_
_
_
_
_

Las Torres Gemelas cayeron sobre Palestina

El primer ministro israelí, Ariel Sharon, ha sido quien mejor ha sabido usar el atentado de Nueva York, para confundir los atentados suicidas palestinos con el terrorismo de Al Qaeda

Las explosiones del 11-S retumbaron tanto en Palestina como en Nueva York. El mundo será o no el mismo, como hoy tanto se dice, tras el atentado de las Torres Gemelas, pero el conflicto de Oriente Próximo aún no se ha repuesto de aquellos fragores; o mejor, el conflicto va viento en popa, y es la paz la que paga un altísimo precio.

Felicitándose por ello, o considerando que no hay peor calamidad, las fuentes consultadas tienen un punto de coincidencia virtual: el primer ministro israelí Ariel Sharon es el gran beneficiado por las secuelas del 11-S. Es como si los efectos geopolíticos de la barbarie integrista y el ex general israelí, elegido apenas unos meses antes de aquel terrible septiembre, estuvieran hechos el uno para el otro y el líder sionista leyera mejor que nadie las runas del desastre; el hombre del Likud a la espera de un regalo de los dioses como ése, para remodelar el mundo a su entera satisfacción.

Más información
EE UU, en alerta máxima ante el temor a nuevos atentados en el aniversario
Bush entrega a Sharon un plan de paz que incluye una conferencia en otoño de 2003
Reportaje:: La mitad de los palestinos vive de la ayuda mundial

En abril de este año, el presidente norteamericano George W. Bush aún pedía la retirada israelí de la Palestina autónoma y la creación de un Estado palestino, pero en junio descalificaba al presidente de la Autoridad Palestina como interlocutor para los restos. Bush II, bien que no dado a una consistencia extrema en sus declaraciones, estaba entonces comprando a todos los efectos la propuesta de Sharon, al proceder a una amalgama de todos los terrorismos. Igual Al Qaeda de Osama Bin Laden, cuya primera aspiración es destruir los regímenes árabes prooccidentales y, para ello, decidía atacar el mal en su centro geométrico, las torres de Wall Street, que los atentados suicidas de la Brigada de los Mártires de Al Aqsa o el Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás), que persiguen la construcción de un Estado palestino y, si es preciso, la del Estado de Israel. Asimismo, entra hoy en el paquete el previsible ataque de EE UU a Irak, país al que recientemente los servicios norteamericanos acusaban no sólo de atesorar armas de destrucción masiva, sino también al terrorismo más islamizado.

El embajador israelí en España, Herzl Inbar, expresa lo que ya es un lugar común entre la diplomacia de su país. Uno de los grandes efectos del 11-S ha sido: 'El que EE UU haya decretado tolerancia cero al terrorismo, a diferencia de Europa, donde todavía hay zonas grises. La fotografía es ahora en blanco y negro'. Al mismo tiempo, registra el diplomático cómo en su país el macro-atentado 'refuerza la posición de quienes sostienen que es inútil toda negociación con los que practican y amparan el terrorismo, del que es jefe indiscutible Arafat. Casi no hay distinción entre unos y otros terrorismos. Nosotros vivimos un 11-S todos los días'.

Idénticas circunstancias llevan al politólogo francés de origen argelino, Sami Naïr, a muy diferentes conclusiones: 'La sumisión de Bush a la política de tierra quemada de Sharon aleja toda posibilidad de paz. Y hay que recordar que antes del 11-S eran ya los EE UU los que libraban una guerra al mundo árabe-musulmán, a través del apoyo a la colonización israelí de Palestina, y ahora con la amenaza de guerra contra Irak'.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

El punto novedoso entre los especialistas europeos, en este caso grato a los oídos israelíes, lo marca un arabista francés, Gilles Kepel, que en un artículo conmemorativo afirmaba que el fracaso de Al Qaeda, al no conseguir que el 11-S provocara un alzamiento en Arabia Saudí contra la alianza con EE UU, hacía de Israel el primer campo de batalla, de forma que lo que constituye la masa sociológica de apoyo al terrorismo 'se vuelca hoy en apoyo de Hamás, con la recaudación de fondos -en Arabia Saudí incluso en TV- para las viudas de los suicidas, al tiempo que los imames condonan el asesinato de civiles israelíes'.

La alianza saudí-americana es cierto que ha encajado mal el hecho de que 15 de los secuestradores de aviones del 11-S fueran de ese país árabe. Al director de la Escuela Diplomática israelí, Gil Artzelys, se le nota que quisiera ver rota esa conexión: 'Había un conflicto que ahora sale a la superficie. Washington ya no confía en Riad, y en parte ocurre lo mismo con Egipto . EE UU comprende que no basta con tener buenas relaciones con los Gobiernos, sino que hay que contar también con la sociedad. Cuanto mejores son las relaciones con la realeza saudí y el presidente Mubarak, más antiamericanismo reina en Arabia y Egipto'. Todo parece indicar, pues, que a la blindada conexión israelo-norteamericana le vendría bien un mapa muy distinto de todo Oriente Próximo, que pudiera derivarse de la destrucción del régimen de Bagdad.

El embajador de Palestina en Madrid, Nabil Maruf, saca para hablar de ello el telescopio geopolítico. 'Si se produce la invasión de Irak es para redibujar el mapa de la zona. Washington quiere otra geografía política basada en afinidades tribales, étnicas, un Irak dividido en varios Estados, los kurdos podrían obtener el suyo, como los shiíes, y ese nuevo cuadro puede llegar a afectar hasta a Kuwait y Arabia. A esas casillas nacionales se puede deportar entonces a varios millones de palestinos, para aliviar la presión demográfica sobre Israel'.

Maruf es hoy un moderado de extrema necesidad. 'No quiero que mis hijos partan de cero, como yo, y por eso Arafat debería haber aceptado las propuestas de Clinton en Camp David y ahora tendríamos un Estado palestino, aunque fuera mínimo. Hay que tener algo propio para impedir que Sharon se salga con la suya. Y hoy eso está lejano'. Saleh Abdel Jawad, profesor universitario, declaraba en la misma línea a Le Monde palabras similares con derecho a escalofrío: 'El objetivo último de Sharon es la expulsión de los palestinos. Y para ello necesitaría una guerra regional, una luz verde norteamericana, pretextos. Un conflicto entre Estados Unidos, Israel e Irak sería esa oportunidad'.

Abu Meddein, uno de los 14 que componían la delegación palestina en la conferencia de Madrid -octubre de 1991-, penúltimo ministro de Justicia de Arafat, que ha pasado a dirigir la Autoridad Territorial en el nuevo Gobierno del rais palestino, es moderado en todo menos en el dramatismo con que describe la situación. 'Con la utilización que Sharon ha hecho del 11-S, hemos perdido la autonomía que ganamos en el proceso de Oslo, y, por ello, Hamás es hoy más fuerte que nunca. No creo que haya elecciones porque América no quiere que tengamos un Estado democrático y, sobre todo, porque Arafat sería reelegido abrumadoramente, pero con un añadido. La Cámara legislativa la coparía una gran mayoría de radicales para que el presidente tuviera las manos atadas y no pudiera negociar la paz. Hemos perdido toda esperanza, porque el 11-S le ha dado respetabilidad a la política de Sharon, con su ministro, el laborista Simón Peres, para recoger los desperdicios. Arafat tenía que haber aceptado el plan Clinton y seguir negociando, aun sabiendo que Barak sólo estuviera maniobrando sin comprometerse plenamente. Habrá al menos dos años de confusión cuando se produzca la sucesión de Arafat'.

Oslo, en el panteón, y no precisamente de hombres ilustres. El primer embajador israelí en España, Samuel Hadas, hoy emérito, escritor y conferenciante, dice que el proceso ya desmejoraba con la última Intifada -septiembre de 2000-. 'Pero lo remató el 11-S, que entregó la política a los radicales, palestinos e israelíes. El propio Bush ha cambiado de prioridades. Poco después del atentado se decía que precisaba un Oriente Próximo en calma para hacer la guerra al terrorismo, y hoy se dispone a atacar a Irak, aunque eso levante una coalición de todo el mundo árabe, no como hizo su padre en 1991 en contra de Sadam Husein, sino contra los EE UU'.

Ahmed Sobh, secretario de Estado de Cooperación Internacional de la Autoridad Palestina, resume el 11-S en una numerada trilogía de consecuencias. 1) La capacidad norteamericana de imponer criterios simples y peligrosos en las relaciones internacionales. Si sólo hay terroristas y antiterroristas, se olvida cuál es la esencia del conflicto, que es la ocupación de nuestra tierra por parte de Israel.

2) Sharon ha podido, ante la indiferencia mundial, castigar con un toque de queda diario a tres millones de palestinos, que no pueden salir de casa, llevar los niños a la escuela, ir al médico, vivir.

3) Sharon quiere pescar en el río revuelto (sic, en el espléndido español que habla) de la guerra contra Irak, para deportar a cuantos palestinos sea posible a Jordania o al sur de Líbano.

Lo que es ya un verdadero eco general en medios árabes puede resumirse en la opinión de Hasan Turkmani, jefe de Estado Mayor sirio, que decía en el ejemplar de este mes de la publicación del Ejército: 'La acusación de terrorismo se ha convertido en un arma arrojadiza en manos de Washington, que usa contra los países que desaprueba y que quiere controlar'.

No todo fuerza, sin embargo, a que las cosas debieran haber sido necesariamente así. El último ministro de Asuntos Exteriores del laborista Ehud Barak, ese español virtual que es Shlomo Ben Ami, defiende la idea de que el 11-S fue también una oportunidad: 'El atentado supuso una gran presión sobre los régimenes árabes moderados, porque Bin Laden iba también contra ellos, y el que amenazara su estabilidad los hizo mucho más abiertos a una solución'. El historiador de Primo y la II República se refiere a la cumbre de la Liga Árabe en Beirut de marzo pasado, que propuso a Israel reconocimiento diplomático pleno a cambio de una retirada también plena de los territorios. Y aunque eso parece que arroja la mayor responsabilidad sobre Sharon, que ya desdeñó la oferta de Beirut, también afecta a la comunidad internacional y a Europa. Al terrorismo, dice Ben Ami, que se le tenía que dar 'una respuesta militar', pero también 'hacía falta un mecanismo para la resolución de conflictos, que no aceptara la vinculación Bin Laden-Palestina', y todo ello 'en el marco del progreso hacia una socialdemocracia igualitaria'. Quizá todo un poco teórico.

En ese criterio abunda la más alta autoridad de la UE en política exterior, Javier Solana: 'El 11-S ofreció una oportunidad de avanzar rápidamente en el proceso de paz. Pero no fue así. Arafat no supo entender uno de los significados de la fecha y no comprendió que le daba unas bazas a Ariel Sharon que no iba a desprovechar. Y no las desaprovechó'. Si Arafat hubiera sido capaz entonces de sofocar el terrorismo...

A casi dos años del estallido de la Intifada de las Mezquitas, con unos 1.700 palestinos y 600 israelíes muertos, buena parte en atentados suicidas, el líder palestino, como escribe Edward W. Said, 'es hoy un anciano sin afeitar, sentado ante una mesa rota, en una casa partida en dos en Ramala, intentando sobrevivir a toda costa'. Ariel Sharon se ríe de quienes quisieron procesarle, y aún puede rematar la faena que da por iniciada con la guerra de 1948, como es la consolidación del Estado de Israel, es decir, el fin de las aspiraciones nacionales palestinas. El 11-S está dando para mucho. Con pasaje a Bagdad todo incluido.

Varios palestinos trabajan en los restos de una casa atacada por Israel.
Varios palestinos trabajan en los restos de una casa atacada por Israel.ASSOCIATED PRESS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_