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Reportaje:GENERACIÓN DEL 27 | Reportaje

Barquillos y blasfemias

Veinte años no es nada, pero la palabra escrita es memoria que paradójicamente introduce el recuerdo en la región de lo inesperado. Hay experiencias que quedan marcadas como ciertos amaneceres en el mar, y el hallazgo en una biblioteca privada de unos manuscritos de Alberti, sus primerísimos poemas dispersos en varios cuadernillos, fue una feliz iluminación que me hizo sumergirme durante meses en la Biblioteca Nacional, para comprobar si estaban recogidos en las distintas ediciones de las obras publicadas de Rafael.

"Casualidad llaman los bobos al destino", afirmaba Ginger Rogers en un musical de 1934, La alegre divorciada. La frase me vino a la mente cuando descubrí que, entre más de cuarenta poemas inéditos, acababa de hallar el poema que Alberti consideraba el primero de su autoría. Lo había escrito en 1920, tras la muerte de su padre, según menciona en La arboleda perdida, y en sus memorias sólo recordaba unos versos, y allí se encontraba completo, acompañado de muchos otros, esperando un nuevo lector después de tantos años.

"En esos poemas ya está la mezcla de elementos que va a figurar en toda su obra: la inocencia, el sexo, el escepticismo"
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Poetas del siglo XXI

Meses más tarde, concerté una entrevista con Rafael Alberti, en su casa de la Castellana. Me abrió Luis Muñoz. Tras las presentaciones, merendamos los tres juntos. El poeta se quedó plácidamente sorprendido en el reencuentro con sus primeros versos. "Niña, come otro barquillo", me decía Alberti, entre poema y poema. Su rostro se iba transformando. Comenzamos con los versos de 'Los Balcones Suaves', fechados en 1924, donde figuraban poemas inéditos, entre otros publicados, con cierto regusto a confitería lírica, al ultraísmo de la época, a la poesía popular de libros como El alba del alhelí, muy apropiada a esa tarde de merienda: "La feria en mi corazón / es un helado de fresa. / Se encienden por ti las frutas / -sol de las confiterías- / La gloria es la mejor cena. / Échame tus trenzas morena", leía Rafael, con regusto a barquillo adolescente, el poema titulado 'Reyes Magos'.

Continuamos en esa tarde larga y clara con El cuaderno de Mari Celina, donde se encontraban, todos inéditos, los balbuceos poéticos de Alberti. Su mirada estaba en otro sitio, en otra época, no en esa tarde de los ochenta. Ese joven muchacho deambulaba por las calles de Madrid, dibujando en el Museo del Prado, perdiéndose tembloroso de amores en el parque del Retiro, ahumado en cafés como el Roma o Pombo, en ese mes de julio de 1920. Las páginas de La arboleda perdida casi son un correlato directo con el cuaderno descubierto. Muere su padre. En La arboleda perdida nos dice Alberti: "Por mucho tiempo viví triste. Me vistieron de luto. Toda mi gente se ennegreció. Comenzaron los rosarios y las misas. (...) Yo me iba de mi casa en busca de la soledad, por las afueras de mi barrio. La llanura, con sus chopos ensimismados, y el Guadarrama azul en la lejanía, fueron mis buenos compañeros de aquellos meses. Me quedaba en el campo hasta muy atardecido. Y -¡Oh milagro!- me seguían saliendo los poemas como brotados de una fuente misteriosa que llevara conmigo y no pudiera contener". Fuente cuyo misterio recoge este librillo inédito. En el poema 18 del Cuaderno... fechado el 3 de julio de 1920 (con idéntica datación que el poema 'Réquiem', dedicado a la muerte de su padre), titulado 'Ingenuidad', y dedicado a Chinita, Alberti ya realiza una mezcla de los elementos que van a figurar a lo largo de toda su obra: el mundo de lo popular, el espacio de la inocencia y la infancia, quebradizo y efímero como un barquillo, junto a las sombras del escepticismo, del mundo de las pulsiones sexuales, de la grisalla humana que le conduce al desengaño en sus creencias y a la ruptura con el universo establecido, para llegar posteriormente hasta su conocido compromiso político.

Comienza el poema hablando del mundo de las leyendas, de la infancia; la niña de diez años inocentemente quiere al poeta, se dan un beso muy largo, como los caballeros de los cuentos. Pero el poeta habla de "eso", que sabe desde hace poco tiempo. En La arboleda... recuerda sus primeras visitas a los prostíbulos, su descubrimiento del sexo. En otros poemas de este Cuaderno, menciona, en clave de Commedia del Arte, la relación entre dos amigos y una chica, María Luisa, que tuvieron probablemente un asunto sentimental entre ellos, y que menciono en los estudios citados.

En otro cuaderno hallado, que he titulado 'Poemas agrupados' fechado pocos años después, figuran borradores en la estela de Sermones y moradas, compuestas en sus vacaciones en Cercedilla, con su amiga Maruja Mallo, y tres inéditos, dos de ellos tal vez excluidos por el poeta por tremendamente irreverentes. Parafraseando a Baudelaire, Alberti va al fondo de lo desconocido para alcanzar lo nuevo. Se ha producido una crisis profunda, sin vuelta atrás. Desecha las creencias en las que ha crecido, para dejar paso a un sistema de irracionalismo poético, a la provocación incendiaria, y hasta blasfema, que también practicará en sus poemas de la Guerra Civil. El joven rebelde quiere llegar a las raíces de la injusticia en esa España que ya raya los años treinta.

Alberti escribe su rabia, su desengaño, y blasfema contra todo. Es una poesía del conflicto. Heidegger decía que la obra de arte debe ser una "instigación" al "conflicto". Rafael nos lleva en estos versos a su mundo en transformación. "Es una frente la que hoy pide auxilio partida y dejada sobre las extensiones donde los buitres le declaran la guerra al viento y a la lluvia", es uno de esos poemas inéditos, duro, de sintaxis acumulativa y prófuga, que desorienta y golpea al lector, como el propio sujeto lírico se encuentra en esos momentos de escritura.

Mi visita llegaba a su fin. Casi era noche cerrada cuando abandoné de puntillas la casa de Alberti. Me vinieron entonces a la mente esos versos de Rafael, que descubrí en el Cuaderno de Mari Celina: "Ha caído la tarde, y en la inmensa avenida / ríe la paz de la luna tras la oscura arboleda". Arboleda recobrada en la oscuridad de la ciudad que se preparaba para un nuevo día. -

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