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4.000 años de saturnismo

Hace 4.000 años, los médicos griegos llamaron saturnismo a las secuelas del envenenamiento por plomo: debilidad y discapacidad intelectual, sobre todo en niños. Pero este conocimiento no ha impedido que la sustancia siga presente en la vida de millones de personas. El problema es que el plomo se acumula en el cuerpo. En los niños, los más afectados, interfiere con el desarrollo del sistema nervioso.

El plomo es un metal dúctil con múltiples aplicaciones, y la industria no ha conseguido librarse de él. De todas formas, nunca podría hacerlo del todo. El plomo forma parte de la corteza terrestre en cantidades apreciables. El polvo, las pinturas antiguas y el humo de las gasolinas han sido siempre tres fuentes de exposición.

El mayor intento de acabar con la contaminación por plomo se dio a mediados de los setenta. En los países ricos, claro. Casi a la vez, EE UU -en 1978- y la UE -en 1977- intentaron limitar su uso. Pero las normativas estaban llenas de agujeros: la minería, las empresas de vidrios, los combustibles o la metalurgia no han conseguido desprenderse por completo de él. Por eso, lo más que han podido hacer las autoridades es fijar máximos de exposición, que se miden como concentración de plomo o alguno de sus derivados en la sangre. Éstos están en los 20 microgramos por cada 100 mililitros, salvo excepciones debido a la exposición laboral.

En 1996, la Comisión Europea informó de que los niveles en la mayoría de los países de La Unión eran inferiores: 6,8 microgramos por 0,1 litros en Dinamarca; 7,2 en España y alrededor de 8 en Italia. Estos datos son una media. Los mineros de Silesia, por ejemplo, tienen cifras superiores.

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