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Editorial:editorial
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tres años interminables

La crisis inmobiliaria en España ha cumplido tres años sin que aparezcan síntomas consistentes de reanimación del mercado y, lo que es más significativo, sin que se hayan cumplido todas las fases del ajuste cuya superación debería permitir una vuelta a la producción sostenida de nuevas viviendas en condiciones suficientes para generar empleo. El crash inmobiliario ha causado en España la pérdida de dos millones de empleos y ha reducido a una cuarta parte el valor de las inmobiliarias cotizadas; es la singularidad española que agravó la recesión causada por los bancos estadounidenses y sus hipotecas basura. No se puede decir, pues, que la convulsión inmobiliaria haya sido liviana. Sin embargo, el ajuste de los precios ha sido insuficiente; para vender el casi un millón de viviendas que pesan sobre los balances de las inmobiliarias y de los bancos hubiese sido necesario un hundimiento de los precios de aproximadamente el 30%, pero apenas se ha ejecutado una rebaja del 17% desde el comienzo de la crisis.

Pedro Solbes decidió que el mejor tratamiento contra la crisis del ladrillo era dejar que el mercado se ajustase por sí mismo. No fue una decisión irreflexiva. El anterior ministro de Economía consideraba que era inviable sostener artificialmente el mercado de la construcción, a pesar de su potencial de generación de empleo, en razón de la escasez de recursos públicos (en aquel momento estaban comprometidos en otros gastos sociales y el ministro era alérgico a disparar el déficit) y también por cuestiones de equidad. No parecía elegante ni aleccionador que un conjunto de sociedades que se había embolsado pingües plusvalías del boom inmobiliario fuese subvencionado o sostenido con respiración pública en momentos de contracción del mercado. A las duras y a las maduras. En opinión del equipo económico de Solbes, lo más adecuado era un ajuste rápido del mercado (desaparición de las empresas menos estructuradas, destrucción de empleo, caída en picado de los precios) para propiciar una recuperación intensa después. Cuanto más rápido y más profundo fuera el ajuste, con más fuerza sobrevendría la recuperación sectorial.

La receta era correcta, pero exigía precisamente que el ajuste fuese rápido y duro. Justo lo contrario de lo que ha sucedido; ha sido más lento y más liviano de lo deseable, salvo en la destrucción de empleo. La variable principal, los precios, ha reaccionado poco a las exigencias del mercado. Los propietarios se han resistido a abaratar sus activos. Solo cuando los bancos, depositarios de una pesada cartera de inmuebles por impago, han entrado en el juego de vender viviendas parece haberse acelerado el descenso de los precios. El caso es que, en lugar de ajustarse con rapidez, el mercado de la vivienda gotea caídas raquíticas de precios y queda inutilizado para acompañar cualquier recuperación económica con un ritmo de construcción razonable (que podría estar en torno a las 300.000 viviendas anuales). En vez de proporcionar producción y empleo, todavía, tres años después, promotoras y bancos siguen intentando vender el grueso del stock de viviendas. Malo es el diagnóstico, porque la construcción, aunque repugne a los creyentes en que la inversión en I+D+i guiará a la economía española a una recuperación antes de las elecciones, es uno de los pocos mercados que puede impulsar rápidamente la actividad económica española.

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