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GENTE

Danielle Mitterrand

Luchadora por los derechos de los pueblos en peligro

Hassan II miró a los ojos de Roland Dumas y le espetó: "Puedo comprender que usted diga que las autoridades francesas no tienen poder para impedir la publicación de un libro. Pero le confieso que me resulta muy extraño escuchar que el presidente francés no tiene el menor control sobre las actividades de su esposa". Dumas se acarició su blanca y leonina cabellera, sonrió y respondió: "Pues así es, Majestad".Ocurrió el pasado noviembre en Rabat. Hassan II estaba muy enfadado a causa de la aparición del libro Nuestro amigo el rey, de Gilles Perrault. Su cólera se había multiplicado al enterarse de que la esposa de Mitterrand pensaba visitar los campamentos del Polisario en Tinduf.

Danielle Mitterrand aplazó el viaje. Fue una de las pocas veces en los 10 años de presidencia de su esposo en que la primera dama de Francia cedió a la razón de Estado. Pero, para que su posición personal quedara bien clara, recibió en su despacho particular de París a la esposa del líder del Polisario y la colmó de atenciones.

En muchas ocasiones la infatigable defensa de los derechos humanos de Danielle Mitterrand ha puesto la piel de gallina a la diplomacia francesa. La última, hace apenas unas semanas, al visitar los campamentos de refugiados kurdos antes de que Washington y París hubieran decidido cómo afrontar ese drama. Danielle Mitterrand es una vieja amiga del pueblo kurdo. Ya el 24 de octubre de 1989 defendió su causa ante la Comisión de Derechos Humanos del Congreso norteamericano.

Si un francés ha cambiado poco en los 10 años de mitterrandismo, ése es la esposa del presidente. A sus 66 años de edad, Damelle Mitterrand sigue siendo la muchacha que durante la II Guerra Mundial arriesgaba su pellejo como mensajera y enfermera de la Resistencia contra el nazismo. La primera dama de Francia sigue sus propios impulsos. Esta hija de un enseñante masón tuvo el valor de defender en 1989 a las escolares musulmanas a las que los ultraortodoxos de los valores republicanos pretendían quitarles el velo. "El laicismo", dijo, "es tolerancia o no es nada".

Danielle Mitterrand es una persona menuda y muy tímida. Si a veces acepta participar en fiestas es tan sólo para recoger dinero para alguna de las causas que patrocina France-Libertés, la fundación privada que ella creó en 1986. Los altos funcionarios del Elíseo reconocen que Damelle Mitterrand recibe más correo que el presidente. Los presos políticos marroquíes, los oprimidos tibetanos, los damnificados por las catástrofes de Armenia, los libaneses aplastados por la bota siria, los negros surafricanos, los palestinos, los disidentes chinos, los pobres de América Latina, todos aquellos que en este mundo tienen problemas se dirigen a la mujer del presidente francés.

"Yo no soy el paquete del presidente", suele decir ella. Con frecuencia se niega a acompañar a su marido a países cuyo régimen le repugna. Mientras el presidente reside la mayor parte de su tiempo en el Elíseo, Danielle sigue viviendo en el viejo domicilio conyugal de la Rue de Bièvre, en el viejo París. Si se exceptúa el amor por sus dos hijos y sus tres nietos y el recuerdo de su trabajo como encuadernadora de libros, las grandes pasiones de Danielle Mitterrand son la defensa de las culturas del Tercer Mundo y la indignación contra las injusticias.

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