La oficina, en la 'nube'

Aunque algunos historiadores pueden retrotraer el inicio del teletrabajo al Pleistoceno, parece más o menos consensuado que puede empezar a hablarse del mismo en los años setenta del siglo XX. Con la crisis del petróleo, se encareció el transporte y las empresas comenzaron a pensar que resultaba más económico llevar el trabajo al trabajador que trasladar el trabajador a donde estaba el trabajo.
Con Internet, la base tecnológica del teletrabajo se ha expandido. De hecho, el requisito básico para pensar en él es disponer de banda ancha. El catálogo de soluciones de software para cualquier tarea remota es enorme. Desde mensajería y chats a trabajo colaborativo sobre un mismo documento. De hecho, algunas soluciones consisten en emular los interfaces de una red social donde los empleados, a falta de coincidir en el bar de la compañía, pueden encontrarse en una cafetería virtual, compartir aficiones en grupos... IBM, por ejemplo, con 400.000 empleados, ha introducido esta solución. De entrada, alivia la fatigante gestión del correo electrónico y permite a toda la plantilla compartir el conocimiento profesional de cada empleado.
La empresa IDC calcula que los programas de red social empresarial, tanto para mantener el contacto entre distintas oficinas como para el teletrabajo, supondrán un negocio de 1.500 millones de euros en 2014. Algunos estudios cifran en un 50% el ahorro en la creación de un puesto de teletrabajo frente a uno presencial. Indudablemente, la expansión de la nube de Internet, donde los programas y los contenidos son accesibles de forma remota y desde cualquier máquina, facilita que haya más conversos sobre la oportunidad de ampliar el teletrabajo en las empresas.
Con todo, persisten las resistencias, algunas casi imperceptibles o poco catalogadas. Un empleado me contaba que no pudo soportar la escena doméstica que creaba el teletrabajo. Con un hijo pequeño, este tenía perfectamente instalada la idea de que si papá no estaba en casa... es que se hallaba trabajando. Pero por lo mismo, cuando aquel se encontraba en casa es que podían jugar juntos. El empleado tuvo que poner una llave en la habitación donde trabajaba para disuadir a su hijo de que siguiera exigiéndole más tiempo. Al final, prefirió volver a las oficinas de la empresa.
La disponibilidad de una tecnología fácil y amigable para trabajar remotamente no soluciona todos los problemas. Poco a poco van venciéndose, pero hay instalados varios miedos. El trabajador teme que su ausencia de la oficina le haga perder oportunidades de promoción interna en la medida que el jefe no aprecia su dedicación. Este, por su parte, puede temer que sin observación directa de la laboriosidad del empleado esta decrezca. Lo de fijar objetivos en lugar de horarios no está tan instalado como parece. A los sindicatos, por su parte, la dispersión del colectivo laboral les preocupa de cara a la eficacia de acciones reivindicativas.
En España, los teletrabajadores son un 5% del colectivo laboral frente a porcentajes del 20% al 29 % en otros países europeos. Hay mucho camino para andar.
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