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Reportaje:

Asuntos laborales y siniestros intencionados, principal ocupación de los 270 detectives españoles

"Yo soy un señor corriente, que no lleva pistola bajo el sobaco", afirma Agustín Cerezo, uno de los 270 detectives privados en ejercicio de España, la mayoría de los cuales tienen un equipo de auxiliares que realizan las tareas más ingratas en la calle. "El 50% de mis trabajos", continúa, "están relacionados con temas laborales: averiguar los antecedentes de una persona que solicita un puesto de responsabilidad en una empresa; descubrir al que trabaja, simultáneamente, en dos compañías rivales y transmite información de uno a otro lado, y combatir el absentismo laboral mediante bajas fingidas, que se están dando mucho en nuestro país, con la complicidad de los médicos del seguro".Pero el caso de que se siente más orgulloso el joven detective comenzó el día que el jefe de siniestros de una compañía de seguros se presentó en su despacho y le dijo que la fábrica de uno de sus clientes, un empresario madrileño del sector del mueble, había sufrido un incendio que podía ser intencionado. La póliza de seguros suscrita por el empresario obligaba a la compañía a indemnizarle con 70 millones de pesetas.

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Con licencia para investigar

"Interrogamos, siempre ocultando nuestra identidad, a proveedores y clientes, a los bomberos que intervinieron en el siniestro, a los vecinos de la zona y a los empleados". El resultado de todas estas averiguaciones, en las que durante 45 días intervineron cuatro personas y cuyo coste ascendió a 800.000 pesetas, fue que el empresario estaba en la bancarrota y que una semana antes del incendio había retirado de la fábrica la mayor y mejor parte de las mercancías. Asimismo, se encontraron numerosos indicios que permitían sospechar de la intencionalidad del siniestro. "Con todos estos datos en su poder, la compañía de seguros llamó al empresario y le ofreció 10 millones de pesetas en vez de los 70 millones de la póliza. Cuando éste protestó, le amenazaron con una querella por estafa y, claro, tragó. No tenía otro remedio".

Y, cuando termina su relato, Agustín Cerezo sonríe con la satisfacción del deber cumplido. Allan Pinkerton, el patrón de la profesión, se sentiría orgulloso de un trabajo tan bien hecho.

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