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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Modestia y sabiduría filosófica

No es seguro que las dudas con respecto al sentido de las cosas, el vértigo intelectual que provoca el asombro por la existencia, etcétera, del joven amigo imaginario a quien se dirige la carta-prólogo de este libro, y que trata de satisfacer paciente y sabiamente Sádaba, sean características de la gente joven de hoy y justifiquen, por tanto, este libro de divulgación. Lo sean o no, el libro está justificado.

Sobre todo porque, en cualquier caso, en estos tiempos en los que la divulgación científica se ha hecho también una preocupación de los filósofos, éstos harían bien en comenzar por 'vulgarizar' -como se dice en otros idiomas, sin complejos- el sentido de la propia filosofía, que seguramente lo necesita más: una actividad intelectual sin contenido doctrinal propio, casi fantasmal si no cae en un perverso juego ideológico. Que no es literatura ni ciencia. Que pretende ser una especialidad en todo. Y liberar, además, con casi nada, del tedio y del escándalo de un 'vivir infrahumano'...

LA FILOSOFÍA CONTADA CON SENCILLEZ

Javier Sádaba Maeva. Madrid, 2002 182 páginas. 9,85 euros

Éstas y otras muchas cosas va desplegando Sádaba ante su joven amigo imaginario con una ilusión y una paciencia admirables, guiado por el principio budista de que es más razonable optar por el recto camino del medio en el juicio sobre las cosas. Gustan sus maneras modestas y sinceras, y la filosofía que insinúan. Que aboga decididamente por la lógica, pero sin alardes: es decir, por una racionalidad modestamente lógica, sin el sueño de falsas escaleras que nos conduzcan a un cielo artificial. Que concibe la moral como la construcción de nuestra propia singularidad a través de valores humanos compartidos, racionales y laicos. Que enseña que religiones hay muchas, que no sabríamos elegir entre ellas a la hora de tomar una como guía de nuestras acciones, y que la existencia de Dios, sin más, plantea las mismas dudas y problemas que su no existencia.

Que las cuestiones religiosas, en fin, son preguntas sin contenido cognoscitivo y, por tanto, sin sentido lógico. Frente a vanos alardes académicos, una filosofía así actúa como 'medicina del espíritu', al plantear con mayor claridad y contención las cosas. Como 'juego' liberador y alegre, en el sano ejercicio de la razón. Y hasta como 'consuelo melancólico', si se quiere, porque precisamente la perspectiva global e inacabable del filosofar muestra que 'la última palabra tal vez nunca esté dicha', ni no dicha, respecto a nada. Ni siquiera con la muerte.

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