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LA FIESTA DEL CINE ESPAÑOL
Columna
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Varios gritos y un silencio

Si lo que fijará, en el libro aún no escrito del cine futuro, el acierto y -si es que estas ceremonias lo tienen- el sentido de un reparto de premios como el de sábado en Madrid es la elección de una única película ganadora, hay que decir que los académicos españoles del cine lo tenían de antemano demasiado fácil este año, pues decidieran lo que decidieran su decisión no entrañaría verdadero riesgo, pues en cualquier caso, y con todos los matices y ronchas que se quiera, las cuatro películas en liza eran ganadoras defendibles y proponían -porque éstas sí lo tienen-un sentido. Y es esta carga de sentido, de respuesta imaginaria a una realidad cada día más dolorosa y decepcionante, empuje que comparte con Hable con ella, En la ciudad sin límites y El otro lado de la cama, lo que convierte a la gran ganadora, Los lunes al sol, en cine necesario.

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Desde ella, desde lo que esta obra tiene de imprescindible, José Ángel Ejido y Luis Tosar triangularon con toda justicia, en una tacada de premios irrefutable, el memorable fresco interpretativo de Los lunes al sol, que fue cerrado por el Goya al mejor actor protagonista que se llevó entre ovaciones Javier Bardem.

Nada por consiguiente que objetar, sino todo lo contrario, a esta magnífica triangulación de premios de interpretación masculina, pues desvela un rasgo de la identidad profunda de esta diáfana, generosa e inteligente película, que es su capacidad para acoger, dentro de un trabajo de estructura coral -lleno de vivísimas interrelaciones en el interior del reparto- una serie de actuaciones individuales muy poderosas y de fortísima distinción creativa, autoral, como las tres galardonadas y otras más que sa agazapan detrás de ellas, y a las que aludió con elegancia su director.

Y de ahí que nada disuene tampoco en la consideración de Fernando León como el mejor director, pues todo verdadero, genuino trabajo de dirección de un filme radica ante y sobre todo en la capacidad de quien asume esa tarea central para arrojar luz dentro del misterio del engarce de los diferentes rostros y comportamientos que conjuga ante la cámara, esa emocionante orquestación de los fragmentos de música visual que forjan la secuencia

En un territorio cercano, fue emocionante ver a dos grandes actrices recoger los premios de interpretación de reparto y protagonista. Fueron Geraldine Chaplin y Mercedes Sampietro. Ésta, que ya fue premiada en el Festival de San Sebastián por su excepcional trabajo en Lugares comunes, insistió en hacernos recordar la más que notable, admirable, economía expresiva, esa su suave y poderosa capacidad para decir tanto con tan poco, con que nos hace llegar, sin que nos demos cuenta hasta que ya estamos dentro, al fondo del alma de su personaje. Y, junto a ella, el fulgurante retorno de Geraldine Claplin, que en En la ciudad sin límites da una enérgica vuelta de tuerca a un muy complejo y duro personaje, al que, con su incomparable elegancia y una delicada sabiduría escénica adquirida en incontables trabajos de cumbre, lleva al límite de sí mismo, hazaña que sólo está a mano de los aristócratas de su oficio.

Y el pequeño vendaval del reconocimiento en El efecto Iguazú de la imprescindible aportación del cine a las luchas de los desheredados y los expulsados de la sociedad e incluso de la vida por recobrar el lugar que en ellas les corresponde y que les fue arrebatado de forma infame, silenciosa, salvaje. Es ésta una película pertrechada con una grandísima capacidad desveladora de lo que hoy nos ocurre, sumergidos en un mundo cada día más sofocante y envilecido.

Fue éste un vendaval que abrió la fiesta de la noche del cine y que, poco después, se prolongó en otro reconocimiento lleno de verdad y coraje, el de la radicalidad de Smoking room, que -en medio de una ceremonia que se ganó a pulso el honor de ser una respuesta veraz y atravesada por una demoledora y liberadora ironía, a la villanía de la guerra que se nos viene encima y de quienes la buscan, la encienden y la sostienen- responde frontalmente a otra despiadada forma de opresión.

¿Y qué objetar a que José Luis Alcaine quede en la memoria como el gran creador de cine que es en El caballero Don Quijote y en tantas obras ennoblecidas por su talento? Nada, salvo que algunos de los académicos, a mi juicio miopes, no le dejaran competir con el prodigio de lo hecho por su colega Javier Aguirresarobe en Hable con ella, que es uno de los ejercicios de fotografía mas refinados de que hay noticia en el cine reciente. Y esta ausencia se prolonga con el cerco de cicatería que rodeó a Hable con ella por un conjunto de profesionales que no supieron ver la brecha de reconocimiento mundial a nuestro cine que está abriendo esta insustituible obra maestra silenciada.

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