_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nuria Amat

La estelar escritora catalana Nuria Amat escribe en una lengua que une a cuatrocientos millones de hispanoparlantes.

Importa su fidelidad a la literatura, su devoción a la letra. Ensayo -Todos somos Kafka-, crítica literaria -Juan Rulfo, el mejor trabajo sobre el autor mexicano-, periodismo de ¿combate?, ¿rectificación?, ¿ubicación? Y sobre todo, novela. Muy subjetiva: El país del alma. Muy objetiva: Reina de América, impresionante relato de la Colombia guerrillera y viciosa. Y ahora, un libro de una complejidad y riqueza que no son ajenas al riesgo de presentar una novela que se desconoce a sí misma, que se disfraza de autobiografía sin serlo, de colección de máximas que se autominimiza, como si la autora nos desafiara a buscar y encontrar la novela llamada Deja que la vida llueva sobre mí.

Los aforismos de Amat son como signos breves y llamativos de un camino que no quiere revelar su destino. El estilo desvela y encubre los "temas" que se van sucediendo. El padre. La madre. Los hermanos. Los amigos. Los amantes. Los maridos. Hasta anclar, reveladoramente, en dos personajes tan "creados", por así decirlo, tan "literarios" que, retrospectivamente, iluminan la profunda unión de aforismos y caracteres.

Amat propone una autoría solitaria, des-ubicada, fuera de lugar en todas partes y no da cuartel para recordarnos la soledad del acto de escribir. Se escribe en el lugar de los desheredados, donde nos toca la locura ajena, donde los amantes buscan la catástrofe, donde las recámaras evocan los cementerios, donde soñar es naufragar en el secreto del cuerpo, donde Dios es el vecino de la pieza de al lado, donde sólo al gritar somos sinceros, donde el miedo a morir es "el motivo secreto de la ruptura de tantas parejas que llevan años juntos y que ven en la vejez el castigo por haber vivido". Donde la muerte es la moneda que se paga por el lujo de vivir.

La escritora se da cuenta de que un amor, sin embargo, ha sido verdadero sólo al perderlo. Entonces se deja atrás la indiferencia, el "nudo de plomo" que hunde a las parejas cuando "ya nadie quiere despertar al lado de alguien con quien no es feliz" y se gana, en cambio, la inmensa posibilidad de "amar con tanta intensidad algo que no existe". Fortuna que reclama -es la vía de la concreción amorosa- lo más nimio, olvidado y perdurable de una relación de pareja. Hacer reír. Despedirse con elegancia. Salir de la cama con una mirada consternada. Naufragar en el secreto del cuerpo, y no poder desnudarse del todo porque nuestro gran disfraz es el cuerpo.

Evocar dos caracterizaciones que por sí solas le dan su espesor de ficción a esta frágil y aleatoria aproximación a la verdad y a la mentira de nuestras vidas. Hay una anciana, Dominica, analfabeta, sola, enlutada, que no reza porque es pobre. Es experta en encontrar los mejores escondites y el mejor de todos los escondites es la tumba. Allí, Dominica parece estar en su país de origen. Vivió sin quejarse: sabía que lo peor ya había sucedido. "Así y todo", dice la autora, "consigue regalarme su voz y su palabra".

El otro personaje es un joven que, abandonando la droga, envejece en un paraje boscoso de difícil acceso donde cuida plantas y también cultiva la soledad. Ejerce la memoria con la esperanza de volver a nacer. Cuando lee, se desmaya. Le seduce la exageración. Cree que el narcisismo es un arma contra la muerte.

Ambos -la anciana y el hombre del bosque- provienen de una España de militares y sacerdotes, a donde acaba de llegar el teléfono y apenas se canalizan las aguas negras. La evocación de la España reciente, agraria, tiranizada, ofrece un fortísimo contraste con el país moderno, europeo, cosmopolita, atado aún a regionalismos, patrioterías y discordias añejas. Nuria Amat no oculta los caminos de su liberación como narradora. Ama el mar. Ama el hecho de que en España el horizonte marino nunca esté demasiado lejos: sumergirse en una cala es esquivar la muerte. Ama a los amigos. Ama a quienes la amaron. Ama, así, a los amantes que han muerto y escucha la "voz arcaica del ángel condenado". Ama la música, la tormenta y las emociones.

Pero no se engaña. Como puede ser, lo bueno y hermoso puede no ser. En cambio, florecen siempre las flores de la discordia. Las tragedias forman sus nidos. A veces, sólo se ama renunciando al ser amado. Nos rodean personas que buscan enemigos, que hablan mal de otras personas, que se caricaturizan en sí mismas en el acto de la envidia...

El libro de Nuria Amat es un poema sobre la posibilidad e imposibilidad de ser feliz y una afirmación literaria: al cabo, el escritor no reconoce otra vida que la de la letra, a sabiendas de que todo lo escrito es imperfecto. O tan perfecto como esos espacios en blanco que, en un tácito homenaje a Mallarmé, cierran este libro. Porque, al fin, un juego de dados no abolirá el azar.

Carlos Fuentes (Panamá, 1928) publicará en octubre La voluntad y la fortuna (Alfaguara).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_