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Antonio Muntaner

Los colores de Mallorca sin matices

Es el último pintor naïf de verdad. Antonio Muntaner, más de 60 años, payés, nacido y criado en Deiá, el pueblo de Robert Graves en el norte de Mallorca. Con su aspecto cazurro e inocente y la viveza del rayo de sus ojos a medio abrir, tiene costumbre de mirar al paisaje mallorquín, de tomarlo como viene y, desde 1977, de pintarlo con todos sus colores sin matizar. Le han dicho que es naïf. Y él, que no sabe pintar de otra manera, se ha convertido en el más ingenuo de los paisajistas de Deiá.

"Mire, yo, un día, me traje aquí al maestro de la escuela". Aquí es el monte de enfrente del pueblo, donde está su casa, en un sobrecogedor altillo desde el que se divisan el mar y la iglesia y el pueblo debajo; "me lo traje y le dije: mire usted ahí. Esas casas no están torcidas ni boca abajo, sino derechas; ni son naranja, sino ocre. No como las pintan los ingleses. Yo las quiero pintar como las veo".Su casa está en la loma del circo de montañas que rodea a Deiá. Con un patio por medio, en el que deambulan ovejas y gallinas, comparte la vista con la de los dueños de la finca, 75 hectáreas de olivo y algarrobo. "Huy, aquí sacamos 20 toneladas de algarrobo al año, sí". Los amos son dos hermanos de más de 80 años que viven la mayor parte del año en Palma y vienen a la casa payesa hasta que les echa el frío, que es un decir. Antonio Muntaner nació allí porque su padre y su abuelo ya estaban en la casa, con la familia.

Apartando al perro ("tiene la caseta de piedra y teja, ahí la ve usted, pero le puse arena debajo, por si algún día me mudo y me la llevo"), se entra a la casa por una vieja puerta de madera. De las paredes de la primera sala cuelgan una quincena de lienzos y un gran retrato de un tío suyo carpintero, que parece un Kokoschka, y del que sabe seguro que lo pintó un inglés de los que andaban por Deiá hace 30 años.

En aquella habitación y en la contigua, y en otra más, las paredes están llenas de obra suya. "Éste es más caro", dice de una de ellas, "porque tiene mucho trabajo. ¿Ve usted esos bancales? ¿Todas las piedras que tiene? Pues están todas, ¿eh?". A veces pinta con prismáticos por aquello de la fidelidad. Hasta que aprendió, la trasposición de prismático a lienzo se le salía del cuadro y las proporciones se le disparaban; tanto, que durante un tiempo se dedicó a pintar con diapositivas. Luego lo dejó porque alguien le dijo que eso era poco puro. "En este cuadro", dice con firmeza, "estas ventanas están abiertas porque el día en que lo pinté estaban abiertas de verdad... Aquí no hay fantasías, como los ingleses o los americanos".

Un hijo de Graves, que tiene una espléndida casa pegada a la iglesia, pidió un día a Muntaner que se la pintara. Poco tiempo después llegó el cuadro, lleno de luz y de plasticidad, como todos. Había casa a la izquierda y casa a la derecha del lienzo, pero en medio, todo el espacio lo ocupaba de arriba abajo una gran mancha verdinegra. Preguntado con asombro por la razón de la mancha, Muntaner explicó que, habiéndose sentado detrás de un enorme ciprés que se interponía entre él y la vista de la casa, no había tenido más remedio que pintarlo tan omnipresentemente como se encontraba en su horizonte. Así.

Ése es Antonio Muntaner. Pinta lo que ve como lo ve y de la forma que sabe. Y si no sabe, no pinta.

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