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Larga vida a Armstrong

La fortaleza mental del líder americano ayuda al Tour a superar sin grandes sobresaltos una edición cargada de pesimismo

Luis Gómez

Lance Amstrong es un ganador excepcional. Es imposible precisar si su reinado en el ciclismo será temporal o estable, si estamos ante un nuevo campeón o ante un líder de transición. La ausencia de Ullrich o Pantani deja el debate para el que promete ser apasionante Tour del año 2000. Ni siquiera su nacionalidad es ya una excepción en el cuadro de honor tras el liderazgo de Greg LeMond (1986, 1989 y 1990). Armstrong aterrizó en este Tour amenazado por la polémica más como un hombre que ha superado el castigo de una terrible enfermedad que como un deportista avalado por un palmarés. Esa característica de Armstrong, sin comparación posible con cualquier otro rival, ha rendido un beneficio inesperado a la carrera en un momento tan delicado. Más bien parece una maniobra del destino: todos los ojos de la prensa internacional se concentraban en el seguimiento de nuevos escándalos, lo que significaba una presión agotadora para cualquier organización deportiva que se precie. El panorama estaba ensombrecido a la vista de lo sucedido en el Giro con el italiano Pantani. El pesimismo era notable: algo pasaría en un Tour que semejaba ser un enfermo casi terminal. Curioso. Y, sin embargo, no se produjo un verdadero escándalo. Llegó Armstrong y pareció salvar al Tour de su enfermedad, como se había salvado él mismo. Armstrong representaba algo más que un ciclista, era un ejemplo para millones de personas que necesitan una esperanza. De alguna manera, su fortaleza mental ha resultado ser el mejor antídoto contra la tendencia a la sospecha enfermiza que rodeaba al ciclismo. Por ser Armstrong quien era, por representar lo que representaba, la polémica destinada al líder caducó a las 24 horas. Armstrong paseaba ayer por los Campos Elíseos como un líder intocable de un Tour que ha sobrevivido a 3.690 kilómetros de carrera sin una mala nota. Quién lo iba a pensar hace 25 días. ¡Larga vida a Armstrong!Por ese motivo, el análisis de la carrera no puede limitarse a las condiciones técnicas del ganador, a los detalles que explican cómo un corredor destinado a ser un ganador de clásicas se transforma en un ciclista completo que domina todos los terrenos de la verdad en el ciclismo, la contrarreloj y la monaña, que gana como en su momento lo hicieron los grandes, que se conduce siguiendo el patrón Induráin, el gran ídolo de su juventud. Armstrong suma cuatro victorias de etapa en este Tour, pero otras tantas victorias en la carrera paralela, compuesta por una multitudinaria caravana mediática que perseguía cualquier detalle fuera de lo normal. Se han buscado explicaciones extradeportivas a la ausencia de una victoria francesa (la primera vez que se produce desde 1926), se han lanzado acusaciones mezclando sin el más mínimo de rigor un par de datos filtrados por el Ministerio de la Juventud y el Deporte francés sobre el uso de corticoides por parte de Armstrong, se ha especulado también con la presencia masiva de corredores franceses en los grupos de cola que llegaban cada jornada a la meta, haciendo especial hincapié en la escasa presencia de corredores españoles en esos pelotones (tradicionalmente denominados como autobús), se ha usado el término ciclismo de dos velocidades. Y el Tour ha sobrevivido a ello.

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Ha sobrevivido a pesar de que algunos corredores han sufrido hasta tres análisis de sangre (la mayoría dos y sólo una minoría uno), a pesar de que todo el pelotón ha permitido que se analice el aire de sus pulmones. Naturalmente, también su orina. Ha sobrevivido a la polémica entre las autoridades francesas y la UCI por la posesión de toda la sangre extraída a los ciclistas para futuras investigaciones, polémica resuelta a última hora: la UCI enviará los frascos de sangre al ministerio francés, pero sin identificar a los ciclistas. Y se anuncian más análisis y más investigaciones, sin que nadie se atreva a opinar si los ciclistas, como simples ciudadanos, tienen reconocido algún derecho a la privacidad o van camino de convertise en meros objetos de laboratorio (la UCI tiene hasta un registro del ADN de los ciclistas).

A todo ello ha sobrevivido el Tour como quien supera una enfermedad. El aficionado ha poblado la cuneta con el entusiasmo de siempre, las audiencias televisivas han alcanzado buenos registros, el espectáculo ha vuelto a la carretera. Hay una sensación de alivio generalizado, a la vista del riesgo con que el Tour tomó la salida y las polémicas que rodearon su inmediata puesta en marcha. Virenque ha podido correr rodeado del calor popular hasta sumar su quinto premio de la montaña (uno menos que los obtenidos por Bahamontes y Van Impe). No parecía el Virenque agresivo de otros años, pero parece haberse entendido que su preparación no fue la idónea por todas los incidencias judiciales que estaba soportando. Técnicamente, el Tour no ha sido brillante. Armstrong despejó demasiado pronto y con una diferencia incontestable todo asomo de competencia por el liderato. No ha aparecido por el horizonte ninguna nueva figura (hombres como Vinokurov o Boogerd han fracasado, un aspirante como Julich se quedó fuera de carrera por una caída, Gotti y Tonkov fueron una anécdota), quienes acompañan a Armstrong en el podio (Zülle y Escartín) y quienes conquistan los otros premios (Virenque la montaña y Zabel la general por puntos) rondan la treintena. Pero el Tour ha recuperado la pasión deportiva y puede mirar al inmediato futuro con esperanza: así sería si el año próximo es posible ver en acción a Pantani, Ullrich y nada menos que a Lance Armstrong. Tres estilos distintos, tres campeones, tres fuerzas de la naturaleza. Hace un año, era difícil imaginarse qué sería del Tour. Hace dos meses, todo era negro. Ayer, sin embargo, lució el sol en los Campos Elíseos al paso de Lance Armstrong, un personaje de película.

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