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Detenidos cuatro sicarios y un empresario musical por intentar asesinar a un ex socio

La policía ha desbaratado una truculenta operación que reúne todos los elementos de las películas de la serie negra y que, si no fuera porque el final era un trágico asesinato, se diría que la historia contenía también un leve toque de comedia de enredo. Un empresario discográfico de Barcelona -Miguel D. F.- contrata presuntamente y se trae de México a cuatro sicarios especializados en dar escarmientos de gran calibre para que supuestamente secuestren, después asesinen y más tarde hagan desaparecer el cadáver de Ricardo Campoy -ex socio suyo en Max Music, una rentable discográfica-, de quien quiere vengarse. Los sicarios siguen el guión al pie de la letra, pero yerran en una parte crucial: se equivocan de persona y secuestran a Josep Maria Castells, un pinchadiscos vinculado a Max Music.

Miguel D. F. y Ricardo Campoy crearon Max Music, empresa que se ha hecho con una gran parte del mercado de los discos mix, una variante discográfica caracterizada por su bajo coste y cuyos discos reúnen grabaciones de música veraniega. Con el tiempo, los dos socios se separaron. Miguel D. se quedó con Max Music mientras que Ricardo Campoy fundaba Vale Music, empresa dedicada también a los mix. En el mundillo discográfico barcelonés sus discrepancias eran conocidas. Josep Maria Castells pasaba por allí en el momento de desencadenarse los hechos. Su pecado fue tener un coche del mismo modelo y color que Campoy: un poderoso Mercedes descapotable. Esta coincidencia a punto estuvo de ser fatal. El pasado día 3, a eso de las nueve de la noche, en un aparcamiento de la calle de Numancia de Barcelona, los cuatro sicarios montaron su dispositivo para secuestrar a Campoy, de quien supuestamente Miguel D. les había dado las características del coche. No sabían los mexicanos que el aparcamiento guardaba dos vehículos de la marca Mercedes de idénticas características técnicas y con el mismo aspecto exterior. Furgoneta isotérmica Escogieron al dueño equivocado. Colocaron dos pistolones en la nuca de Castells, para asustarle, le soltaron varios sopapos, le arrancaron del asiento del Mercedes y le depositaron en una furgoneta isotérmica, que impide, entre otras cosas, que los ruidos de su interior salgan fuera. En este vehículo le llevaron hasta cerca de Berga. Poco antes alguien, posiblemente Miguel D., con quien los mexicanos estaban conectados por teléfono móvil, les sacó de su error y les dijo que se habían equivocado de secuestrado. Seguramente esta misma persona les dijo que liberaran al rehén. Lo hicieron, pero no sin antes dejarle a Castells, muy popular también en el ambiente musical de Barcelona, sin algunos de los objetos de valor que llevaba, entre ellos un caro reloj Rolex. Los delincuentes tenían órdenes de asesinar a Campoy y de hacer desaparecer su cadáver en el pantano de La Baells. Un método típico de la mafia americana en las películas y en la vida real cuando, tras matar de un tiro a sus víctimas, les fabricaban unos zapatos de cemento (les hundían los pies en un recipiente de cemento para que pesara) y les echaban en una zona apartada de un puerto o río para que sus restos nunca emergieran, con lo que el caso no podía ser descubierto. Fue Campoy el que denunció el caso ante la policía. El Cuerpo Nacional de Policía montó un complejo dispositivo. 24 agentes, la mayoría de los Goes, un selecto y entrenado grupo de operaciones especiales, llevaron a cabo un servicio de vigilancia sobre Campoy y otro de contravigilancia. El primer operativo tenía como misión proteger la vida del empresario, el segundo, detectar y descubrir si éste era sometido a vigilancia y por quién. Los dos operativos dieron resultado. Los policías encargados de vigilar a los vigilantes advirtieron la presencia en los alrededores de Campoy de dos personas. Les siguieron discretamente. Averiguaron dónde se cobijaban y esperaron a que se reunieran los cuatro sicarios. Cuando lo hicieron, los atléticos hombres de los Goes saltaron sobre ellos y los detuvieron. Miguel D. y los mexicanos están acusados de detención ilegal (secuestro) y de intento de homicidio. Los sicarios añaden otro delito sobre sus espaldas: el de lesiones a Castells.

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