_
_
_
_
_
El final de un dictador

Chiíes y kurdos celebran la ejecución mientras las bombas matan a 77 personas

El alivio por la desaparición de Sadam se mezcla con el temor a la venganza de los suníes

Miles de chiíes y kurdos salieron ayer a las calles de todo el país para celebrar la ejecución de Sadam Husein, el hombre que los mantuvo sumidos en el terror durante más de dos décadas. El júbilo que se respiraba en las provincias del norte y del sur, y en numerosos barrios de Bagdad, contrastaba con el silencio de las regiones de la minoría suní, que copó el poder durante el régimen de Sadam. La insurgencia suní respondió a la ejecución con sus métodos habituales: cobrándose la vida de 77 civiles chiíes con siete coches bomba que estallaron en la ciudad de Kufa y en tres barrios de la capital.

Más información
La violencia sobrevive a Sadam Husein

Las celebraciones habían comenzado en la misma madrugada, primer día del Eid al Ada, la Fiesta del Sacrificio, la más importante del calendario musulmán. Los propios funcionarios del Gobierno que asistieron al ahorcamiento no pudieron evitar las muestras de alegría, y cantaron y danzaron alrededor del cuerpo del dictador, según narraba uno de ellos a la cadena estadounidense CNN.

A medida que avanzaba la mañana, miles de personas fueron saliendo a las calles a expresar su júbilo. Danzas, cánticos, sonidos de tambores, cláxones y disparos al aire acompañaban las manifestaciones, mientras hombres y mujeres repartían bombones y pasteles, como muestra de alegría según la tradición local. Las mismas escenas se repetían por todo el país: en los barrios bagdadíes de Al Kadimiya o Ciudad Sáder, bastión del clérigo radical Múqtada al Sáder y de sus hombres, el Ejército de El Mahdi; o en las provincias chiíes del sur, como Nayaf, Kut, Diwaniya, Basora y Amara. "Hoy es la fiesta de las fiestas, la fiesta de la ejecución del verdugo, Sadam", proclamaba uno de los manifestantes.

También en las regiones kurdas del norte se sucedieron las celebraciones, si bien muchos ciudadanos lamentaban que el dictador no hubiera sido procesado por el genocidio perpetrado contra esta minoría a finales de los años ochenta, que exterminó a por lo menos 180.000 kurdos.

Los chiíes, que representan el 60% de la población iraquí, y los kurdos, que suman el 20%, fueron las grandes víctimas del régimen de Sadam, que a lo largo de dos décadas acabó con la vida de centenares de miles de personas. De hecho, según contaba el diario The New York Times, las dependencias gubernamentales estuvieron recibiendo, en los días previos a la ejecución, las llamadas de cientos de voluntarios que se ofrecían como verdugos del ex dictador.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

A lo largo de todo el día de ayer, las cadenas de televisión difundieron canciones patrióticas, acompañadas con numerosas imágenes de torturas y asesinatos perpetrados por miembros del partido Baaz, y de fosas comunes halladas tras el derrocamiento del régimen del ex dictador, en abril de 2003. Dos televisiones privadas chiíes, Biladi y Masar, mostraron el cuerpo de Sadam Husein, con el cuello roto, tendido sobre una mortaja.

Por el contrario, el principal canal suní de la capital dio muy poca cobertura de la ejecución, y en cambio mostró viejas imágenes de archivo de Sadam con el ex secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld.

En los barrios y ciudades suníes prevalecían las calles desiertas. En Tikrit (ciudad natal de Sadam) y Al Dur, en la provincia de Salahadín, baluarte de las fuerzas del ex dictador, se celebraron funerales simbólicos y algunas manifestaciones de protesta. El Gobierno ha decretado el estado de alerta en la zona y el Ejército patrulla las calles.

El alivio que la desaparición de Sadam ha generado en la mayor parte del país se entremezcla con el temor a un recrudecimiento de la violenciapor parte de los suníes. Los llamamientos a la reconciliación lanzados por el primer ministro, Nuri al Maliki, que ayer pidió a la insurgencia suní el fin de la violencia, tuvieron como respuesta la explosión de siete coches bomba que mataron al menos a 77 civiles, en su mayoría chiíes.

El primer atentado, y el más sangriento, se produjo en la ciudad de Kufa, a una decena de kilómetros de la ciudad santa chií de Nayaf. El lugar escogido por los terroristas para dinamitar el coche bomba fue el mercado central, que a primera hora de la mañana se encontraba abarrotado de familias que hacían las compras para la semana de fiestas. Murieron al menos 36 personas, en su mayoría mujeres y niños, informó la policía. Hay más de 60 heridos. Inmediatamente después del atentado, una turba mató a un hombre al que acusaban de haber colocado los explosivos.

Bombas en Hurriya

Pasado el mediodía, otros tres coches bomba explotaron en un corto lapso de tiempo en el barrio de Hurriya, en el noroeste de Bagdad, matando a 39 personas, según datos del Ministerio del Interior. Dos de los vehículos estaban estacionados en una calle comercial, y el tercero, cerca de una escuela de primaria.

Antiguo vecindario mixto, Hurriya ha pasado a ser mayoritariamente chií, después de que los suníes fueran expulsados o huyeran en medio de la violencia sectaria que sacude el país desde el pasado 22 de febrero, cuando un atentado destruyó la mezquita chií de la ciudad de Samarra.

Un cuarto coche bomba explotó junto a un hospital infantil en el barrio bagdadí de Al Iskan, matando a dos personas. Y otras dos murieron al ser alcanzadas por la explosión de un quinto vehículo en Adamiya, al norte de la capital.

Tampoco el norte del país se libró de la violencia. En la región de Mosul, un terrorista suicida se hizo explotar en el mercado de la localidad de Telafa. Cinco personas murieron y otras seis resultaron heridas.

Mientras todos estos atentados pueden haber sido respuestas directas a la ejecución de Sadam, lo cierto es que siguen la tónica de los últimos meses en un país donde mueren al día una media de cien personas a causa de las bombas, los ataques de mortero o los escuadrones de la muerte. La violencia sectaria que enfrenta a chiíes y suníes ha generado, además, el desplazamiento de muchas comunidades.

Un iraquí grita ante los restos del minibús bomba que explosionó ayer en el centro de Kufa, una ciudad a 160 kilómetros al sur de Bagdad.
Un iraquí grita ante los restos del minibús bomba que explosionó ayer en el centro de Kufa, una ciudad a 160 kilómetros al sur de Bagdad.AP

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_