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Reportaje:

Las montañas lloran en Cachemira

Un año después del terremoto, miles de supervivientes sufren el látigo del hambre y del frío

Las montañas siguen llorando. Ahora son las lluvias del monzón las que desgarran las debilitadas laderas de los montes. Muchos de los supervivientes del terremoto que hace justo un año asoló Cachemira -y que afectó sobre todo a la parte administrada por Pakistán- mueren ahora en sucesivos desprendimientos. Las carreteras resultan intransitables. La ayuda tarda aún más en llegar a uno de los lugares menos accesibles del planeta. Pronto, familias que viven a más de 1.800 metros pueden quedar completamente incomunicadas por el efecto combinado de los corrimientos y las fuertes nevadas. Un nuevo invierno asoma en el horizonte. Las cuadrillas de hombres que trabajan para el Programa Mundial de Alimentos (PMA) con el lema Trabajo por alimentos no dan abasto. Limpian carreteras, abren vías para el regadío, reparan escuelas.

Más de 30.000 personas siguen viviendo en campamentos de refugiados, muchos de los cuales deberían haber sido ya desmantelados
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Gran parte de la población está movilizada para cerrar las heridas provocadas por aquel seísmo de 7,6 grados en la escala de Richter. Eran las 8.52 de la mañana del 8 de octubre cuando el norte de Pakistán tembló. Cerca de la ciudad de Muzaffarabad, en el epicentro del terremoto, las montañas se pulverizaron. Suaves laderas en las que antes resplandecía el verde de los pinos pasaron a convertirse en abruptos escarpados, grises y polvorientos. La violencia del seísmo sepultó la vida de 73.338 personas, de las cuales más de 18.000 no habían alcanzado la mayoría de edad. Otras tantas quedaban heridas de consideración, muchas de ellas mutiladas. En pocos segundos, medio millón de viviendas y casi 8.000 escuelas se vinieron abajo. La mayoría de hospitales y edificios gubernamentales tampoco resistió. Casi tres millones y medio de personas se quedaron sin hogar a pocos días de la llegada del invierno.

"Afortunadamente, las aportaciones fueron generosas. A pesar de la coincidencia con las catástrofes del tsunami, del Katrina y de otros huracanes en América, y de que se trataba de un país islámico que suscita pocas simpatías", asegura Marc Salvail, director de la oficina de Unicef en Muzaffarabad. En poco más de un mes, 690 aeronaves procedentes de diferentes partes del globo habían aterrizado en el aeropuerto de Islamabad, con miles de toneladas de ayuda en sus bodegas. Comenzaba la mayor operación aérea de ayuda humanitaria de la historia, en la que participaban tanto simpatizantes de Al Qaeda como militares estadounidenses.

En la conferencia celebrada el 19 de noviembre en la capital, presidida por Kofi Annan, 70 delegados comprometieron 5.800 millones de dólares para la reconstrucción, 600 más de los que tanto el Gobierno como la ONU habían estimado necesarios. Un año después, gran parte de ese dinero no ha llegado y la Autoridad para la Reconstrucción (ERRA) estima que faltan 100 millones para completar el proceso. Más de 30.000 personas siguen viviendo en campamentos de refugiados, muchos de los cuales deberían haber sido ya desmantelados.

La situación de los numerosos centros básicos de salud también es precaria. El doctor Shtiaq está al frente de uno de ellos en Goger Badi, cerca de Muzaffarabad. Con una sola ambulancia, para la que muchas veces no tienen combustible, cubre una población de 40.000 personas diseminada por montañas de muy difícil acceso. Él mismo, ayudado de un ATS y de dos enfermeras, atiende una media de 100 pacientes al día, de los cuales 40 acuden por emergencias. Pasa consulta en una tienda de campaña azul donada por China, que ya acusa los 12 meses de servicio. Las medicinas, escasas, las proporcionan Unicef y el Gobierno de Holanda. "Pero, teóricamente, debería ser ya nuestro Gobierno el que nos suministrase", denuncia.

Salvación milagrosa

No lejos de donde trabaja el doctor Shtiaq, el esqueleto de un edificio cubierto aún por escombros muestra el lugar en el que se encontraba la escuela del pueblo de Haitian Bala. Aquí, Ghazala Gikani salvó milagrosamente su vida el 8 de octubre de 2005. "Perdí a tres primas y nos quedamos sin casa", recuerda. "A mi padre lo rescataron de entre los escombros y ahora está inválido, por lo que tenemos que buscar una forma de vida entre todos". Para ello, Gikani asiste a la versión juvenil del programa Trabajo por alimentos del PMA: Alimentos por educación. "Nos enseñan labores para que podamos ganarnos la vida". Como mujer en una de las zonas más tradicionales de Pakistán, no lo tiene fácil. El Gobierno ha compensado a su familia con un primer pago de 25.000 rupias (330 euros) para que reconstruya su hogar. "Pero con eso no nos da ni para los cimientos", explica Gikani. "Si no fuera por la ayuda internacional, no creo que pudiéramos sobrevivir".

Masood Qadn es de la misma opinión. Perdió a dos de sus hijos en el terremoto, y ahora colabora con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en la obtención de datos sobre las zonas más remotas, con la intención de solicitar estufas de gas que permitan frenar la paulatina deforestación de la montaña. "La gente necesita combustible y tala árboles. No se dan cuenta de que eso propicia repentinas inundaciones y desprendimientos. Con la instalación de estas estufas-cocina podría atajarse el problema, pero no hay suficientes ni para un pequeño porcentaje de la población". Qadn también critica duramente la actitud del Gobierno en lo que respecta al pago de las compensaciones: "Han dado cheques, pero no han provisto de fondos a los bancos. Dan esperanzas a la gente cuando realmente no las hay". Las largas colas que se forman a las puertas de las sucursales financieras evidencian las complicaciones existentes a este respecto.

Algunas de las ONG que llegaron con la avalancha inicial se han marchado ya. Sin embargo, el trabajo pendiente es aún de gran magnitud. "Nos han dejado antes de tiempo. Salvo las agencias de Naciones Unidas y algunas ONG internacionales, el resto ha puesto unos parches y ha dado por concluida su labor", lamenta Ejaz Ahmed, director de pediatría del hospital Abbas de Muzaffarabad, que cuenta con el apoyo de Unicef. En sus camillas abundan los niños con desnutrición, un 38% de los que ingresan, porcentaje muy superior al de antes del seísmo. "Se tardará entre cinco y diez años en recuperar la normalidad, siempre que no haya más terremotos, naturalmente".

Una mujer escoge las legumbres para el almuerzo.
Una mujer escoge las legumbres para el almuerzo.

Las prioridades del general Ahmed

HAY QUE AYUDARLES a que se ayuden a sí mismos. Es una de las máximas de Naciones Unidas, para cuya implementación se crean, tras el período inicial de una catástrofe natural, organismos gubernamentales destinados a conducir los procesos de reconstrucción. En el caso del terremoto de Pakistán, el ERRA (Autoridad para la Reconstrucción y Rehabilitación tras el Terremoto), tiene como director ejecutivo al teniente general Ahmed Nadeem, un hecho que ha disgustado a muchas ONG, críticas con la militarización de muchos aspectos que afectan a este proceso. Sin embargo, Ahmed considera que gracias a su intervención "se han salvado decenas de miles de vidas".

Añade el general que "la prioridad básica es la reconstrucción de viviendas y la reparación de infraestructuras. Es la base sobre la que se asentará el futuro. Es necesario dar cobijo a las miles de personas que aún viven en tiendas de campaña, algunas en condiciones lamentables". Pero hay que tener en cuenta las enormes dificultades a las que hay que enfrentarse: la orográfica y la inclemencia de un clima extremo. Ahora, los corrimientos de tierra suponen un gran peligro. Son habituales en esta época y su incidencia es mayor este año por el debilitamiento que el terremoto ha provocado en las montañas.

La reconstrucción ha de hacerse en zonas con menor actividad sísmica para no repetir la catástrofe. Y hay que evitar los grandes desplazamientos de la población, aunque la gente está muy apegada a su terruño. "Afortunadamente, estamos mejorando nuestra efectividad, y creo que estamos preparados para afrontar el invierno con garantías".

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