Gómez / Jiménez

No comprender el mundo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Las ventajas son todas de orden moral; los inconvenientes, sin excepción, de carácter práctico. Quiere decirse que pesan más los segundos que las primeras. Como simples espectadores, nos da la impresión de que Tomás Gómez pertenece a la categoría de quienes no entienden nada, y Trinidad Jiménez, a la de los que lo entienden todo. Al primero lo acabamos de conocer y a la segunda solo la hemos observado hasta ahora con el rabillo del ojo. Gómez, que viene de Parla, es decir, del pueblo, se ha manifestado desde que llegara a la capital con una ingenuidad conmovedora. Jiménez, en cambio, ha nadado con excelente retórica vacía en todas las aguas, incluidas las de la gripe A. Nadie ha logrado aún obtener de ella unas declaraciones inteligibles acerca de la actitud extraordinariamente turbia de la OMS en todo ese asunto.
El ingenuo de Gómez ha propuesto a Jiménez un debate público que la candidata ha rechazado aduciendo que su adversaria es Esperanza Aguirre. El argumento es a todas luces una falacia. Lo sabe cualquiera, comprenda o no comprenda el mundo, proceda del pueblo o de la capital. Pero los que comprenden el mundo son capaces de proferir disparates que insultan a la inteligencia sin descomponer el rostro. Los que no lo comprenden se quedan de piedra, como el pobre Gómez. El mundo vienen dirigiéndolo, desde tiempos inmemoriales, los que lo entienden, de ahí que nos vaya como nos va (mal). José Luis Rodríguez Zapatero, cuando llegó a La Moncloa, no entendía nada, por eso hizo cosas tan interesantes en materia de igualdad y de derechos civiles. Pero en algún momento entendió todo (o se lo hicieron entender a palos) y se retractó. El primer paso para entender el mundo es advertir que los banqueros también lloran. A partir de ahí viene todo rodado.
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