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Reportaje:

La polémica en un pañuelo

La propuesta del PP de prohibir el 'hiyab' de las musulmanas en la escuela encrespa a los seguidores del islam - Hay voces progresistas que defienden la medida

Antonio Jiménez Barca

Por una acera que conduce a la mezquita de la M-30, en Madrid, avanzan a buen paso dos chicas musulmanas. Es viernes, poco antes de la oración. Una de las chicas lleva un pañuelo negro en la cabeza; la otra, marrón oscuro. Van riéndose y haciendo bromas entre ellas.

La chica lleva un 'hiyab' y auriculares conectados a un Ipod
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La del hiyab marrón guarda en la mano un papel: es un artículo de periódico con la propuesta del PP de regular esta prenda islámica en los colegios. Tiene 24 años, prefiere no decir su nombre verdadero y pide que se reconozca en este reportaje como Sara. Es ingeniera. Lleva en España más de seis años. Habla un español perfecto con acento marcado de Madrid. Nadie la diferenciaría de cualquier otra chica madrileña. Excepto por el hiyab. Lo lleva siempre. Aunque le perjudique. Y le perjudica: asegura que ha perdido trabajos por negarse a quitárselo: "Cuando voy a las entrevistas dicen: 'Bueno, ya te llamaremos'. Pero yo sé que no es verdad. Que no llamarán. Y es por el pañuelo". Al lado pasan muchos hombres en dirección a la mezquita. Son casi las dos y media, la hora a la que comienza el sermón del imán.

La chica del pañuelo negro se pone de repente seria y opina sobre el artículo de forma tajante, masticando las palabras como cuando algo se tiene muy claro: "Es un disparate y una falta de respeto. ¿En qué les molesta que se lleve un pañuelo en la cabeza?", se pregunta. "Me lo pongo porque soy creyente, porque el Corán dice que las mujeres deben llevar la cabeza tapada y los hombres ropa holgada. No me lo pongo en el trabajo, porque estoy frente al público y me daría problemas. No soy tan valiente como mi amiga", y añade: "No somos inferiores a los hombres, ni sumisas, ni tontas. Sólo somos creyentes". Después recuperan las dos su buen humor y su sonrisa y se pierden andando deprisa en dirección a la entrada.

Unos cuantos minutos antes, el mismo viernes, Juan Costa, coordinador del programa electoral del PP, aseguraba que si este partido gana las elecciones del 9 de marzo, los colegios públicos y los institutos decidirán por sí mismos si impiden o no la entrada de musulmanas con pañuelo.

Actualmente el hiyab ni está prohibido ni tampoco permitido expresamente. Y esta suerte de vacío legal acarrea situaciones dispares y una cierta esquizofrenia que cada uno sortea como puede.

Por ejemplo, José Antonio Martínez, director de un instituto en Orcasitas (Madrid) con un alto porcentaje de inmigrantes ha prohibido que los alumnos porten cualquier símbolo religioso. Y no aplicó esta norma, precisamente, por el pañuelo musulmán: "No: lo hice por las enormes cruces que llevaban colgadas al cuello los Latin Kings. Nos pareció lo más sensato y lo mismo hacen varios institutos de Madrid".

Uno de ellos es el instituto Jaime Vera, situado en el barrio de Estrecho (Madrid), también con un altísimo porcentaje de alumnado inmigrante. El director, Jacinto Uceda, recibió hace meses la visita del imán de la mezquita de Estrecho, que pidió que las chicas musulmanas pudieran llevar el hiyab en clase.

El director se mantuvo firme en una norma que, en el fondo, fue adoptada sobre todo para evitar la ruidosa indumentaria de los amigos de las bandas latinoamericanas: "Aquí no entra nadie con algo en la cabeza: ni gorras de los Latin Kings o Ñetas ni tampoco pañuelos musulmanes para no crear agravios comparativos", manifestó entonces.

Da la impresión de que la norma que quiere aprobar el PP ya se lleva a cabo, que los directores de los colegios públicos e institutos la aplican. En una palabra: parece que la polémica sobre el pañuelo no pasa de palabrería sin sustancia real.

No tan rápido.

En octubre del año pasado, Shaima, una niña de ocho años de origen marroquí y residente en Girona, quiso acudir a su clase con el pañuelo. El director del colegio, Llorenç Serra, se lo impidió. Alegó que la prenda iba contra el reglamento del centro, que prohíbe prendas que acarreen discriminación. Este director no hizo sino aplicar el mismo criterio que los dos directores de institutos madrileños citados antes.

La diferencia es que en este caso Shaima y sus padres insistieron. La familia en bloque se negó a que la niña fuera a clase sin el hiyab. El pulso saltó a la prensa y se convirtió en un símbolo vivo de la controversia.

¿Qué hacer? ¿Mantener el reglamento del centro aun a costa de que una niña se quede en casa y no vaya al colegio?

La Generalitat se erigió en árbitro y decidió que Shaima podía volver a clase con el hiyab. Es decir: en caso de conflicto, prevalece el derecho fundamental a la educación, recogido en la Constitución, sobre cualquier otro, incluido, evidentemente, el reglamento del centro en cuestión.

Así se hizo. Desde entonces, Shaima va con el pañuelo al colegio. Su padre, Belkacem Saidani, de 30 años, empleado en una fábrica de bicicletas, lo corrobora: "No ha habido ningún problema desde entonces".

Cuando oye la propuesta del PP, su respuesta es tan simple como definitiva: "Si se le prohíbe llevar el pañuelo a mi hija de nuevo, nos volveremos a Marruecos como nos vinimos de Francia".

El viernes por la mañana, poco antes de que comenzara la oración del imán, había corrillos de musulmanes en torno a la mezquita de la M-30 que al sol del mediodía comentaban contrariados la propuesta del PP. Mohamed al Afifi, portavoz del centro cultural islámico contiguo al templo, lo hacía en su despacho, con un plato de pastas y un té, aunque no menos disgustado: "España es un país aconfesional; no es laico, como Francia. Esto es crucial. Y los símbolos religiosos están permitidos. Me gustaría que me dijera Mariano Rajoy en qué se apoya para prohibir el pañuelo y no otros símbolos. Argumentan que el hiyab representa la sumisión de la mujer. Yo pregunto, Benazir Bhutto, que fue primera ministra de Pakistán y llevaba el hiyab, ¿era por sumisión? No creo: era la persona más poderosa del país".

Mientras Al Afifi razonaba, la señora de la limpieza trabajaba en el pasillo cercano. El uniforme, común a todas las empleadas, era el mismo: traje verde y hiyab rosa clarito.

Entre los corrillos de hombres pasan las mujeres en dirección a la mezquita. Muchas prefieren no comentar nada. Dicen que tienen prisa, que no hablan bien el español. A veces ponen una sonrisa como única disculpa y se marchan.

Pero hay una que se para. Lleva un hiyab negro y dos auriculares conectados a un iPod. Llega casi tarde pero se detiene. Se entera de la propuesta del PP y para dar su opinión busca en un bolsito plateado. Extrae un DNI: "Si prohíben el pañuelo: ¿qué voy a hacer con mi identidad? Me llamo Silvia Cerrada, soy española de nacimiento, tengo 40 años y me convertí al islam hace nueve. Y si esto se lleva a cabo, será, sencillamente, un paso atrás en la multiculturalidad, un retroceso en el camino hacia una sociedad más democrática y abierta". La polémica no sólo se discutía en los alrededores de esta mezquita. Los principales partidos políticos salieron al paso de la propuesta del PP.

La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, acusaba a Rajoy de "crear un problema donde no lo hay". Gaspar Llamazares, coordinador general de IU, se preguntaba si el PP prohibirá "el velo de las monjas o sólo a las musulmanas".

El presidente de la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes (Atime) coincide con Llamazares: "Si se regula el pañuelo, debería regularse también todos los símbolos religiosos, incluidos los cristianos, claro, porque de lo contrario estaremos ante una discriminación flagrante. Y contra eso nos vamos a oponer con todas nuestras fuerzas".

Sin embargo, el asunto admite muchos matices: no todas las voces progresistas están a favor de permitir el pañuelo en la escuela pública.

Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política en la UNED y miembro del Consejo de Estado, es una de ellas: "Las soluciones para la integración no son infinitas. Y el modelo republicano francés, que prohíbe el pañuelo, es en Europa el más acertado para mí". Fadela Amara, secretaria de Estado de Francia, que conoce bien el problema de los barrios musulmanes porque proviene de ellos, está a favor.

Para empezar, digamos que el pañuelo sólo se lo tienen que poner las mujeres. Y si es por religión, sobra en un espacio público de un país aconfesional. Si se objeta que es algo cultural, entonces denota directamente una sumisión inaceptable. Los signos dicen cosas, no son gratuitos. Y este pañuelo es un signo de sumisión. Aquí puede que haya mujeres que lo lleven porque les da la gana. Bien. Pero eso no convierte ese pañuelo en símbolo de libertad: ha sido y es al contrario".

También Altamira Gonzalo, de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, está a favor de prohibirlo: "Es un signo ostentoso de una posición de sumisión. Permitirlo es fomentar una relación de desigualdad respecto del hombre. Y la ideología que subyace en el pañuelo penetra en la mujer que lo lleva y la interioriza".

Termina la oración. Son las tres y media. Los musulmanes salen de la mezquita de la M-30. Hay diplomáticos que se van en sus cochazos negros y gentes del barrio que se marchan a pie. Una madre camina de la mano de su hija adolescente. Las dos llevan pañuelo. La madre no quiere pararse a hablar. La chica, sí: "Voy al instituto, a la ESO. ¿Por qué tienen que prohibir algo que no molesta a nadie y a lo que tengo derecho? Y si decido ponerme un piercing, ¿qué? ¿Alguien lo va a prohibir? Y una minifalda, ¿qué? ¿Eso está bien? ¿Quién dice lo que está bien y lo que no?".

La chica quiere seguir hablando en su perfecto, sonriente y decidido español.

Pero la madre no la deja. Le tira varias veces del brazo y se la lleva, calle abajo.

Mujeres con pañuelo islámico en Valencia.
Mujeres con pañuelo islámico en Valencia.JESÚS CÍSCAR

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Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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