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Reportaje:ESCÁNDALO INDUSTRIAL

El caso del espionaje ridículo

El despido fulminante de tres altos ejecutivos de Renault, acusados de venderse a intereses chinos, desemboca en un final digno de Anacleto Agente Secreto

Antonio Jiménez Barca

Esta historia empezó como una novela de John Le Carré y ha acabado como un tebeo de Anacleto Agente Secreto. Entremedias, ha habido denuncias anónimas, falsos espías, una red china de información inventada, dinero que va y viene, presuntos investigadores con mucha caradura y tres altos cargos de Renault acusados falsamente de vender información confidencial.

También, una de las joyas de la economía francesa, cogida en un renuncio planetario, objeto de una estafa de libro y cuyo presidente, Carlos Ghosn, sumido en el descrédito y en el ridículo, escucha continuamente voces que le piden que dimita.

Una carta anónima que alguien depositó en agosto en un buzón de Correos de la región de París desencadenó todo. Sus destinatarios eran cuatro personas de la dirección de Renault. Comenzaba así: En este periodo de crisis, incluso si las cifras de Renault no son malas, es inadmisible que haya personas que se aprovechen de su posición para conseguir dinero a base de sobornos. El escrito terminaba con una frase amenazadora: Si no se verifica esta información, no dudaré en enviársela a la prensa especializada.

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Michel Balthazard, de 56 años, físico de carrera, reputado en una empresa en la que llevaba desde los 26, se encargaba entonces de supervisar los proyectos industriales.

Además era miembro del comité de dirección. Evidentemente, no sospechaba nada de la misteriosa carta.

Tampoco Bertrand Rochette, de 51 años, ingeniero industrial, mano derecha de Balthazard, o Matthieu Tenenbaum, de 33, también ingeniero, joven promesa, director del programa de vehículos eléctricos, el crucial campo tecnológico y de innovación por el que pasa el futuro de la empresa.

La carta no aportaba pruebas. Por eso, la dirección decidió confiar la investigación a sus propios servicios de seguridad: Si hubiéramos ido con eso a la policía, nos lo hubieran tirado a la cabeza, aseguraba un miembro de la dirección de Renault a Le Nouvel Observateur. Así, un expolicía y dos antiguos miembros de los servicios de inteligencia franceses, miembros de la cúpula del departamento de seguridad de Renault, se encargaron de verificar el contenido de la carta y de atrapar a los culpables.

Las pesquisas se desarrollaron discretamente hasta el 4 de enero. Ese día, una bomba informativa sacudía el plácido panorama posnavideño francés: la agencia France Presse informaba de que Renault acababa de apartar de sus puestos a tres altos cargos. Unos directivos llegaron a las ocho de la mañana a mi despacho, relató Balthazard en Le Figaro, y uno me soltó: Te acusamos de corrupción con banda organizada con una potencia extranjera. Me concedieron unos pocos minutos para recoger mis cosas. A las nueve y media mis móviles de empresa ya estaban desactivados.

Tenenbaum confesó que se enteró por televisión de lo que se les acusaba.

Les imputaron un delito de espionaje industrial. Nada menos. Estupefactos, los tres altos cargos contemplaron cómo los medios de comunicación, citando fuentes de Renault, les acusaban de regentar cuentas bancarias en Suiza y en Liechtenstein alimentadas por una sociedad china denominada Power Grid Corporation. En una de esas supuestas cuentas había 130.000 euros. En otra, 500.000. También oyeron que les acusaban de vender secretos tecnológicos relacionados con las nuevas baterías del proyecto del coche eléctrico amultinacionales chinas. La noticia dio la vuelta al mundo. China desmentía la información tajantemente y el asunto estuvo a un paso de acarrear un incidente diplomático.

Éric Besson, el ministro de Industria, dio por cierto el incidente y lo analizó en la radio: Esto es una guerra económica. Y el mismo presidente de Renault, Carlos Ghosn, salía en el telediario francés demayor audiencia para asegurar que su empresa basaba la decisión de expulsar a sus tres empleados en certidumbres, y que se enfrentaba a una red organizada y profesional de espionaje económico y empresarial, con ramificaciones en distintos países. Balthazard aún recuerda lo que sintió cuando vio desde casa a su jefe Ghosn, acusándole por televisión de comerciar con los secretos de su departamento.

Por su parte, Tenenbaum, sin saber aún si se encontraba dentro de una novela de Le Carré o en un tebeo de Anacleto Agente Secreto, pendiente de pagar el alquiler y de salir del hoyo en el que se hundía, colocó su currículo en Internet con la esperanza de que alguien le contratara.

Pero estaba carbonizado. Era elmás apestado de los ingenieros industriales del mundo, manifestó al Journal du Dimanche.

Por entonces la Dirección Central de Información francesa (el servicio de contraespionaje) se hacía con el caso y, siguiendo el rastro del dinero, comenzó a perseguir las famosas cuentas suizas de los tres acusados. Y ahí empezó a cambiar todo.

Las cuentas no aparecieron nunca.

Tampoco la misteriosa garganta profunda que había suministrado datos comprometedores como el origen de la carta, sin ir más lejos a Dominique Gevrey, antiguo miembro de los servicios de inteligencia franceses y uno de los componentes del equipo de seguridad de Renault que investigaba el asunto. La negativa de Gevrey a revelar la identidad de un enigmático informador, sus contradicciones a la hora de explicar sus extrañas pesquisas y, sobre todo, el hecho de que esa misteriosa fuente hubiera reclamado 250.000 euros para hablar, hicieron sospechar aún más a los contraespías franceses. Volvieron a olfatear el rastro del dinero y descubrieron que los 250.000 euros tras pasar por una cuenta española habían acabado en un banco suizo, en manos del mismo Gevrey.

Este, que lo negó todo, fue arrestado el fin de semana pasado en el aeropuerto parisiense de Roissy cuando se disponía a huir a Guinea.

Los tres altos ejecutivos, a los que Renault ha prometido rehabilitar, exigen una indemnización millonaria y rechazan volver a trabajar para esa empresa. Para redimirse, el presidente de Renault asegura que él y los altos cargos de su empresa renuncian a sus retribuciones sobre las stocks opcions de este año que, en el caso de Ghosn, ascienden a 1,6 millones. Poca cosa, en comparación con lo que gana al año: más de nueve millones.

El físico Balthazard le exigió, además, que se disculpara. Ghosn, cabeza visible de todo este episodio sonrojante y caro, cumplió: hace días apareció en el telediario de más audiencia de Francia, el mismo en el que denunció meses atrás el supuesto espionaje, para pedir perdón públicamente a los tres altos cargos a los que echó con oprobio. Y confesar, ante el país entero, que le habían engañado.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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