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Una sorpresa

La concesión del Premio Cervantes a Dulce María Loynaz es, como mínimo, una sorpresa. Supongo, o quiero suponer, que en tal concesión han influido más las implicaciones académicas y culturales de la autora que su bien conocido disentimiento del régimen castrista. Si ésta hubiera sido la causa, se le habría hecho un flaco favor a la literatura y a la política. Loynaz pertenece a una generación donde hay nombres de relieve, como Juan Marinello, Eugenio Florit, Emilio Ballagas, Nicolás Guillén y, en el campo narrativo, Alejo Carpentier, hasta ahora el único escritor cubano con el Cervantes.Dentro de su generación y en el ámbito de la poesía no vanguardista, Dulce María Loynaz representa una voz de tonalidades neorrománticas, que da amplia cabida a la expresión de los sentimientos en obras como Juegos de agua, Versos y Poemas sin nombre. Juan Ramón Jiménez, que la visitó en La Habana en 1937 y trazó de ella un retrato magistral, incluido en Españoles de tres mundos, la llamó "Ofelia Loynaz Sutil, arcaica y nueva, realidad fosforecida de su propia poesía increíblemente humana, letra fresca, tierna, ingrávida, rica de abandono, sentimiento y mística ironía".Anfitriona de Lorca

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La poetisa cubana Dulce María Loynaz, de 89 años, gana el Premio Cervantes 1992

Este retrato ha sido el salvoconducto con el que Dulce María Loynaz ha circulado por el mundo de la poesía en lengua española. Eso y su condición de anfitriona, en unión de su familia, de Federico García Lorca, durante la estancia de éste en La Habana (1930). Para entonces los Loynaz eran ya animadores notables de la vida cultural cubana. Lo seguirían siendo durante muchos años aunque el triunfo de la revolución les afectaría considerablemente, miembros al fin de la burguesía liberal atrapada en las contradicciones del proceso revolucionario. No obstante, la escritora es hoy Directora Vitalicia de la Academia Cubana de la Lengua.

En La Habana de 1930 vivían los Loynaz en una especie de casa-palacio con un jardín insólito. Los hermanos Loynaz eran cuatro: Flor, Enrique, Carlos Manuel y Dulce María. Lorca se había carteado en los años veinte con Enrique, abogado y también poeta. La mezcla de decadencia y extravagancia fascinó a Lorca, que intimó sobre todo con Flor y Carlos Manuel.

En aquel ambiente y en aquella casa celliniana que hoy todavía subsiste, Lorca escribió o corrigió parte de El público. Al abandonar La Habana regaló a Carlos Manuel un borrador de su gran drama. Pero Carlos Manuel enloquecería anos más tarde, y en uno de sus raptos de locura quemó el valioso regalo, según reveló hace unos años Dulce María. Con su malicia singular, Juan Ramón Jiménez diría ante el espectáculo de la increíble mansión haber comprendido "de dónde salió todo el delirio último de la escritura de Lorca".

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