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Reportaje:El conflicto de Oriente Próximo

El fracaso del "Gran Oriente Medio" de Bush

Tras la guerra de Irak, la región es un campo minado. La Casa Blanca no ha logrado acercar a israelíes y palestinos

Andrés Ortega

Poco después del 11-S, Bush se lanzó a la política de democratización de lo que llamó el "Gran Oriente Medio", considerando que la falta de democracia en esta zona del planeta era uno de los orígenes de los males del mundo. No sin razón. Pero estos cambios necesarios no podían imponerse desde fuera, con lo que la región se ha puesto a generar anticuerpos y está degenerando en un colapso total.

Con la guerra de Irak, la serie de elecciones trucadas en Egipto y la victoria de Hamás en Palestina -en las únicas votaciones realmente libres (con las de Israel) celebradas en la zona-, no es sólo que esta política se ha venido a pique, sino que Oriente Próximo se ha convertido en un campo minado, en una serie de infiernos vinculados unos a otros por factores como el problema palestino, la islamización o el crecimiento de Al Qaeda.

La Autoridad Nacional Palestina está dejando de existir física y orgánicamente
Lo único positivo es que EE UU e Irán han comenzado a hablar, aunque sólo sea de Irak
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El presidente de Estados Unidos, que en seis años en la Casa Blanca no ha movido un dedo para resolver el contencioso entre Israel y los palestinos, se declaró en 2002 a favor de la solución de dos Estados, Israel y Palestina, vecinos y en paz; y en 2004 reafirmó que empeñaría en ello "todo su capital político". La implosión de Gaza -que también resultará ingobernable con Hamás al mando -le deja con las manos vacías y la región en llamas, más islamizada y con una suma de guerras civiles que, sin embargo, no han degenerado ¿aún? en un conflicto regional.

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Una crítica autorizada ha salido de la pluma de Álvaro de Soto, coordinador de Naciones Unidas para Oriente Próximo, persona de enorme experiencia en resolución de conflictos. En un memorando confidencial, fechado en mayo, titulado Informe de final de misión y publicado esta semana por The Guardian, De Soto dice algunas verdades como puños. Entre ellas, el error que supuso el boicoteo internacional a los palestinos tras la victoria electoral de Hamás, una decisión "en el mejor de los casos miope" y en el peor, como se está demostrando, "con consecuencias devastadoras". La retención de fondos por Israel a la Autoridad Palestina ha acabado de socavarla, y a lo que estamos asistiendo, más que a una guerra civil, es a una lucha por el poder entre facciones.

Sin minusvalorar la responsabilidad de los propios palestinos -que "nunca pierden una oportunidad de perder una oportunidad", como dijo Abba Eban, el que fuera ministro israelí-, Álvaro de Soto considera que Israel ha pretendido fijar como condiciones previas a Hamás lo que sólo puede ser resultado de una negociación. También critica la inoperancia de la Autoridad Palestina a la hora de detener los ataques contra Israel y la irrelevancia de la comunidad internacional, incluido el cuarteto (ONU, EE UU, UE y Rusia), a la hora de impulsar solución alguna, lo que no constituye una buena base para el futuro y menos para el presente.

La Autoridad Palestina ya estaba dividida por dentro y no sólo entre Hamás y Al Fatah, sino también entre los seguidores del presidente Abbas y algunos de sus colaboradores, como el jefe de sus servicios de seguridad, Mohamed Dahlan. Pero ahora está dejando de existir física y orgánicamente, pese a los apoyos de última hora de EE UU e incluso de Israel.

Si Washington apoyó la "desconexión" unilateral de Israel de Gaza que empujó Ariel Sharon, también lo hizo la Unión Europea, pese a que algunas voces -incluidos israelíes como el ex ministro laborista Shlomo Ben Ami- ya alertaron, pese a resultar impopular, de los posibles efectos caóticos de tal retirada que "básicamente mató y puso en formol la Hoja de Ruta", según un asesor de Sharon citado por De Soto.

Washington también alentó la guerra del verano pasado de Israel contra Hezbolá en Líbano para frenar el avance chií en la región; y ha estado armando a grupos suníes con este fin. Incluso ahora, por lo que ha publicado la prensa estadounidense, lo hace en Irak para que se enfrenten a Al Qaeda, con lo que se generará un nuevo monstruo. Lo único positivo es que EE UU e Irán han comenzado a hablar, aunque sólo sea de Irak.

Naturalmente no todo es responsabilidad de las acciones u omisiones de la Administración de Bush (la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, tanteó en los últimos meses una iniciativa sobre Palestina, aunque nunca llegó a convencer a su jefe). También está la larga mano de Siria, que rechaza que se le incrimine en un tribunal internacional por el asesinato en 2005 del ex primer ministro libanés Rafik Hariri. Y así el país de los Cedros vuelve a vivir la violencia desatada por grupos que se definen como de la órbita ideológica de Al Qaeda que han surgido en campos de refugiados palestinos, los grandes olvidados de la historia. Algunos ven aquí la influencia de los servicios secretos sirios.

Se ha llevado a los territorios palestinos y a toda la zona el pulso general entre Irán-Siria, de un lado, y EE UU-Arabia Saudí de otro (aunque ésta lograra impulsar un gobierno de unidad nacional entre Al Fatah y Hamás en el famoso acuerdo de La Meca, que poco ha durado). Washington estaba pagando y armando una nueva guardia presidencial para Al Fatah; y Teherán y Siria, a los milicianos de Hamás. Y entremedias han empezado a aparecer elementos de Al Qaeda en Gaza. La lógica de la lucha armada ha enterrado de momento cualquier iniciativa de paz,

Otro objetivo fundamental en el que Bush ha fracasado es en su intento de frenar a Al Qaeda. Probablemente lo haya conseguido en suelo estadounidense; no, desde luego, en Oriente Próximo y Medio, en Asia Central, en el Magreb y el África Subsahariana e incluso Europa, donde las franquicias de Al Qaeda han proliferado, no únicamente, pero sí en buena parte debido a la guerra de Irak. Los servicios de inteligencia occidentales se han percatado de que Irak no es ya sólo un destino para los yihadistas, sino que empezaba a ser un punto de origen desde el que terroristas formados y entrenados se esparcen por la zona y por Europa. Más allá está Afganistán, que corre seriamente el riesgo de convertirse en una guerra fallida para la OTAN.

Son consecuencias probablemente no intencionadas de las decisiones de actores externos e internos. Estos tiempos requerirían un claro liderazgo internacional. Pero no existe ni en Europa ni en Estados Unidos. La tormenta tanto tiempo anunciada ha empezado y no hay capitanes en los buques.

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