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Amadeos y Patas Pelás

Amelia Castilla

La baja estatura de Antonio y Emilio Izquierdo provocó que, en los primeros instantes, algunos vecinos que en ese momento tomaban el fresco en la calle confundieran a los pistoleros con niños jugando: "Fue como una película del Oeste. Vi cómo disparaban y los niños caían al suelo", contó una vecina después de la matanza de Puerto Hurraco, el 26 de agosto de 1990, en la que fallecieron nueve personas y siete resultaron heridas graves.

Los asesinos llevaban siete años -desde que un desconocido roció con gasolina la vivienda donde murió abrasada su madre- rumiando su venganza. Prometieron poner al pueblo de luto, pero nadie esperaba semejante crueldad. En Puerto Hurraco, una localidad pacense de 200 habitantes que vive fundamentalmente de la agricultura, era bien conocida la rivalidad entre Amadeos y Patas Pelás, apodo de los Cabanillas y los Izquierdo. Se trataba de dos clanes enfrentados durante años por cuestiones de lindes o amoríos. Las hermanas de los autores materiales, Luciana y Ángela, abonaron el terreno para que sus hermanos salieran esa noche a la calle mayor del pueblo y se liaran a tiros. Empezaron disparando los dos, pero cuando Antonio vació el cargador huyó al campo. Emilio necesitaba más sangre; se apostó en el callejón que hace esquina con la casa donde murió carbonizada su madre y siguió disparando. Vació dos cargadores antes de esconderse.

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