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Reportaje:EN PORTADA

Viaje al tiempo del miedo

La cinta rumana Cuatro meses, tres semanas, dos días, dirigida por Cristian Mungiu y protagonizada por Laura Vasiliu, es la película independiente del año. "Quería transmitir la emoción pura", dice el director sobre el filme, que refleja "el poder de las tinieblas".

Guillermo Altares

Las posibilidades de que una película de Rumania, un país con apenas 15 producciones cinematográficas al año, que trata un tema tan duro como el aborto clandestino de una joven bajo la dictadura de Ceausescu, rodada en un mes por un director poco conocido, con un presupuesto inferior a lo que cuestan muchos pisos en Madrid (600.000 euros), se convirtiese en el título del año eran mínimas. Sin embargo, Cristian Mungiu lo ha conseguido con Cuatro meses, tres semanas, dos días. Este sobrecogedor filme, que se estrena el próximo viernes en España, logró la Palma de Oro en Cannes en 2007, el premio del Cine Europeo a la mejor película del año y ha alcanzado la recta final de los Globos de Oro. "No es una historia sobre el aborto, es un relato que habla de otras cosas, de la responsabilidad, del compromiso, de la amistad, pero también es sobre un periodo de nuestra historia. En 1987, cuando transcurre la acción, no sabíamos que se iba a acabar el comunismo, pensábamos que la dictadura podía durar siempre", asegura Mungiu en una entrevista en Bucarest.

"No es una historia sobre el aborto, es un relato que habla de otras cosas, de la responsabilidad, del compromiso, de la amistad, pero también es sobre un periodo de nuestra historia", afirma Cristian Mungiu
Las imágenes se quedan clavadas en la retina a la vez como un recuerdo maravilloso (haber visto una inmensa película), pero también como una pesadilla.
El temor a la Securitate, la terrible policía política de Ceausescu, está presente en todo momento. El espectador siente
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Este director y guionista de 39 años ha estado presente en todos premios que conceden en Estados Unidos actores, directores y críticos en el largo camino hacia los Oscar, una ceremonia en la que todo el mundo da por segura la presencia de Mungiu, que ha recogido galardones en San Sebastián, Estocolmo, Londres, Los Ángeles, Chicago El filme, que no maquilla ningún detalle sórdido, acumula las críticas entusiastas en todos los países donde ha sido estrenado y se las ha arreglado bastante bien en taquilla. Mungiu, cuyo primer filme, Occident (2002), se paseó por el circuito de los festivales pero no tuvo una gran carrera comercial, ha pasado de ser un realizador que buscaba financiación en todos los frentes para sacar adelante un proyecto personal, basado en una sórdida historia real, a convertirse en lo más parecido a una estrella: el presidente de su país, Traian Basescu, le acaba de condecorar por el ser el primer rumano que gana la Palma de Oro y le han concedido la llave de su ciudad natal, Iasi.

A mediados de enero, con Bucarest bajo cero vegetando bajo una impresionante nevada, Mungiu se sometía a una larga sesión de fotos para la edición italiana de Vogue, junto a dos de los protagonistas de su filme, Laura Vasiliu y Vlad Ivanov, en el teatro Odeon, situado en el centro de la capital rumana. Su agenda para las próximas tres semanas provocaría jet lag a un ministro de Exteriores hiperactivo: Los Ángeles-Bucarest-Belgrado-Tokio-Bucarest-Los Ángeles. Su móvil no para de sonar, mientras su jefa de prensa habla también por teléfono en varios idiomas. Cuando termine su conversación con Babelia, le quedan además cinco entrevistas telefónicas antes de hacer la maleta para ir al otro del lado del mundo, donde comenzará la promoción de verdad en relación con los oscar.

"En los últimos seis meses, me parece que no he hecho otra cosa", asegura entre risas Mungiu, aunque rápidamente insiste en que se siente un privilegiado, pese a que empiece a notar los kilómetros y las preguntas (sólo durante el Festival de Cannes concedió una media de ocho horas de entrevistas al día). Laura Vasiliu tiene una impresión parecida, pero también se muestra feliz con lo que ha logrado Cuatro meses, tres semanas, dos días, este pequeño filme que ha roto moldes, barreras, y cuyas imágenes se quedan clavadas en la retina a la vez como un recuerdo maravilloso (haber visto una inmensa película), pero también como una pesadilla, por el realismo con el que ha logrado narrar una historia terrible. El director es un tipo muy simpático y, contradiciendo el viejo dicho de que nadie es profeta en su tierra, los medios de comunicación locales le adoran. No sólo por el éxito que ha logrado, sino porque ha sido capaz de romper un tabú profundamente asentado, ya que Rumania es el país de la antigua Europa oriental que más dificultades ha tenido para lidiar con su pasado.

El filme está rodado con una luz que rezuma neón, tristeza y colores apagados (gracias a un proceso químico se rebajaron en un 30% los tonos de las imágenes) y transcurre durante unas horas en una ciudad de provincias. Todo está basado en hechos reales: es una historia personal que una amiga le contó a Mungiu. "No quería hacer ningún comentario, no quería estar presente como realizador. Mi apuesta era encontrar un tono que me hiciese invisible, sin música, sin más movimientos de cámara que los imprescindibles. Todo el rodaje transcurre sin comentarios, quería transmitir la emoción pura", explica Mungiu. Efectivamente, en el filme no hay destacados ni subrayados, sólo realidad. Como dice una rumana que vivió aquella época: "Me dejó tan noqueada que ni siquiera pude apreciar su calidad artística. Simplemente, puedo decir que era así".

La protagonista de Cuatro meses, tres semanas, dos días es Otilia (Anamaria Marinca), una actriz rumana afincada en el Reino Unido desde que ganó un Bafta en 2004 por una miniserie de Channel 4 sobre la trata de blancas en Europa del Este (Sex Traffic) y que tiene un personaje en la última película de Francis Ford Coppola, Youth without youth, que el director de El Padrino rodó en Rumania basándose en una novela de Mircea Eliade. Otilia ayuda a una compañera suya, las dos estudiantes, Gabita (Laura Vasiliu), que se encuentra en avanzado estado de gestación (exactamente el periodo que recoge el título), a abortar en los últimos años del régimen de Ceausescu. El aborto y los métodos anticonceptivos estaban totalmente prohibidos desde 1966 y las penas eran durísimas. Es difícil imaginar el calvario por el que pasan Otilia y Gabita: por no desvelar muchos detalles, basta con decir que la operación tiene lugar en la habitación de un hotel bastante sórdido y que el médico que practica el aborto (Vlad Ivanov) exige algo más que dinero. La narración está marcada por un suspense constante: ¿logrará Gabita sobrevivir a una operación que tiene lugar en unas condiciones médicas lamentables y que ha sido practicada por un sujeto todavía más lamentable? ¿Serán descubiertas y detenidas? La situación no era ninguna broma: si una mujer llegaba a urgencias con signos de que se le había practicado un aborto, los médicos no podían atenderla hasta que llegase un fiscal y, sobre todo, hasta que denunciase a las personas que le habían ayudado. La profesora de la Universidad de Berkeley Gail Kligman, autora del único libro sobre las consecuencias de la prohibición del aborto bajo Ceausescu, Politics of duplicity, calcula que al menos 10.000 mujeres murieron como consecuencia de esta política. Otras cifras hablan de 50.000 víctimas mortales.

El temor a la Securitate, la terrible policía política de Ceausescu, está presente en todo momento. El espectador siente que los protagonistas están atenazados por lo que Norman Manea, uno de los grandes novelistas rumanos, describió de la siguiente manera: "En todas partes, la presencia dilatada e insidiosa del monstruo llamado poder. En casa, en los pensamientos, en el lecho conyugal... El poder de las tinieblas". Y, de nuevo, Mungiu lo hace sin ningún subrayado, entre otras cosas porque no quería hacer un filme sobre el comunismo, como Good bye Lenin o La vida de los otros. "Creo que el periodo de los filmes sobre el comunismo se ha terminado porque corren el riesgo de convertirse en películas que sólo manejan clichés. Para mí, es una película sobre una serie de personajes concretos. De hecho, las palabras comunismo o Ceausescu no se pronuncian en ningún momento, no hay ninguna referencia explícita. Aunque quería que estuviese presente en la atmósfera de la película pero no desde una perspectiva global, sino desde la visión de alguien que estaba viviendo aquello. Era una sensación de terror, una atmósfera de represión que no tiene nada que ver con Good bye Lenin", asegura Mungiu, que tenía 21 años cuando fue depuesto Ceausescu, en diciembre de 1989, un momento que considera como uno de los más felices de su vida. Laura Vasiliu, de 31 años, también recuerda aquella sangrienta revolución invernal, que acabó con el fusilamiento del tirano y sobre la que todavía planean numerosos interrogantes.

"Mi anterior filme, Occident, transcurre en la Rumania actual y había tomado la decisión de hacer una película sobre mi generación, sobre los Decretei", explica Mungiu. Los Decretei son los llamados hijos del decreto, los niños que nacieron después de la prohibición del aborto y de los métodos anticonceptivos de 1966, la generación a la que pertenece Mungiu, que nació el 27 de abril de 1968 en la ciudad de Iasi, al este del país, y en la que vivió y trabajó como periodista y profesor antes de trasladarse a Bucarest para estudiar en la Escuela de Cine, en la que se graduó en 1998.

"Tenía ya un guión preparado, Historias de la edad de oro, el nombre con el que la propaganda oficial definía la época de Ceausescu, al que le gustaba lucir títulos como Titán de titanes, Danubio del pensamiento o Roble de los Cárpatos, pero era demasiado divertido y decidí lanzar un proyecto diferente, con un tono mucho más realista, más duro. Y, cuando estaba dándole vueltas, volví a encontrarme con la mujer a la que le había ocurrido lo que narro en la película, un relato que me había provocado un enorme impacto en su momento. Entonces me di cuenta de que ésa era la historia de mi generación", asegura. Tardó dos meses en escribir el guión.

Sin embargo, hacer una película en Rumania, un país de 22 millones de habitantes con 33 pantallas de cine -bastante menos que en Madrid-, no es nada fácil. "No tenemos ningún tipo de industria", explica Laura Vasiliu, graduada de la escuela de teatro -que cuenta con una gran tradición en este país- y que sólo ha rodado dos películas (aunque ahora tiene un proyecto en Italia). "En Rumania hay muchos actores estupendos y muchos directores excelentes y todo el mundo aúna sus fuerzas para sacar adelante los proyectos. Esta película y alguna otra demuestran que es muy difícil, pero posible", agrega la actriz. La crisis de la cinematografía era tan profunda que en 2000 no se rodó ninguna película, aunque desde entonces el ritmo de producciones es de unas 15 al año. Sin embargo, toda una generación de cineastas, más o menos de la misma edad que Mungiu, ha logrado que sus películas lleguen a los principales festivales internacionales. La muerte del señor Lazarescu (con la que Cristi Puiu logró 44 premios en todo el mundo), 12:08, al este de Bucarest (Corneliu Porumboiu, Cámara de Oro en Cannes en 2006) o California dreaming (cuyo director, Cristian Nemescu, falleció antes de terminar el montaje, que se exhibió en la sección paralela del Festival de Cannes) son los títulos más conocidos, pero no los únicos. Todas ellas podrán verse en Madrid, en un ciclo organizado por el Instituto Cultural Rumano y La Casa Encendida que tendrá lugar entre el 6 de febrero y el 19 de marzo.

Paradójicamente, Rumania sí cuenta con una potente industria relacionada con el cine, pero para que los directores extranjeros puedan aprovechar el conocimiento técnico y los precios baratos (como ha ocurrido durante años con Praga). Estudios como Castel Film, creado en 1992 y que cuenta entre sus clientes con Miramax, Paramount o HBO, o Media Pro Pictures, fundado en 1998, han atraído a directores como Anthony Minghella, Francis Ford Coppola o Bertrand Tavernier, con el que Mungiu trabajó como ayudante de realización en su extraordinaria Capitán Conan. Algunos creen que esto puede haber influido en la formación de los nuevos cineastas, otros piensan que se trata simplemente de eso: de una gran generación con historias que contar.

Empeñado en tener su película lista para poder probar suerte en el Festival de Cannes del año 2007, que se celebra en mayo, el director se lanzó varias veces a la piscina a lo largo del proceso de captación de fondos sin saber si iba a encontrar agua. Pero, al final, gracias al sistema de ayudas oficiales, a una serie de inversores privados, al entusiasmo de los actores y del equipo, pudo rodar durante el mes de enero del año pasado en Bucarest -aunque la acción transcurre en Iasi-. La película se filmó en 30 días, aunque los actores llevaban varias semanas ensayando. Cuando vio el primer copión de trabajo, sin sonido, se dio cuenta de que su película no iba a dejar indiferente a nadie, pero no presentía el fenómeno en el que se iba a convertir Cuatro meses, tres semanas, dos días. En Rumania, el éxito y las zonas sensibles que toca han eclipsado un debate sobre el aborto que, sin embargo, sí se ha producido en otros países, como Francia, a cuenta de la película. "Yo no he querido pronunciarme a favor ni en contra, no es una historia sobre el aborto", insiste. Por ahora, no tiene la intención de aceptar las ofertas que le llegan desde Hollywood. "Necesito mis historias, mi lengua". También necesita pasar más tiempo con su hijo de dos años y medio, sentarse a pensar en una nueva película. Pero ahora, su vida serán aviones, premios y periodistas, por lo menos hasta los Oscar. Son las cosas que pasan cuando una película pequeña toca fibras universales.

Cuatro meses, tres semanas, dos días se estrena el próximo viernes, 25 de enero, en España. Dirección y guión: Cristian Mungiu. Actores: Anamaria Marinca (Otilia), Laura Vasiliu (Gabita), Vlad Ivanov (Domnu Bebe), Alexandru Potocean (Adi Radu). Rumania, 2007. 113 minutos.

Cristian Mungiu y Laura Vasiliu, fotografiados en el teatro Odeon de Bucarest.
Cristian Mungiu y Laura Vasiliu, fotografiados en el teatro Odeon de Bucarest.SANTOS CIRILO
Vídeo: ELPAIS.com

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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