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Crítica | La mano invisible
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El trabajo inenarrable

Siendo fiel a la novela de Rosa, Macián ha compuesto una muy interesante película sobre el demonio laboral que nos aplasta

Esther Ortega y Josean Bengoetxea, en 'La mano invisible'.
Javier Ocaña

LA MANO INVISIBLE

Dirección: David Macián.

Intérpretes: Josean Bengoetxea, José Luis Torrijo, Bárbara Santa-Cruz, Daniel Pérez Prada.

Género: drama. España, 2016.

Duración: 80 minutos.

"El trabajo, en sí mismo considerado, parece ser, en efecto, inenarrable (...). Hay muchas narraciones que transcurren total o parcialmente en lugares de trabajo, pero lo que estas narraciones relatan es algo que ocurre a los personajes al margen de su actividad laboral, y no esa actividad en cuanto tal, porque su brutalidad o su monotonía parecen señalar un límite a la narratividad". Esta sentencia del filósofo y ensayista José Luis Pardo, incluida en la novela de Isaac Rosa La mano invisible, ejemplifica a la perfección lo que tanto Rosa como su adaptador cinematográfico, el director novel David Macián, tenían enfrente: la casi absoluta imposibilidad de relatar el trabajo en sí mismo, su esencia.

Y, sin embargo, siendo fiel a la novela de Rosa, Macián ha compuesto una muy interesante película sobre el demonio laboral que nos aplasta. El trabajo como representación, y el trabajo como espectáculo del dolor. Un relato sobre la competitividad, la laboral, la social, enmarcado en un escenario donde la realidad adquiere un marco de irrealidad. Un proceso de reconstrucción de nuestra esencia diaria a través de un teatro. El teatro de la vida.

El inicio de la película hace pensar en Dogville. En una enorme nave industrial, diáfana, un grupo de trabajadores de muy distintos sectores (una costurera, una operaria de una cadena de piezas industriales, un albañil, un mecánico, un informático, un carnicero...) hacen su trabajo durante ocho horas ante un público, una platea invisible a la que solo se oye en sus reacciones. Trabajan, y hablan entre ellos, se cuestionan en los descansos sobre la intención de esa empresa que los quiere como conejillos de indias teatrales y sociales. Y acaba habiendo palos para todos, porque en la escalera social del estatus del trabajador hay gente que limpia y gente a la que le limpian, textual y metafóricamente. Aunque, claro, en su tesis, el mal en estado puro sea esa mano invisible que parece mover el mundo del ultracapitalismo, la que requiere más y más competitividad a base de más producto con el mismo sueldo. O menos.

Obra de denuncia social, al tiempo que prestidigitación narrativa, con un enorme grupo de intérpretes, La mano invisible es pura identificación. Porque todos nosotros somos ellos. En su brutalidad y en su monotonía.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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