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SEGURIDAD

Predator: el mejor avión sin piloto

Rafael Clemente

De todos los aviones sin piloto, el más usado es el RQ-1 Predator, un avión grande para su categoría: mide 15 metros de punta a punta de las alas, pero su fuselaje es tan estrecho que no podría albergar a un humano. Tampoco hace falta. El Predator se maneja completamente por control remoto.

Para pilotarlo hacen falta dos personas, que trabajan en el interior de un cubículo diminuto, en el que hay dos consolas de mando, una junto a otra. Uno de los pilotos se encarga de las maniobras de despegue y aterrizaje, para las cuales acostumbra a salir al exterior de forma que pueda ver en directo el comportamiento del avión; el otro pasa todo el tiempo sentado frente a una pantalla de vídeo, que muestra el terreno que sobrevuela. Los mandos se limitan a un teclado de ordenador, una palanquita de control y un par de pedales. Como una videoconsola. Todo el conjunto, que incluye también un puesto de control de las cámaras, antenas, enlace por satélite y alimentación de energía eléctrica, cabe en un camión.

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El Predator no es rápido: 200 Km/h a lo sumo. Su habilidad consiste en ir lento para conseguir las mejores imágenes. Ha llegado a mantener vuelo estable a menos de 80 Km/h.

Este tipo de vehículos basa su defensa en no ser descubiertos. Utilizan un motor de cuatro cilindros, de muy bajo nivel sonoro. Sus superficies son redondeadas para difundir mejor los haces de radar y la doble deriva de cola está angulada, también para desviar el eco en otra dirección. Los Predator no son invisibles del todo, pero su detección al radar es inferior a un metro cuadrado, lo que los hace muy difíciles de detectar.

Normalmente, montan varios sensores dentro de una bola que puede moverse en cualquier dirección. Incluyen una cámara de televisión equipada con objetivo zoom variable, otra cámara con teleobjetivo de 955 mm, una para la banda infrarroja, y pueden llevar también un radar de síntesis de apertura. La primera se utiliza para fotografía general; la segunda, para observar detalles; la tercera, de noche; el radar, por fin, permite componer imágenes a través de nubes o vegetación. Los pilotos ven siempre en su monitor la zona sobre la que vuela el aparato y pueden dirigir la cámara hacia cualquier objetivo que resulte interesante.

La gran ventaja del Predator es su autonomía. Con su carga de instrumentos completa (más de un cuarto de tonelada) puede mantenerse en vuelo 24 horas seguidas, y recorrer casi 800 kilómetros. Normalmente se dirige desde bases cercanas y las imágenes se reciben en directo por enlace radio; cuando va más allá del horizonte, puede comunicarse vía satélite, aunque este modo resulta algo más incómodo: la gran distancia que tienen que recorrer las señales hasta el satélite impone unas fracciones de segundo de retardo, que hace que el aparato se haga más pastoso a los mandos.

El techo de estos aparatos está en unos 7.500 metros aunque la mayor parte de misiones se desarrollan a cotas muy inferiores. En varias ocasiones, las imágenes de televisión han mostrado la característica silueta de un Predator blanco recortado sobre el cielo azul. A cotas tan bajas, son blancos fáciles de abatir.

Concluida la misión, los aviones automáticos regresan a su base donde, o bien aterrizan como un aparato convencional, o bien se cazan al vuelo con una red. Esta técnica se emplea en buques en alta mar y con UAV más pequeños que el Predator. Para casos de emergencia, dispone sólo de un paracaídas que le permite caer sin sufrir mucho daño.

En resumen, los Predator pueden estar en vuelo más tiempo, no arriesgan la vida de sus pilotos y son mucho más económicos. Un Predator cuesta medio millón de pesetas por hora de misión; un avión espía U-2, millón y medio. Y un SR-71 Blackbird -la joya de la aeronáutica mundial- no baja de los ocho millones por hora.

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

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