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BANCO DE ITALIA | Laboratorio de ideas

Crisis continua

Silvio Berlusconi ha tomado una decisión equivocada aun cuando ha elegido un buen hombre para dirigir el Banco de Italia. No cabe duda de que Ignazio Visco tiene todas las cualificaciones necesarias para este puesto. Su competencia profesional es incuestionable, y todo indica que posee una mente fuerte e independiente. Pero al no ofrecer el puesto a Lorenzo Bini Smaghi, actualmente miembro de la junta del Banco Central Europeo (BCE), Berlusconi se arriesga a una pelea con Francia que no necesita.

La tradición no escrita es que cada uno de los cuatro miembros más grandes de la eurozona tenga un representante en los seis puestos de la junta directiva del BCE, entre los que está el del presidente. Los otros dos suelen ocuparlos países más pequeños. Junto con los jefes de los 17 bancos centrales nacionales, estas seis personas integran el consejo de gobierno del BCE.

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Tiene sentido otorgar más de una representación a los países económicamente más poderosos (Alemania, Francia, Italia y España). Ello refuerza la credibilidad general del BCE. Esa credibilidad se resentirá si tres italianos (Visco, Bini Smaghi y el presidente entrante del BCE, Mario Draghi) se sientan en el consejo de gobierno. Mientras tanto, París solo estará representado por el gobernador del Banco de Francia, tras la marcha de Jean-Claude Trichet, el presidente saliente del BCE.

La postura arraigada y políticamente correcta sobre los nombramientos en organismos internacionales como el BCE es que la nacionalidad no importa o no debe importar; que la competencia es el único criterio. Pero eso no es cierto. La competencia profesional es un requisito indispensable. Pero por mucha que sea -y hay abundancia de ella en este entorno-, las organizaciones internacionales también son criaturas políticas. Las percepciones son importantes.

Las finanzas de Italia son un asunto prioritario para el BCE, que en agosto empezó a comprar bonos del país, una medida controvertida. El riesgo es que cualquier decisión sea juzgada a la luz de la excesiva representación italiana. Sea cual sea la decisión, a Mario Draghi y sus compañeros italianos se les acusará de ser demasiado blandos con su país, o bien se sospechará que son demasiado duros simplemente para acallar a sus detractores, especialmente en Alemania.

Berlusconi todavía puede ofrecer a Bini Smaghi un puesto diferente que contribuya a un mayor equilibrio. Pero ha perdido una oportunidad de fortalecer el prestigio del BCE.

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