequilibrios. Y hacen falta dos para que haya desequilibrios. Es inútil acusar a alguien. El problema de España, por ejemplo, era una enorme burbuja que negaba toda la clase política y económica: no es el despilfarro fiscal. Y las propuestas alemanas han ido, en general, en la buena dirección -como en el caso de que el sector privado asuma parte de las pérdidas- y en todo caso no son la razón de la crisis", sostiene Wolfgang Münchau, presidente de Eurointelligence. El equipo de la canciller Angela Merkel admite "errores de comunicación", según los parlamentarios Ralph Brinkhaus (CDU) y Oliver Luksic (FDP), representantes de dos de los tres partidos de Gobierno en una reunión con periodistas europeos y asiáticos organizada por el Ejecutivo. Pero nada más.

Ni el Gobierno ni buena parte de los economistas alemanes consultados admiten fisuras en la política económica germana, focalizada en la exportación y con una demanda interna incapaz de despegar ante la congelación salarial de los últimos años o la tradicional cultura de austeridad. Münchau, sin embargo, ataca duro: "El superávit comercial alemán es un problema enorme para la eurozona. Con la oleada de austeridad que recorre Europa, la falta de consumo en Alemania impide ser optimista sobre las perspectivas de Europa. Veremos qué pasa si eso ocurre, incluso en Alemania. Los bancos están en muy mal estado. Una vez hayan desaparecido todos los estímulos, vendrán tiempos difíciles".

Hay críticas aún más duras. El economista Jörg Bibow asegura que toda esa contención salarial de los últimos años, "conseguida tras fuertes presiones del poderoso lobby exportador", se parece peligrosamente a las políticas de empobrecimiento del vecino -las devaluaciones competitivas posteriores a la Gran Depresión- y "ha socavado el euro, ha provocado grandes problemas en otros países de Europa y a la larga, si la crisis europea se recrudece por la masacre fiscal, perjudicará también a la propia Alemania: más de dos tercios de sus exportaciones van a sus socios europeos", critica. Horst Mund, economista del sindicato IG Metall, habla abiertamente de "cierto dumping salarial" y asegura que las centrales hacen lo posible "para que los trabajadores se beneficien al menos de una parte del pastel".

Christian Dreger, del prestigioso DIW, se desmarca de esos puntos de vista: "El éxito exportador es el resultado de haber ganado constantemente mercados, principalmente en Europa pero también en Asia, donde difícilmente los productos alemanes pueden competir por precios o bajos salarios. Es verdad que Alemania debería aumentar su demanda interna: pero eso ya está pasando, los sueldos ya empiezan a subir". "No puede hablarse de políticas de empobrecimiento del vecino. Como tampoco puede hablarse de balanzas comerciales en la eurozona", abunda Charles Wyplosz, del Graduate Institute de Ginebra.

El desequilibrio comercial (fruto de un centro y norte de Europa muy competitivos, frente a una periferia que tiene serios problemas en ese aspecto) es quizás el problema más importante de la eurozona. Pero no el más urgente: la crisis fiscal es la gran preocupación en la periferia y el centro. Alemania la observa desde una posición privilegiada. A medida que se ha expandido el incendio en los mercados de deuda, Berlín ha ido pagando cada vez menos intereses por sus bonos. La deuda alemana es la más segura de Europa, un refugio cuando peor están las cosas. Aunque en las últimas semanas incluso Alemania paga más: los mercados desconfían de la recuperación económica en la zona euro en su conjunto. Incluida Alemania, cuya banca está muy expuesta a los problemas de la periferia.

"En su día los mercados reclamaron austeridad. Y tanto Berlín como el BCE presionaron en ese sentido a cambio de los rescates. Ahora se ve que la retirada de estímulos y los planes de austeridad a la alemana tal vez fueron algo prematuros y eso siembra algunas dudas sobre el crecimiento de los próximos años. Y sin crecimiento es más difícil pagar las deudas", explica Juan Ignacio Crespo, de Thomson Reuters.

Si es verdad que estamos aún a mitad de camino de la crisis fiscal -algo que defienden Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, que han estudiado crisis similares en los últimos 800 años- vienen tiempos duros. Y en esa tesitura no queda más remedio que mirar hacia Berlín. Alemania apuesta por una "Europa unida" desde el preámbulo de su Constitución. La reunificación, el fantasma del nazismo, la deuda histórica con Europa y el potencial exportador de sus empresas valieron para que los alemanes renunciaran en su día al marco. Sin embargo, el euroescepticismo crece ahora a toda velocidad: el público recela de los rescates a países que directamente han mentido -como Grecia- o a los que presumían de nuevos ricos y que se convirtieron en incumplidores cuando la burbuja se los llevó por delante, como Irlanda. "El propio Zapatero presumía de que España iba a superar a Alemania", recuerda un alto funcionario del Ejecutivo. A pesar de que en público cierra filas con el euro, el hecho es que entre la clase política "hay muchos escépticos con la causa europea", describe Wolfgang Proissl, de Bruegel, en Por qué Alemania se desenamora de Europa.

Dreger asegura que la política tiene que hacer un esfuerzo para que la ciudadanía alemana recupere su tradicional europeísmo. No parece sencillo. "Lo primero es convencer a los ciudadanos sobre las ventajas de la moneda común. Por ejemplo, la zona euro constituye el mayor mercado para las exportaciones alemanas. En el caso improbable de que el euro se rompiera, un nuevo marco sería un desastre porque inmediatamente se apreciaría y podría socavar la estabilidad económica". Para José Ignacio Torreblanca, del think tank ECFR, "el problema más grave es que hay en toda Europa, y especialmente en Alemania, una resurrección de tópicos y arquetipos cruzados, un Norte insolidario contra el Sur malgastador: se está creando una nueva narrativa del euroescepticismo y una vez se instale en la opinión pública será muy, muy difícil de subsanar".

El propio Ejecutivo alemán y la mayoría de Gobiernos de la eurozona no han dejado de alimentar el incendio con una marea incesante de declaraciones ambivalentes. "Si el euro falla, Europa y la idea de Unión también fallan. Tenemos una moneda común pero no una unión política y eso es exactamente lo que tenemos que cambiar", decía Merkel en febrero. El problema es que en los últimos meses sus florilegios han ido dando bandazos, en parte por la fragilidad política. "Alemania no va a gastar ni un euro para solucionar el problema de los pillos", dijo en su día Merkel en relación a Grecia. En marzo, pidió la "sanción máxima" para los incumplidores del déficit, cuando en 2003 fue la propia Alemania quien, junto a Francia, boicoteó la aplicación de un procedimiento sancionador por déficit excesivo. En junio laminó la credibilidad de la economía española al asegurar que "España o cualquier otro país sabe que el paraguas [el fondo de rescate de 750.000 millones] está ahí". Eso le ha granjeado las críticas de varios países (y de España en particular), de las instituciones europeas e incluso algún rejón en clave interna: el ex canciller Helmut Schmitt ha asegurado esta semana que Merkel "no se da cuenta de lo que le está haciendo a Europa".

Alemania está bajo presión, pero a la vez tiene la sartén por el mango. Thomas Mayer, economista jefe del Deutsche Bank, el primer banco alemán, avisa de que tanto Berlín como el BCE "están bajo una fuerte presión para demostrar que el Europa hay solidaridad financiera", pero a la vez eso no va a impedir que "el euroescepticismo crezca en países que han hecho sus deberes fiscales y económicos". "El problema es que eso acabe creando un Tea Party en contra del euro. La paradoja es la siguiente: cuanto más presión se imponga al contribuyente alemán para salvar el euro, mayor será el daño que sufrirá la idea de Europa en Alemania".

Berlín ha sido fuente de inestabilidad y ha jugado un papel triste en toda la crisis, pero buena parte de sus propuestas tienen sentido. Merkel siempre ha acabado accediendo -a regañadientes- a dar pasos adicionales en favor de la Unión, y es muy probable que los siga dando si las cosas se complican a pesar de las ambigüedades de los últimos tiempos. Al cabo, Alemania siempre será Alemania: los trabajadores de las fábricas de BMW en Leipzig y de Volkswagen en Wolfsburgo han decidido recortar al mínimo sus vacaciones de Navidad por una avalancha de pedidos procedente de China. Coches recién horneados, para apuntalar la recuperación.

AFP

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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