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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De Gleneagles a Londres

Los atentados del pasado jueves en Londres marcaron el debate de la cumbre del G-8 en Gleneagles (Escocia), clausurada ayer tarde con una imagen de Blair y los demás líderes, entre ellos los de cinco países en vías de desarrollo, unidos en el repudio al terrorismo y firmes en el compromiso de reforzar la seguridad. Las bombas colocadas en el metro y en un autobús de la capital británica han causado más de medio centenar de muertos. Pero si existe una vía para solucionar este cáncer cada vez más extendido del que nadie está a salvo es, entre otras cosas, exigiendo a los Gobiernos de las naciones del Primer Mundo no sólo el refuerzo de la cooperación policial, sino que luchen contra las raíces del fenómeno. Y uno de los elementos del problema es, sin duda, la pobreza, que constituye un caldo de cultivo para avivar la violencia al margen de fanatismos criminales de origen islamista.

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En ese sentido, lo acordado por los dirigentes de los siete países más ricos y Rusia durante los pasados dos días en Escocia no colma las expectativas que se habían puesto sobre esta cumbre y que tuvieron su máxima expresión hace una semana en los megaconciertos de Live 8. Tiene razón Blair cuando afirma que nunca se puede lograr todo ya mismo y menos aún que se resuelvan los problemas en 48 horas de aburridos y poco espontáneos debates. Pero los objetivos que él mismo se había trazado hace ahora un año con un valiente y ambicioso plan para África han tenido una traducción más modesta.

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Para él, la cumbre de Gleneagles ha sido exitosa. Lógicamente, no podía decir lo contrario. Incluso sus colegas, sobre todo su amigo Bush, no han querido amargarle más tras el trágico suceso del jueves. Habrá que aguardar cuánto de lo que se recoge en el documento final se convertirá en realidad. Ciertamente hay que aplaudir el compromiso de doblar la ayuda al desarrollo a 50.000 millones de dólares anuales, lo cual no asegura que en 2015 los países más ricos destinen el 0,7% de su PIB al desarrollo. Y es en ese año cuando la ONU se ha marcado la meta de reducir a la mitad la pobreza en el mundo.

La condonación de la deuda de los 18 países más pobres (40.000 millones de dólares) con los organismos multilaterales de crédito será apenas un respiro, pues la deuda total del África subsahariana asciende a 230.000 millones. Más decepcionante resulta lo que concierne al comercio. No hay compromiso firme sobre la eliminación de los subsidios agrícolas. Todo queda aplazado a lo que depare la negociación de la Ronda Doha el próximo diciembre en Hong Kong. Bush habla de 2010 como fecha probable para la supresión de esas ayudas.

El tema del cambio climático, uno de los puntos candentes de Gleneagles, deja la situación en empate, pero lo pactado despierta la sospecha de que el Protocolo de Kioto está condenado a languidecer y que cuando se revisen sus objetivos en 2012 habrá para entonces vías distintas. Reconocer, como han hecho los líderes del G-8, incluido Bush, que el recalentamiento del planeta es una fuente de preocupación y que son necesarias medidas urgentes resulta una broma cuando es algo admitido por la comunidad científica internacional. Es verdad que sin Estados Unidos, China e India, tres de los principales emisores de gases, no tendrá ningún efecto serio lo firmado en Kioto. Es, por tanto, una pequeña victoria diplomática de Blair el que se haya suscrito un plan de acción para afrontar el tema a través de un mayor diálogo entre los firmantes del protocolo y los que no se sumaron, en la búsqueda de una mayor eficiencia y de otros recursos de tecnologías más limpias. Ese diálogo tendrá ya lugar el próximo noviembre en el Reino Unido.

La matanza de Londres presenta todavía bastantes puntos oscuros y controvertidos, como que la cúpula policial haya confesado que las bombas no han sido una sorpresa. El Gobierno de Blair, que ha dosificado con exagerado celo todo lo que concierne al número de fallecidos, confiesa no tener aún plenas garantías de que los autores del crimen hayan sido miembros de la red europea de Al Qaeda, pese a que ésta haya sido la única reivindicación conocida hasta ahora. La policía no tiene una idea completa de lo sucedido salvo que los explosivos eran mucho más pequeños que los del atentado del 11-M, y tampoco ha logrado por el momento detener a ningún sospechoso. El ataque, como era previsible, ha aumentado el miedo en aquellos países como Italia o Dinamarca que aún tienen soldados en Irak. Y aquí, en España, el atentado ha tenido una lectura muy desafortunada por parte del líder del PP, Mariano Rajoy, que refleja una vez más que su partido aún no ha digerido lo que ocurrió el 11-M.

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