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Joaquín Coello

Quijote en la mar y alto ejecutivo en tierra

Juan Antonio Carbajo

A los 43 años ha cumplido ya sus ilusiones: atravesar el Atlántico en solitario y dar la vuelta al mundo en un barco de vela. Dos aventuras que le han permitido adormilar al quijote marinero que lleva dentro. Ahora, lejos de la vela y con un pie en Hamburgo y otro en Madrid, intenta compatibilizar los cargos que le han llegado con apenas cuatro meses de diferencia: la dirección técnica de Bazán, la empresa nacional de construcciones navales militares, y la gerencia del proyecto de la fragata de los noventa de la OTAN.

Este hombre de tierra adentro -nació en Salamanca- entró rápidamente en contacto con el mrl. Sus abuelos le criaron en Sart Feliu de Guíxols (Gerona), y pronto consiguió ser patrón de un viejo barco de vela. "Era insólito que un chaval de 12 años tuviera un barco", cuenta Coello. Y más insolito aún tener libertad para realizar pequeñas travesías. "Vivir con los abuelos me permitía hacer lo que quisiera". A los 15 años había navegado toda la Costa Brava.Desde ese momento le inunda la fiebre quijotesca. Su librería Juvenil se llena de aventuras de caballeros andantes de la mar. "Leía todos los libros de viajes náuticos que caían en mis manos". Cuando le llegó la edad no tenía dudas sobre la profesión que debía elegir. Se traslada a Madrid a estudiar ingeniería naval. Para entonces ya había comprado su primer barco. "Me lo vendió un alemán, que le llamó Gudwing". Aquel nombre permaneció en la proa de embareaciones que llegarían después y que nacieron de diseños personales. El Gudwing VII es el último.

Intentó mezclar su pasión marinera con el matrimonio, pero la primera tentativa no salió bien. Compró un balandro para realizar el viaje de novios, " un cascarón que hacía agua como un cesto", recuerda. El estado de la mar al pasar por el cabo de Creus no fue precisamente apacible, y tuvo que terminar el viaje con un amigo mientras su mujer volvía a casa en coche.

Empezó a trabajar en Bazán, en Cartagena, pero sin olvidar a los héroes de sus lecturas. Proyectó un balandro, hipotecó los fines de semana de dos años para construirlo y en un acto de inconsciencia, dice, se inscribió en la Ruta del Ron, una regata para navegantes solitarios que terminaba en las Antillas, el escenario de muchas de las andanzas de sus héroes. Para su sorpresa, consiguió llegar en buena posición, lo que le valió el título de mejor deportista náutico de 1978. "Cuando recibí el premio me vi impulsado a pedir excusas a un campeón de remo que había quedado segundo".

Para quedar en paz con sus ilusiones, pidió la excedencia en 1981 para participar en la vuelta al mundo de veleros. "Batimos varios récords: fuimos el primer barco español inscrito y los primeros en atravesar el cabo de Hornos tras romper el palo. Acabamos penúltimos".

La aventura concluye, pero su vida profesional le reserva otras sorpresas. En 1986, como jefe técnico de Bazán en El Ferrol, se responsabiliza de la construcción del portaeronaves Príncipe de Asturias. Después la dirección técnica de la empresa, y lo último, la gerencia del proyecto de la fragata de la OTAN. Lejos de la vela, sus ilusiones se centran ahora en lograr que los técnicos españoles pierdan el complejo de inferioridad y que la industria naval genere tecnología y proyectos y no se limite a construir barcos.

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