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Reportaje:

Todo en contra, todo a favor

La campaña se plantea para Rubalcaba como una escalada casi imposible, mientras Rajoy se cree al borde de la mayoría absoluta

La crisis ha trastocado tanto la política, que ya no resisten ni los tópicos sobre la guerra a muerte por el poder. Quedan poco más de dos meses para las elecciones, y nada es como estaba previsto. Rajoy se lanza este fin de semana, pero la campaña ha estado prácticamente parada. El pacto para la reforma constitucional lo ha trastocado todo. Tanto que, a pesar de que Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy se encuentran ante el momento clave de sus carreras políticas, sus equipos están muy lejos del ambiente de guerra encarnizada que se podría esperar. El PP ha pasado en la oposición 26 de sus 34 años de historia (contando AP). Conocen la hiel de la derrota. Pero por primera vez lo ven tan claro, que casi se diría que sienten lástima por su rival. Sus dirigentes, casi sin ser preguntados, se ponen inmediatamente en la piel de Rubalcaba, un personaje muy respetado -y temido- en la calle de Génova y que mantiene buenas relaciones con varios de ellos. Se imaginan haciendo una campaña con los mimbres que tiene el rival, y se asustan. "Está en una situación terrorífica", repiten sin parar. Algunos incluso recuerdan lo difícil que fue para ellos hacer campaña tras la guerra de Irak. Y se imaginan algo parecido, o peor. Las relaciones humanas entre distintos partidos son algo muy desconocido de la política pero clave para descifrar comportamientos. Hay muchos y buenos amigos entre los rivales electorales. Una de las personas de absoluta confianza de Rajoy y portavoz de Cultura, José María Lassalle, está casado con una conocida diputada del PSC, Meritxell Batet.

Los socialistas buscarán un choque entre dos candidatos: que se elija entre Rubalcaba y un Rajoy peor valorado
El PP quiere confrontar su modelo con el del adversario, sabiendo que la crisis ha dañado mucho la marca PSOE
Nada está escrito hasta que se abran las urnas, aunque esta vez el papel parece mucho menos en blanco que otras

La crisis es de tal calibre, y la situación política que acarrea tan inédita, que la campaña se plantea por primera vez desde el partido del Gobierno como una auténtica montaña casi imposible de escalar. Ni siquiera en 1996, el momento al que muchos se remontan, estaba tan difícil. El propio Rubalcaba se ve a sí mismo como un escalador al que le toca subir el Everest sin oxígeno, sin sherpa y con una mochila cargada de piedras. La losa pesada de los cinco millones de parados, el eje sobre el que Rajoy hace girar su discurso. Y aun así, tanto el candidato como su entorno confía en que la fortaleza de su imagen como político, mucho mejor valorado que su rival, y sus proyectos novedosos, con propuestas arriesgadas y un estilo diferente, pueden hacerle subir esa montaña.

Todos en el PP y mucha gente en el PSOE asumen que Rubalcaba se ha presentado sobre todo con la intención de minimizar los daños para la izquierda en una situación muy difícil. Hasta en el PP reconocen el gesto máximo de responsabilidad con su partido y sus votantes que supone haberse lanzado a la carrera electoral en estas condiciones. "Lo han mandado al degolladero", repiten sin parar. "No tenía que haber aceptado", dicen otros.

El PSOE sabe que, frente a una situación política con todo en contra, cuenta prácticamente con una única baza: Rubalcaba. Y en eso va a basar su estrategia. Tanto los socialistas como los populares señalan en privado que están muy claras las estrategias de los dos partidos. El PSOE buscará a toda costa un choque entre dos candidatos, que los ciudadanos elijan entre Rubalcaba y Rajoy, peor valorado que el exvicepresidente, del que todas las encuestas destacan cualidades como la responsabilidad, la inteligencia, el rigor, la capacidad de gestión, de trabajo y de negociación. Los populares, por el contrario, quieren confrontar dos marcas, dos modelos: el PP y el PSOE. Hasta los socialistas admiten que la marca de su partido, con la crisis, se ha deteriorado mucho. Por eso el candidato pasa al primer plano. Aun así, la historia del PSOE, y su participación directa en la construcción del Estado del bienestar español, en la consolidación de la democracia y a la hora de tomar decisiones difíciles contra sus intereses electorales sí estará presente en un pata negra del partido como el exvicepresidente.

Es tan evidente esa estrategia de confrontar a los dos candidatos que Rajoy trata de evitar en todo momento a Rubalcaba. Le ningunea. Ni siquiera le cita por el nombre la mayoría de las veces. Alargará todo lo que pueda este proceso en el que todavía no tiene que contrastar directamente con su rival. Y es ahí donde el pacto constitucional se ha convertido en un arma muy poderosa para el PP, según sus estrategas. Porque cuando Rubalcaba había pasado al primer plano de la política, en un agosto en su estilo hiperactivo, llevando sus propuestas, sobre todo la de la eliminación de las diputaciones, a la agenda del debate político, llegó un pacto trenzado entre Rajoy y Zapatero que ha devuelto un gran protagonismo al presidente, precisamente lo que más quiere el PP.

Los socialistas admiten que el pacto ha trastocado por completo su proyecto de campaña, pero le ven el lado positivo. Creen que después del golpe inicial del anuncio de Zapatero, Rubalcaba se ha probado a sí mismo y a todos los demás que es el verdadero líder del partido. Ha sido él, explican, con su capacidad dialéctica y su peso político en el PSOE, quien ha apagado un gran incendio interno, primero suavizando el pacto para que no hubiera ninguna cifra de déficit en la Constitución y después venciendo con explicaciones detalladas en 11 horas de reuniones las resistencias de una parte de su partido y sus diputados. Desde el lunes, explican, Rubalcaba es más líder, tanto como para decirle al presidente del Gobierno delante de su partido: "Yo no lo hubiera hecho así". Ha sido una prueba de fuego para su liderazgo, explican, y la ha superado claramente.

Este asunto no es menor. Rubalcaba, como Rajoy, tiene una larga trayectoria de segundo. Es la primera vez en su vida que se enfrenta a unas elecciones como número uno. Rajoy lo hará por tercera vez, pero nunca ha ganado unas elecciones. Él siempre estuvo a la sombra de Aznar, en el aparato del partido y después del Gobierno. Es algo poco común, pero ninguno de los dos aspirantes, pese a sus largas trayectorias, nunca han sido alcaldes o presidentes autonómicos, esto es, números uno.

Rajoy ignora a Rubalcaba, aunque en algún momento sabe que se encontrarán. Los dos equipos tienen en la cabeza que los debates electorales, que tanto en el PSOE como en el PP dan por seguros, serán un momento clave de la campaña. Los socialistas, que parten con clara desventaja, apuestan mucho a ese momento. Los populares han decidido aceptar el debate porque consideran que no hacerlo daría una gran baza al rival. En 2004, Rajoy se negó a debatir con Zapatero, y siempre lo ha considerado un error estratégico importante. En el PP creen que los dos candidatos son tan conocidos por los españoles que uno o dos debates pueden alterar muy poco la intención de voto. El propio Rubalcaba desconfía, cree que es prácticamente imposible ganar un debate con cinco millones de parados, pero su equipo le anima porque creen que es una de las bazas electorales más interesantes de toda la campaña, y es ahí donde pueden explotar su mejor ventaja: la valoración superior de su candidato.

Los populares están muy tranquilos. "Puede que Rubalcaba gane la campaña, pero perderá sin duda en las urnas. La cuestión es mucho más de fondo que una campaña", resume un veterano. En el PP siempre le han temido a las campañas, existe una especie de convicción de que el PSOE las hace mejor. Pero después de las municipales, donde Rajoy arrasó con una estrategia que consistía en no entrar a nada de lo que le planteaban, ese mito se ha roto. Basta con dejar pasar los días sin entrar a los trapos, señalan en Génova, la victoria es segura.

Rubalcaba está convencido de que no solo su imagen, sino su proyecto es más sólido que el del PP, y de ahí su interés en explicarlo todo lo que puede. Además piensa también instalar otras novedades como el hecho de llenar de mujeres las cabeceras de las listas por toda España, algo que hasta ahora era casi testimonial. El candidato tratará de implicar a todo el partido. El PSOE confía tanto en el estilo Rubalcaba que ha decidido que la campaña, dirigida por Elena Valenciano, se va a adaptar al candidato, y no al revés, como es habitual. No habrá apenas mítines. El exvicepresidente está convencido de que la gente no quiere llegar a casa a comer o a cenar y ver en el telediario a un señor dando gritos rodeado de otros aplaudiendo con banderas. Nunca le ha gustado, pero en plena crisis cree que es absurdo. Por eso apuesta por una campaña totalmente diferente centrada en actos sectoriales, con intervención del público, con explicaciones mucho más que consignas. Es lo que ya viene haciendo. Para eso es básico el programa, en el que trabaja Jesús Caldera, y las propuestas estrella. Rubalcaba hará muy pocas pero de gran calado. Cuatro son los temas centrales: empleo, fiscalidad, austeridad en la Administración y libertades públicas. Lo más importante, para los socialistas, es que sean propuestas creíbles.

Lo más novedoso, a lo que intentarán hacer entrar al PP, es la fiscalidad. Rubalcaba sabe que los populares insisten en no subir ningún impuesto, frente a lo que están haciendo casi todos sus socios europeos. Y es un debate, el de que hay que subir impuestos a los ricos, que ven ganado. Así que el candidato propondrá tres tipos de impuestos para recuperar dinero para políticas sociales: uno nuevo para los grandes patrimonios, otro para los bancos y otro para las empresas que más contaminan, la llamada fiscalidad verde.

Los populares, que hasta ahora han sido mucho más partidarios del mitin tradicional, del discurso cerrado -a Rajoy le gustan poco las preguntas de los periodistas, las del público un poco más, aunque las concede muy pocas veces-, también están pensando en una campaña con muchos más actos sectoriales, más cercana, más explicativa. De hecho, ya han montado cuatro convenciones sectoriales y una gran convención nacional en Málaga. Los socialistas también han previsto convenciones.

El PP está tan convencido de su éxito que ve imposible que pueda cometer algún error. Basta con no caer en las trampas del PSOE. Y una de ellas, insisten los populares, es precisamente ese debate sobre ricos y pobres que trata de instalar Rubalcaba con la fiscalidad. Como con todo lo demás, a Rajoy le basta con recordar que fue el PSOE quien quitó el impuesto de patrimonio, y así evita mojarse.

El PP tiene una campaña, dirigida por Ana Mato, muy centrada en ese choque de modelo con el PSOE y en el paro. A pesar de la mala valoración de José María Aznar, y de que Rajoy ha hecho un enorme trabajo político para alejarse de la herencia de su mentor, y de su estilo, los populares tienen intención de tomar como ejemplo de casi todo el cambio de 1996. Creen que los ciudadanos tienen muy interiorizado que el PP gestiona mejor la economía y que ya llegó cuando España estaba en crisis. Lo cierto es que en 1996 ya había empezado la recuperación, aunque el PP llegó al poder con un 22% de paro y un déficit del 7%.

Y sin embargo, pese a que Rajoy explotará esa imagen de 1996, los populares -y los socialistas- admiten en privado que la situación actual no tiene nada que ver con aquella. De hecho, si la campaña está aún medio parada es por eso. El pacto constitucional lo ocupa todo porque la crisis y el miedo a que empeore lo ocupa todo. La euforia del PP por la victoria segura empieza a convertirse en temor a lo que le espera. Rajoy y Zapatero han hablado mucho este verano, y el líder transmite a los suyos una enorme inquietud. "La crisis no nos deja ni pensar en la campaña, la tormenta financiera no nos deja ver otra cosa", resumen algunos. En la reunión estratégica del pasado lunes, por ejemplo, la cúpula del PP dedicó mucho más tiempo a analizar los datos del miedo a nuevas turbulencias en otoño que a estrategias. Y en el PSOE sucede algo parecido. Rubalcaba y Zapatero dedicaron toda la Ejecutiva a explicar a sus compañeros que la situación es muy complicada. De hecho, esa será una de las bazas que tratará de explotar Rubalcaba, la de que frente a la parsimonia, inacción o deslealtad de Rajoy, el PSOE y él mismo saben asumir la responsabilidad en momentos difíciles y tomar decisiones que van en contra de sus intereses electorales.

La incertidumbre trastoca la campaña. A esa situación de bloqueo por la crisis atribuyen muchos dirigentes que Valenciano y Mato hayan pactado que no haya vallas publicitarias hasta la campaña. Nadie sabe si el Gobierno tendrá que tomar aún más medidas drásticas. Zapatero está obsesionado con impedir a toda costa la intervención de España, porque cree que eso dañaría el Estado del bienestar como ha sucedido en Grecia, Irlanda o Portugal, señalan varios dirigentes, y hará lo que sea necesario para evitarlo. Rajoy, dicen quienes le conocen bien, está seguro de su victoria, pero asustado por el día después. La crisis es de tal calibre que ya se ha llevado por delante a Zapatero y se puede llevar a Rajoy, dicen muchos. Es lo que está pasando con casi todos los gobernantes europeos, en situación de derrota electoral en este momento.

Algunos señalan que si Rajoy no aclara del todo sus intenciones de recortes es porque la situación es tan cambiante que el PP no sabe bien qué va a hacer y con qué se va a encontrar. El líder del PP, en cualquier caso, tiene clarísimo que no quiere repetir el error de David Cameron. A todos los que le preguntan y le reclaman que sea más claro, que pida a la sociedad un mandato para hacer recortes, les contesta lo mismo: es lo que hizo Cameron cuando estaba disparado en las encuestas y estuvo a punto de perder. No lo hará en ningún caso, a él le gusta más el ejemplo portugués, donde Pedro Passos Coelho ganó prometiendo que no haría recortes ni subidas de impuestos y ahora los está haciendo desde el poder, con la fuerza de su victoria. Aun así, los populares creen que ese mandato ya está dado implícitamente. La victoria aplastante del PP en las autonómicas era, en su opinión, un mandato para recortar. Solo así se explica, dicen, que Dolores de Cospedal haya podido anunciar un recorte del 20% a dos meses de las elecciones sin que se haya armado gran escándalo.

El PSOE, sin embargo, sí cree que precisamente ahora que Madrid, Castilla-La Mancha y otras empiezan a recortar y a enfrentarse a profesionales de la educación y la sanidad, Rubalcaba puede plantear su discurso basado en una idea que fue el lema de campaña de 2008: "No es lo mismo". El PSOE defiende que ellos creen en la austeridad, pero también en proteger la sanidad y la educación y subir impuestos para repartir los costes de la crisis. El PP rechaza de plano cualquier subida de impuestos, incluso a los multimillonarios. "Más impuestos es más paro, ya basta de demagogias de que paguen los ricos o que paguen los pobres", sentenció Cospedal el lunes. Aun así Rajoy, cada vez más seguro, sí va apuntando algunos tímidos pasos. Sobre todo el de la nueva y más dura reforma laboral que prepara. No la concretará para no dar miedo, pero ya la apunta en su biografía, En Confianza (Planeta): el fin de la negociación colectiva actual, para dar más fuerza a los empresarios y acabar con los convenios sectoriales. Este libro forma parte de una campaña particular de Rajoy, dirigida por Jorge Moragas, para acercar al personaje, mostrar su lado amable, para contrarrestar que desde que es líder de la oposición siempre ha sufrido una mala imagen. El objetivo: que la gente, incluso la izquierda, sienta que no debe tener miedo a un Gobierno de Rajoy.

Los populares dan por hecha la mayoría absoluta. Todo depende, dicen, de cómo se resuelva la fractura en la izquierda que ha supuesto el 15-M y en especial el pacto constitucional sin referendo. El voto del centro derecha está decidido, falta por saber cómo es de profunda la desmovilización de la izquierda. Algunos dirigentes incluso están preocupados por un posible hundimiento total del PSOE. Con el PP ya ocupando casi todo el poder autonómico, y un PSOE en la mínima expresión y con guerra interna, no habría contrapoder y la oposición al PP se iría a la calle, mucho más difícil de gestionar. Rajoy tiene asumidas un par de huelgas generales por sus medidas más drásticas, pero no quiere ni pensar en una situación a la griega.

Las cosas se han puesto tan mal para el PSOE que en el PP no se explican por qué Zapatero ha esperado tanto para convocar elecciones. Por el contrario, los socialistas creen que con un candidato mejor y cuando empiece en serio el contraste de propuestas, pueden recuperar a buena parte de su electorado. A los militantes del 15-M, los más activos, los que van a las manifestaciones, los dan por perdidos. Creen que no votarán ni a PSOE ni a PP. Pero a muchos simpatizantes, indignados, sí piensan rescatarlos con la idea de que el PP va a profundizar en esas políticas que combaten y Rubalcaba va a cambiar el tercio y volver a las esencias socialdemócratas. En esa línea va el encuentro de la dirección socialista con Stéphane Hessel, autor del libro ¡Indignáos! que da nombre al movimiento, y las promesas de hacer que los ricos también paguen la crisis.

En el PP lo ven pues todo decidido y solo quieren que llegue ya el día. En el PSOE están dispuestos a dar la batalla hasta el final, por desigual que sea. La historia electoral española demuestra que nada está escrito hasta el último día. Aunque esta vez parece que el papel está mucho menos en blanco que otras. -

Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy.
Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy.CRISTÓBAL MANUEL

Zapatero permanecerá en segundo plano durante la campaña electoral

El papel del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, será muy discreto durante la campaña electoral. Participará en muy pocos actos públicos, a diferencia de lo que sucedió con José María Aznar cuando era el presidente saliente en el periodo electoral de 2004. Aznar, en aquella campaña, tuvo un importante protagonismo. Participó en numerosos actos públicos. Marcó una impronta agresiva con la que robó muchos titulares al entonces candidato del PP, Mariano Rajoy, que apostó por una campaña de perfil bajo. En algún modo, Aznar siempre creyó que el PP le debía algo y lo dejaba notar.

Con Zapatero sucede lo contrario. Es verdad que en la decisión del equipo electoral del PSOE de mantener a Zapatero en segundo plano durante la campaña cuenta, evidentemente, su baja valoración en las encuestas. Pero también lo ha facilitado la decisión de Zapatero de ponerse a disposición de la dirección del partido. Zapatero suele decir, y lo repite con más insistencia en esta etapa final, que todo lo que ha sido políticamente, la secretaría general del partido y la presidencia del Gobierno, se lo debe al PSOE, al que estará eternamente agradecido.

Esa disposición la ha puesto de relieve desde que el 2 de abril anunció que no volvería a presentarse a un tercer mandato como presidente del Gobierno. Una vez que Alfredo Pérez Rubalcaba fue elegido candidato del PSOE, en mayo, reconoció su liderazgo al frente del partido y lo reitera siempre que hace falta. La opinión de Rubalcaba ha sido decisiva en todas las iniciativas de Zapatero, incluidas las de Gobierno, como el adelanto electoral.

Solo ha habido una excepción: la iniciativa de reforma constitucional, en la que Zapatero ha jugado fuerte su papel como presidente del Gobierno ante lo que consideraba un riesgo mayor: la intervención de las instituciones europeas en la economía española. A cambio del problema creado al candidato, ha aceptado que Rubalcaba asuma el protagonismo de la negociación con el PP y se ponga las medallas de la evidente mejora del texto. -

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