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Reportaje:GUANTÁNAMOS FLOTANTES

El limbo en el mar de la CIA

José María Irujo

Este barco está haciendo algunas cosas buenas que no puedo revelar", espetó después del 11-S el vicealmirante norteamericano David Brewer sobre una de sus criaturas más preciadas, el buque de asalto anfibio USNS Stockham, uno de los gigantes de la Armada de Estados Unidos que operan desde la base norteamericana de Diego García, una isla británica en el océano Índico.

Meses después de esta intrigante declaración, en las celdas de Guantánamo (Cuba), el ruso Rustam Akhmiarov y el británico Moazzam Begg recibieron confidencias de sus compañeros de campo en las que les hablaron de un limbo en el mar, de cárceles flotantes mucho peores que la base en Cuba. A ambos les explicaron en qué consistían las "buenas acciones" de barcos como el Stockham.

"Mi compañero de celda me dijo que la prisión del barco era peor que Guantánamo", dice el ex preso Moazzam Begg
"En Bagram me hablaron de las cárceles flotantes. De cómo llevaron a Al Libi en una caja hasta el barco"
Un libio trasladado al buque 'USS Bataan' se halla desaparecido. Una lista oficial asegura que ya no es un peligro
Altos mandos de la Armada de EE UU confirmaron el traslado de varios detenidos a diferentes barcos
Los barcos sospechosos operan en Diego García, una isla británica convertida en centro secreto de detención
Agentes de la CIA alquilan barcos privados en aguas de África para interrogar a su antojo a los islamistas detenidos
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Rustam todavía tiene grabada la frase de aquel preso afgano, un hombre de unos treinta años que hablaba ruso: "Antes de venir aquí estuve preso en un barco norteamericano junto con otras cincuenta personas. Nos tuvieron encerrados en las bodegas. Aquello era como si lo vieses en la televisión, igual que una película. Nos golpeaban y trataban peor que aquí, en Guantánamo". Rustam ignora el nombre de su interlocutor, pero ahora, fuera ya del infierno, habla desde Rusia con otros "hermanos" que conocieron a este prisionero para que le ayuden a identificarlo.

Entre marzo y julio de 2004, el Military Sealift Command (MSC), que depende del Ministerio de Defensa de EE UU, dirigido por Brewer desde agosto de 2001 hasta su retiro en 2006, modificó el USNS Stockham para dotarlo con capacidades adicionales de apoyo a la lucha global contra el terrorismo que incluían un módulo médico, nuevas comunicaciones, pistas de aterrizaje y otras consideradas secretas. La inversión fue de tres millones de dólares. En realidad, éste y otros barcos anfibios de la Armada de Estados Unidos se adaptaban para una nueva y "buena" misión de la que sus comandantes no pueden hablar: un limbo en el mar, un Guantánamo separado de la tierra donde se esfuma cualquier responsabilidad. José Ricardo de Prada, ex juez internacional en la Sala de Crímenes de Guerra de la Corte de Bosnia-Herzegovina, lo explica: "En una cárcel así no hay referencia ni anclaje territorial. La patente de corso es total. Nadie se hace responsable".

El británico Moazzam Begg, secuestrado en su casa de Islamabad (Pakistán) y preso en Guantánamo durante tres años, también oyó historias sobre las cárceles flotantes de la CIA, uno de los secretos mejor guardados de la denominada guerra global contra el terror de la Administración de Bush, según relata a EL PAÍS. Moazzam reside en Birmingham (Reino Unido) y recuerda los testimonios de sus compañeros. "David Hicks, el talibán australiano, estaba en Guantánamo en una celda próxima a la mía. Me contó que, después de detenerlo, le llevaron a un barco prisión. Le interrogaron durante varios días; le insultaron, golpearon, patearon y abofetearon. Le torturaron. Me dijo que allí estaba también John Walker, el norteamericano convertido al islam. Me confesó que aquello era peor que el sitio donde estábamos".

A Begg, de 40 años, casado y padre de cuatro hijos, aquella historia le resultó familiar. "Cuando estuve detenido en la base aérea afgana de Bagram", recuerda, "los agentes de la CIA que me interrogaron, me dijeron que si no colaboraba me mandarían al mismo lugar que a Al Libi (Ali Abdul-Hamid al Fakhiri), un preso que había estado en un barco prisión y que desde entonces está desaparecido. Allí y en Kandahar, varios prisioneros de Bagram me hablaron de las cárceles flotantes, de cómo habían llevado a Al Libi en una caja de madera hasta un barco. Los relatos eran muy parecidos".

El talibán australiano David Hicks, el mulá afgano Abdul Salam Zaeef, el norteamericano convertido al islam John Walker Lindh y el libio Ali Abdul-Hamid al Fakhiri han revelado a gente como Begg su estancia en los bajos de barcos de la Armada norteamericana convertidos en prisiones flotantes. Allí los prisioneros eran maltratados y golpeados con la culata de los rifles. Les tomaron fotografías y fueron interrogados por psiquiatras y psicólogos, tipos de distintas nacionalidades que, después de las sesiones de tortura, aparecían con sus batas blancas de aspecto inofensivo y lanzaban mensajes tan naturales y desconcertantes como éste: "Tranquilo, chico, cuéntame tus sueños".

Hicks, el talibán australiano, de 32 años, casado y padre de dos hijos, conoció dos cárceles flotantes. Primero, la del USS Peleliu, un barco norteamericano de asalto anfibio bautizado con el nombre de una batalla de la II Guerra Mundial. Más tarde fue trasladado al gigante Bataan, otro barco de asalto en el que probablemente estuvo preso el afgano que se confesó ante su vecino de celda.

El 11 de enero de 2002, Hicks fue trasladado en un vuelo de la CIA, junto con otros 24 prisioneros, desde Kandahar hasta Guantánamo. El avión C-141 Starlifter hizo escala en Morón de la Frontera (Sevilla), según datos de la autoridad aeroportuaria portuguesa que ha obtenido Reprieve, la ONG británica que defiende a presos de Guantánamo. AENA ha asegurado a la Audiencia Nacional que no le constan datos de ese vuelo, pero el juez Ismael Moreno y el fiscal Vicente González Mota investigan estos traslados.

Cuando llegó a Guantánamo, Hicks se dejó el pelo largo para proteger sus ojos de la luz permanente que iluminaba su celda, según explicaron sus abogados. Hace un año fue el primer preso en comparecer ante un tribunal militar en Guantánamo: lo hizo envuelto en sus melenas y en el uniforme caqui que visten los presos de buena conducta. Se declaró culpable de los cargos que le imputaban -recibir entrenamiento en un campo de Al Qaeda y luchar con los talibanes durante la invasión de Afganistán a finales de 2001- quizá para lograr que le dejaran cumplir su condena en Australia. "Ha vivido durante cinco años en el infierno. Sólo quiere volver a casa", declaró Terry Hicks, su padre, a una radio australiana. En diciembre de 2007 lo logró y regresó a su país. Allí cumplió nueve meses de una sentencia de siete años, y quedó en libertad condicional.

John Walker, de 22 años, el talibán norteamericano convertido al islam, fue capturado por las fuerzas de la Alianza del Norte (fuerzas afganas contrarias a los talibanes) en noviembre de 2001. Su primera celda fueron las bodegas del USS Peleliu, el mismo navío en el que estuvo el australiano. A bordo recibió tratamiento médico para la deshidratación, hipotermia y congelación. Un doctor extrajo la bala que dos semanas antes se había alojado en su pierna, según han declarado médicos militares. Su familia asegura que durante aquellos días fue interrogado sin abogado y sin que se le informara de sus derechos. El general Tommy Franks declaró entonces: "Continuaremos controlándole a bordo del Peleliu hasta decidir si lo juzgamos por lo militar o por lo civil".

Walker ya ha sido juzgado y cumple una pena de 20 años de cárcel por unirse al ejército talibán. "Fue víctima de la histeria posterior al 11-S. Mi hijo no luchó contra los americanos. Se ha interpretado mal su historia", ha declarado Frank, su padre.

En el USS Bataan, y junto a David Hicks, el talibán australiano, estuvo también el mulá Abdul Salam Zaeef, el antiguo embajador del Gobierno talibán en Pakistán, el hombre de la barba y el turbante que se hizo famoso por las ruedas de prensa posteriores al 11-S en las que, rodeado de toda la prensa internacional, defendía a capa y espada al mulá Omar. Zaeef, de 41 años, fue detenido en enero de 2002 en su casa de Islamabad y encerrado una semana en una celda en las tripas del Bataan, según él mismo ha confesado. Allí fue interrogado varias veces sobre el paradero de Bin Laden. Los servicios secretos norteamericanos creían que conocía su escondite en las montañas de Tora Bora.

Desde la celda del barco prisión, Zaeef fue trasladado a la base aérea afgana de Bagram, la misma en la que estuvo el británico Begg. Allí permaneció varios meses hasta su viaje a Guantánamo, donde, durante tres años, escuchó centenares de veces la misma pregunta: "Tú lo sabes. ¿Dónde están Bin Laden y el mulá Omar?". En septiembre de 2005, el Gobierno norteamericano decidió que el diplomático talibán no era peligroso y se le puso en libertad. Ahora vive en Afganistán junto a sus dos esposas y sus ocho hijos.

El libanés Ali Abdul-Hamid al Fakhiri tuvo peor suerte. Informes oficiales obtenidos por varias organizaciones de derechos humanos aseguran que el 9 de enero de 2002 estaba en una celda a bordo del USS Bataan. Desde entonces nadie conoce su paradero y sólo se sabe que fue trasladado a Egipto. Allí se perdió su pista. Informes de Amnistía Internacional aseguran que un funcionario estadounidense ha admitido el traslado de Al Fakhiri a un tercer país para continuar con su interrogatorio. El 19 de julio de 2006, su nombre se incluyó en una lista de terroristas que ya no constituyen una amenaza para EE UU. Una relación en la que se pueden encontrar nombres de muchos desaparecidos sobre los que la CIA no da ninguna explicación.

Al Fakhiri fue detenido en noviembre de 2001 en Kohat (Pakistán) por agentes del ISI, el temible servicio secreto paquistaní. Le acusaron de dirigir un campo de entrenamiento terrorista del Grupo de Combate Islámico de Libia en Al Khaldan (Afganistán). Al igual que centenares de detenidos, fue vendido a los agentes de la CIA. Algunos testimonios sin confirmar aseguran que este preso se encuentra en una cárcel de Trípoli, enfermo de tuberculosis. Su nombre figura en la lista de desaparecidos de seis organizaciones de derechos humanos. Estados Unidos nunca ha reconocido su detención. Pero si no le han detenido, ¿por qué incluyen su nombre en la lista de terroristas que ya no son una amenaza para ese país?, se preguntan sus familiares. Nadie del Gobierno norteamericano ha aclarado esta contradicción.

El testimonio a EL PAÍS del británico Moazzam Begg o las pistas que estos y otros presos dejaron en los buques norteamericanos convertidos en cárceles flotantes no son la única prueba sobre el nuevo limbo creado por los servicios secretos de EE UU.

El almirante John Stufflebeem confirmó en 2001 los traslados de Walker, el talibán norteamericano, y de otros presos al USS Peleliu. "Uno [de los recluidos] es el señor Walker. Los otros cuatro no eran afganos, creo que eran una mezcla de talibanes y miembros de Al Qaeda. No tengo más detalles. No sé sus nombres o el grado que tenían". Y justificó así su presencia en los barcos: "El comando central lo determina por cuestiones médicas, para su protección y aislamiento, para que no vengan fuerzas a rescatarlos del centro de detención, por seguridad y obviamente para seguir interrogándoles". Ese mismo año, en 2001, el entonces subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, señaló: "Ustedes saben que hemos tenido cinco detenidos a bordo del Peleliu, uno australiano, otro norteamericano y tres talibanes de Al Qaeda. Son gente importante, pero una de las razones para no identificarlos todavía es que no estamos seguros de que sus compinches sepan que les tenemos".

Entonces nadie sospechó que algunos barcos de la Armada se habían transformado en cárceles flotantes, pero cuatro años después, en junio de 2005, el relator especial de la ONU para asuntos de terrorismo lanzó una advertencia rotunda: "Tenemos pruebas muy serias de que Estados Unidos está deteniendo a sospechosos de terrorismo en varios lugares del mundo, especialmente a bordo de cárceles flotantes en la región del océano Índico".

Ahora, Reprieve, la ONG de abogados británicos que investiga los vuelos de la CIA, presenta nuevas pruebas sobre el limbo flotante creado por los servicios secretos norteamericanos. Señala en sus informes a 17 barcos de la Armada norteamericana que, presuntamente, están siendo utilizados para interrogar a prisioneros lejos de testigos incómodos. Clara Gutteridge, de 30 años, investigadora de Reprieve y autora de un informe preliminar sobre el limbo marino, explica en su oficina de Londres que se ignora el número de personas que han permanecido presas en estos barcos. "No sabemos cuántos sospechosos han sido encarcelados en ellos, pero hay gente que habla de haber convivido en uno de ellos hasta con cincuenta personas. El Pentágono está destruyendo interrogatorios y fotografías de estas cárceles flotantes, pero estas pruebas existen, ahora están clasificadas y acabarán saliendo a la luz". El comandante Jeffrey Gordon, portavoz de la Armada de Estados Unidos, ha negado la existencia de estas prisiones y sólo reconoce que algunos detenidos permanecieron allí durante los primeros días de su detención.

Gutteridge responde que las cárceles flotantes no son transitorias, como dice Gordon, y que su misión es "mantener a prisioneros lejos de la mirada de la prensa, de sus abogados o de sus países de origen. Se les interroga a bordo durante un periodo determinado y luego se les traslada a lugares desconocidos". Y habla de una teoría geográfica que explicaría por qué tantas pistas apuntan a la isla británica de Diego García, en el océano Índico, donde operan el Stockham, el Bataan y otros buques de los que el vicealmirante Brewer no puede revelar su actividad en la lucha contra Al Qaeda.

En Diego García se halla una de las mayores bases navales y aéreas norteamericanas fuera de Estados Unidos. La isla acoge a la VII Flota del Índico, a los bombarderos B-52 que operan en Irak y Afganistán y a escuadrillas de submarinos dotados de misiles antinucleares. Es un fortín inexpugnable.

Allí no hay testigos. Los pobladores, descendientes de emigrantes indios y antiguos esclavos, fueron obligados a abandonar la isla hace 30 años, justo cuando llegaron los militares norteamericanos. Algunos de sus descendientes todavía dirimen en los tribunales su derecho a regresar. Ahora, Diego García se ha convertido en un centro de interrogatorio secreto, según han revelado ex agentes de EE UU. Uno de ellos confesó al juez Baltasar Garzón que Mustafá Setmarian, de 50 años, miembro de la cúpula de Al Qaeda detenido en 2005 en Quetta (Pakistán) y luego desaparecido, fue trasladado a Diego García. Al igual que en el caso del desaparecido Al Fakhiri, el 19 de julio de 2006 la Administración norteamericana incluyó su nombre en la lista de terroristas que ya no constituyen una amenaza. ¿Estuvo también Setmarian en una cárcel flotante?

El general norteamericano Barry McCaffrey, un hombre respetado en el ejército y antiguo combatiente en Vietnam, ha reconocido varias veces que "sospechosos de terrorismo" han sido trasladados a la isla, y el Consejo de Europa hizo una declaración en junio de 2007 en la que se afirmaba que "está confirmado que agencias de inteligencia de EE UU han utilizado el territorio de Diego García, cuya responsabilidad legal internacional corresponde al Reino Unido, en los interrogatorios de detenidos de alto interés".

La investigadora británica explica así su teoría geográfica sobre los traslados de presos: "Los servicios secretos necesitan tener cerca a diferentes presos para contrastar sus respuestas en los interrogatorios. En la Comisión de Investigación del 11-S ya se habló de la decisión estratégica de tenerlos en la misma zona". Peces gordos de Al Qaeda como Abu Zubaida, Khalid Shaikh Mohamed o Ramzi Binalshibh (estos dos últimos, organizadores del 11-S) fueron interrogados en una cárcel secreta de Tailandia y luego trasladados a Polonia, donde se halla una de las prisiones ocultas en Europa. Se sospecha que también pasaron por Diego García para ser sometidos a careos con otros presos y buscar contradicciones en sus relatos.

"El Gobierno británico sabe lo que está ocurriendo allí. Está compartiendo la información que se obtiene en Diego García. Seguro que reciben informes de los detenidos, pero no de las circunstancias y de los lugares secretos donde están los detenidos", acusa Clara Gutteridge. "Nuestro Gobierno también es cómplice", apostilla Clive Stafford, el director de Reprieve, un letrado que ha asistido a varios presos en Guantánamo.

Uno de los barcos en el punto de mira de la ONG es el USS Ashland. En 2007 este buque navegó por las costas de Somalia y dirigió operaciones para capturar terroristas de Al Qaeda, vigilar el tráfico marítimo e interrogar a las tripulaciones de barcos sospechosos. Numerosos detenidos por las fuerzas de Somalia, Kenia y Etiopía fueron interrogados por miembros del FBI y de la CIA. Según la organización humanitaria londinense que dirige Stafford, el Ashland y otros barcos que operaban por el golfo de Aden fueron el escenario de estos interrogatorios. Alrededor de cien personas han "desaparecido", sostiene, en su camino hacia prisiones de esos tres países africanos y de Guantánamo. "Muchos de los desaparecidos pueden estar presos en algunos de estos barcos", sugiere Moazzam Begg, el ex preso de Guantánamo que recibió los primeros testimonios.

En septiembre de 2006, George Bush declaró que "las prisiones secretas están ahora vacías", pero Reprieve y otras organizaciones de derechos humanos aseguran lo contrario. "En los últimos seis meses, nosotros y otras asociaciones hemos seguido más de 200 casos de detenciones secretas", aseguran los informes de esta ONG; en uno de ellos, titulado Sin rastro oficial, seis organizaciones de derechos humanos cifran en 39 las personas desaparecidas. Un informe oficial del Congreso estadounidense estima en más de 14.000 las personas que han sido objeto de rendición y detenciones secretas desde 2001. EE UU admite que ha capturado a 80.000 prisioneros en el marco de la denominada guerra contra el terror.

Reprieve persigue ahora nuevas pistas sobre las cárceles flotantes. Sus investigadores creen que la CIA alquila barcos privados con banderas de conveniencia de países como Panamá u otros para mantener presos ocultos en aguas de África, un continente donde los grupos asociados a Al Qaeda están cada día más presentes. Es otra vuelta de tuerca para evitar testigos militares que se puedan volver incómodos en el futuro.

Moazzam Begg, el ex preso británico en Guantánamo al que sus compañeros de celda confesaron la existencia de las cárceles flotantes, explica la diferencia entre estar en Guantánamo o pasar por un barco prisión. "En el barco pueden hacerte todavía más daño. Nadie sabe dónde estás, ningún abogado o miembro de Cruz Roja puede visitarte o identificarte. Es el limbo de los limbos. El aislamiento es absoluto. Tus captores son los únicos testigos". Begg dirige sus críticas a los Gobiernos de Pakistán -país donde fue entregado a agentes de la CIA- y Estados Unidos. "¿Cómo acabar con esto?", se pregunta. Y responde: "Las víctimas debemos resistir, y los Gobiernos y servicios de inteligencia de Pakistán y EE UU deben reconocer que lo que están haciendo es absolutamente equivocado".

El talibán norteamericano John Walker.
El talibán norteamericano John Walker.AFP

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José María Irujo
Es jefe de Investigación. Especialista en terrorismo de ETA y yihadista, trabajó en El Globo, Cambio 16 y Diario 16. Por sus investigaciones, especialmente el caso Roldán, ha recibido numerosos premios, entre ellos el Ortega y Gasset y el Premio Internacional Rey de España. Ha publicado cinco libros, el último "El Agujero", sobre el 11-M.

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