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Crítica:UN AUTOR PARA TODOS LOS PÚBLICOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Loco retrato de familia

En 35 idiomas se dio a conocer Mark Haddon con El curioso incidente del perro a medianoche (2003), un best seller con sobradas virtudes literarias, buena parte de las cuales nacen de la seductora y compleja personalidad del protagonista, una suerte de émulo de Holden Caulfield llamado Christopher, adolescente candoroso y repelente a un tiempo, capaz de cautivar al lector merced a su racionalidad hiperbólica, rayana en la parodia, y a su extraño autismo, por llamarlo de alguna manera. Esa novelita de aprendizaje, originalísima, en la que Christopher disfrutaba jugando a ser su admirado Sherlock Holmes al investigar la muerte de un perro (y acabar por husmear en nefandos asuntos familiares que tendrían que haber permanecido ocultos), dio realmente en el clavo. Acertó con el punto de vista —una primera persona obsesiva junto a una óptica objetivista— y con su insólito y seudonaïf interés en la evidencia física, que se puso de manifiesto usando y abusando del collage (un plano del zoo, una guía del metro de Londres, una sopa de letras con los carteles de Heathrow amontonados en la memoria del chico, fotos y emoticones). Sí, le cogías cariño al bueno de Christopher, un personaje concebido con la experiencia de ilustrador, de narrador de literatura infantil y de monitor de niños con deficiencias, y en esa empatía residía la magia literaria de Haddon.

UN PEQUEÑO INCOVENIENTE

Mark Haddon

Traducción de Patricia Antón

Alfaguara. Madrid, 2007

484 páginas. 21,50 euros

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"Estoy atento a las voces, no a las ideas, que bullen en mi cabeza"

Su nueva novela no podía seguir en la línea de la anterior, formalmente demasiado audaz y sumamente excéntrica, salvo en el sentido del humor, que si acaso aumenta en Un pequeño inconveniente, en muchas ocasiones forzado por el objetivo de la novela de convertirse enseguida en una tragicomedia familiar narrada desde la más ancestral tradición de la british comedy, con Evelyn Waugh y Tom Sharpe a lo lejos. Haddon, impulsado por la seguridad que le dio su exitosa ópera prima, se embarca en una novela más ambiciosa —pero menos inspirada— que la anterior, que podría haber funcionado también con doscientas páginas menos pero que su autor estira como un chicle hasta las casi quinientas, y que si alcanza a entretener es porque Haddon se encarga de enzarzar todos los tópicos familiares habidos y por haber y jugar con ellos con gracia caricaturesca a través de un puñado de personajes de telecomedia de éxito. George es el padre jubilado y de vuelta de casi todo, Jean, la madre encantada de verse echando una cana al aire como si se hubiese bebido un frasco entero de elixir de la eterna juventud, Katie, la hija alocada que queriendo casarse por segunda vez solivianta la saludable paz que, pese a las inclemencias del clima emocional, respira la familia y Ray el pretendiente de Katie y fiel peluche de su hijo Jacob, excelente en el papel de niño (está claro que Haddon domina el casting de niños). Las tribulaciones de la familia traen un poco a la memoria las de Ben Stiller y Robert de Niro en El padre de la novia, y Julia Roberts podría encarnar muy bien a Katie, torbellino irredento con corazoncito al fondo. Haddon es un observador espléndido, pero su impecable costumbrismo y su voluntarioso buen humor no parecen resultar suficientes a la hora de convertir su última novela en una novela de altos vuelos.

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