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Entrevista:Joan Pons | MÚSICA

'En la ópera no vale ir de guaperas'

Ocho de agosto. Joan Pons está sentado en un salón del hotel santanderino adonde acaba de llegar. Conversa, responde las preguntas de una de las pocas entrevistas que concede. 'Me gusta la normalidad, busco la naturalidad en mi oficio, rehúyo las entrevistas, suelo salir por la puerta falsa para que no me vean', dice.

Suena el móvil. Se excusa. 'Esperaba esta llamada, perdón'. Es su hijo, el pequeño de cuatro. Le felicita. Es su cumpleaños. 56. 'El mismo día que Louis van Gaal', dice. 'Malo'. No pierde el sentido del humor. Pero celebra su fiesta solo.

Son las cosas de la vida errante. Llega de Menorca, de su casa, donde ha hecho escala tres días para reponerse de sus actuaciones en Estados Unidos y en Japón. La gloria y la soledad. Más en un tipo como Pons, tímido, nada pagado de sí mismo. El divo antidivo.

'Conozco a los divos, he aprendido muchísimo de ellos, pero ahora veo jóvenes que no lo son saliendo con una prepotencia odiosa'

Quince de agosto. Pons estrena en Santander un nuevo montaje de Andrea Chénier, de Umberto Giordano. Hoy sábado también canta, una vez más, el papel de Carlo Gérard. Este año lo ha interpretado en Turín y en el Metropolitan de Nueva York, donde acude todos los años y tiene contratos hasta 2006. Estos días le acompañan en el reparto Alberto Cupido, como Chénier, y Giovanna Casolla, como Maddalena, en una coproducción del Festival Internacional de Santander y la Ópera de Niza que dirigen Paul-Emile Fourny, en escena, y Renato Palumbo, en el foso.

'Gérard es un revolucionario, un idealista, con su sensibilidad, su corazón, sus contradicciones. Lo define muy bien en una frase Maddalena cuando dice: 'Se ha echado a perder con los libros'. Un personaje, en fin, con sus complicaciones dramáticas, otro de los alicientes que tienen los barítonos: suelen ser papeles con muchas vueltas.

'Es lo bueno. Sobre todo en Verdi. Hacía grandes papeles para barítonos. Cantar sus óperas es el máximo para los cantantes de mi cuerda. Él es el eje de la historia de la ópera'. Y que lo diga. Ha sido Rigoletto más de 200 veces, ha hecho el Yago de Otello casi por igual, el Falstaff y Simon Boccanegra, otras tantas...'. 'Pero mi favorito sigue siendo Scarpia, de Tosca, un villano terrible', afirma. Ha cantado el papel del sátrapa acosador sexual compuesto por Puccini 250 veces y en la elección es donde se nota su placer por la actuación, porque se debe transformar por completo en un Míster Hyde, este hombre de aspecto más que bondadoso, tranquilo, de vuelta en un mundo ególatra.

Normal. Él nunca se tomó demasiado en serio el estrellato. Iba para ganarse la vida como zapatero en Menorca. Y quizá por eso observa lo que es el divismo desde los pies. 'No se lleva ya el divismo. Conozco a los divos, he aprendido muchísimo de ellos, pero ahora veo jóvenes que no lo son saliendo con una prepotencia odiosa. Es el público el que decide si serás o no divo. Ellos juzgan. Aquí no vale ir de guaperas'.

¿Y él? 'Yo soy el antidivo, creo'. Pero da las gracias si le definen como lo contrario. No entiende esa palabra como algo negativo. Al revés, le da un significado sinónimo de sabiduría, experiencia, talento, esfuerzo y del éxito que se deriva de todo ello.

Tampoco lleva bien otros divismos modernos: el de los directores de escena. 'Actualmente se dice la ópera de tal o cual, refiriéndose al director de escena. Las óperas son siempre de sus compositores. El tiempo dirá si esta preponderancia de ellos en el mundo de la ópera, no sólo por encima de los cantantes, sino por encima de los directores musicales es buena o no, yo no lo creo. Más cuando se marchan el día del estreno. Deberían subirse al escenario todos los días', cuenta.

Y eso que él no es especialmente conflictivo. 'A veces se tensa demasiado la cuerda y explotas', cuenta. Pero es raro en él a estas alturas. Son 32 años encima de los escenarios. 'He tenido mucha suerte', dice quitándose importancia, una costumbre como enfermiza en este hombre de palabra justa, talla extragrande y más que marcado acento menorquín. Mucha voluntad tampoco le ha faltado. 'No voy a sitios con humo, no fumo, no bebo, si llueve no salgo, no me importa encerrarme en la habitación del hotel, poner la tele, leer, enchufarme a Internet para ver los periódicos de Menorca donde quiera que esté', cuenta. Y presume: 'Este año no he cogido ni un resfriado, no he cancelado ninguna actuación desde octubre'.

Nunca pensó en dedicarse a la

ópera. 'Yo hacía zapatos en Mahón', cuenta. Cantaba en el coro de la capilla Davídica en Menorca con la que es hoy su mujer, que sigue en él, y los amigos. Le vio alguien del Liceo. Pasó una prueba. Lo dejó todo y se fue a Barcelona. Allí permaneció cuatro años, aprendiendo. Llegaron los papelitos. 'Conozco las óperas desde abajo porque en muchas de ellas he hecho todos los papeles posibles para mi cuerda'. Paso a paso, con paciencia fue debutando hasta llegar en 1980 a su gran noche: la Scala de Milán. Abrió la temporada con Falstaff, de Verdi, en un montaje de Giorgio Strehler con la batuta de Lorin Maazel. Fue su consagración. A partir de entonces no ha habido nadie capaz de parar su carrera por los grandes templos mundiales cantando el gran repertorio dramático, con Verdi y Puccini como fuertes principales.

Así ha cumplido otro año más de carrera, con una media de 60 o 70 actuaciones al año. Una carrera que empieza a ser consciente de que no será eterna. 'Empiezo a pensar que se acaba, pero, por otra parte, ni sabía que todavía podría estar cantando a este ritmo', asegura. Y que nos dure a todos su fuerza sabia encima de las tablas...

El barítono Joan Pons, fotografiado esta semana en Santander.
El barítono Joan Pons, fotografiado esta semana en Santander.PABLO HOJAS

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