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Tribuna:LIBROS
Tribuna
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Narrativa contemporánea

En 1954, un joven periodista charla con un poeta a propósito de la publicación de su libro Los elementos del desastre. En un momento de la conversación, el poeta arremete en contra de los grandes mitos de su país, Colombia. Contrario a su temperamento calmado y jovial, se pregunta casi que con ira por qué los críticos no se atreven a revisar los mitos nacionales y dice: "¿Qué les puede pasar? Los mitos muertos no hacen daño y los vivos ya están muy viejos y muy domesticados para que los críticos les tengan miedo". Pocos años después, Gabriel García Márquez, el periodista, y Álvaro Mutis, el poeta, se convertirían en los mitos literarios de Colombia, tan grandes y poderosos que muchos fuera del país se preguntan si existió literatura colombiana antes de Gabo y si existe después de Gabo. El AG/DG se convertió en una suerte de maldición gitana.

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Biografía literaria

Antes del ascenso del Nobel, la narrativa colombiana se mecía entre el costumbrismo de Tomás Carrasquilla, la burletería de José María Vargas Vila, el realismo social de José Antonio Lizarazo, la revisión histórica de Pedro Gómez Valderrama y la representación de la violencia política por parte de Manuel Mejía Vallejo, intentos aislados y algunas veces soporíferos por asentar el alma de un país siempre convulso. Con la aparición de La hojarasca, la primera novela de García Márquez -un año después de la entrevista a Mutis-, el enredado panorama literario encuentra por fin su derrotero: la tradición y la ruptura se mezclan para dar vida a un mundo que terminaría por llamarse real maravilloso a falta de mejor etiqueta. García Márquez consigue nombrar lo que Mutis exige en su entrevista: "(las) vastas costas, cordilleras, llanos y selvas, todo eso sirviendo de marco a cien años de apasionadas guerras civiles, de sangrienta búsqueda de una nacionalidad, de un perfil, de una voz de América". Mutis hace lo propio con su obra, que empieza en la poesía y termina en la narrativa, pero le siembra además una cuota de desesperanza y podredumbre que nace del trópico. ¿Qué hace la generación de escritores después de que Gabo y Mutis se convirtieran en sólidos mitos? Hace lo que puede.

El boom de la literatura latinoamericana de los años sesenta fue un boom nuclear para los autores que nacieron a la sombra de los hombres míticos. Para deslindarse de sus antecesores, los autores del posboom se aferraron a los cambios sociales de la nueva década, los setenta. Óscar Collazos, Luis Fayad, Fernando Cruz Kronfly, Roberto Burgos y Arturo Alape se dan a la tarea de narrar un precario escenario urbano -las ciudades colombianas apenas están en el díficil tránsito de la paja al concreto-, pasan de la anécdota a la ideología, intentan juegos verbales y adoptan el humor para protegerse de sus hermanos mayores, en el caso específico de R. H. Moreno Durán. Una excepción afortunada es la novela Sin remedio (1984), de Antonio Caballero, tan ligada a una situación generacional -la crítica a la ideología de izquierda de los años setenta- pero con una fuerte carga existencial, un humor certero, una fluidez dramática que no cede a los experimentos de la época y una falta de fe metódica. Si García Márquez nombró un continente, Caballero estuvo cerca de nombrar a una ciudad del tercer mundo: Bogotá.

Germán Espinosa, escritor muerto hace un mes, fue un solitario entre estos hombres que cargaron con la cruz del boom. Con una obra que a muchos les parece la única capaz de compararse a la de García Márquez en su vastedad e intensidad, La tejedora de coronas, Espinosa vuelve sobre la exigencia de Mutis. A Fernando Vallejo, el escritor que encadenaría el final de los años ochenta con los noventa, y para bien o para mal, enterraría el respeto a los mitos, a unos años de volverse "viejos y domesticados", le importa bien poco la identidad intelectual e histórica del ser latinoamericano. Vallejo pugna por salvarse a sí mismo a través de una diatriba furiosa contra la vida que le tocó en suerte, que no es otra que una Colombia de nuevo empantanada por la violencia, esta vez proveniente del narcotráfico.

Con La Virgen de los Sicarios, Vallejo abre la puerta a una serie de novelas que tratan el tema de la violencia colombiana casi que en tiempo real. Navegan por ese río las obras de Laura Restrepo (Delirio), una escritora que proviene del periodismo, las de Jorge Franco (Rosario Tijeras), Mario Mendoza (Satanás) y Sergio Álvarez (La lectora), y en menor medida las de Héctor Abad (Angosta) y Santiago Gamboa (El síndrome de Ulises), que se posicionan gracias a los reconocimientos en concursos internacionales y a las ventas favorables.

Piedad Bonnet, poeta que hace unos años dio el salto a la narrativa como lo han hecho Juan Manuel Roca y Darío Jaramillo, desconfía un tanto de esa escritura que le sigue con tanta atención el paso a la realidad: "Pienso que los hechos hay que dejarlos decantar para que con la distancia adquieran hondura y significación. Hay mucha literatura secundaria sobre el tema escribiéndose en simultaneidad. Laura Restrepo escribe sobre desplazamiento mientras éste se da. (Tiendo a pensar que son los periodistas los que más se interesan por escribir en tiempo real). Lo que pienso es que no es una necesidad de la literatura proceder así". En ese único sentido Bonnet estaría más próxima a una vertiente de escritores colombianos a los que Álvaro Robledo dio inicio con su novela Nada importa, finalista del Premio Herralde el mismo año en que se lo ganó Roberto Bolaño.

En Robledo prima una intención estética apoyada en la desacralización y el desamparo y la perplejidad ante un mundo que siente ajeno, antes que cualquier preocupación política o búsqueda de una identidad común. En esa intención está hermanado con Efraím Medina (Érase una vez el amor pero tuve que matarlo), Antonio Ungar (Zanahorias voladoras) y Ricardo Silva (Relato de Navidad en la Gran Vía), escritores que hacen del aislamiento la materia prima de sus personajes. Por su parte, Juan Gabriel Vásquez (Los informantes e Historia secreta de Costaguana ), con una escritura mucho más calculada y menos divertida, trata de recoger las banderas de la hondura histórica. Todos coinciden en una cosa: se sienten lejos de pertenecer a las juventudes literarias colombianas. Otros autores son Pilar Quintana, Tomás González, Enrique Serrano, John Junieles y Antonio García.

La entrevista de García Márquez a Mutis termina así: "En los primeros años de este siglo (el siglo XX) se detuvo extrañamente la tarea de perpetuar la memoria de esa esencia especial nuestra y comienza nuestro cacareo en todas las lenguas y todas las modas de Europa. Ese proceso ha culminado con la lánguida sucesión de aún no definidas generaciones que ya no somos tales, sino grupos de bobitos, que oímos nuestras propias voces y las ajenas en una torpe algarabía que nos impide oír los llamados de nuestra América". En los primeros años del siglo XXI nadie sabe a ciencia cierta si la esencia colombiana se diluyó en medio de esa historia continua en la que vive el país hace medio siglo, ese presente eterno en el que nadie siente que la vida avance, o si dejó de existir justo en el momento en que los grandes mitos la narraron. Una vez más cada escritor hace lo que puede y en esa actitud abunda la honestidad, el único recurso válido para sacudirse del AG/DG.

En la entrevista el poeta, contrario a su temperamento calmado y alegre, se exalta y dice: "En los primeros años de este siglo se detuvo extrañamente la tarea de perpetuar la memoria de esa esencia especial nuestra y comienza nuestro cacareo en todas las lenguas y todas las modas de Europa. Ese proceso ha culminado con la lánguida sucesión de aún no definidas generaciones que ya no somos tales, sino grandes grupos de bobitos que oímos nuestras propias voces y las ajenas en una torpe algarabía que nos impide oír los llamados de nuestra América". Ambos, periodista y escritor, son colombianos y responden a los nombres de Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis.

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