_
_
_
_
_
Reportaje:

Un laberinto invisible

Recorrido por las entrañas del Palacio Real que el público no visita, donde trabajan 700 personas y no vive nadie

El Palacio Real es, junto con una manzana del barrio de la Concepción perpendicular a la M-30, el edificio más grande de Madrid. Y, quizás, el más bello. Fue ideado en 1735 por Felipe Juvarra para alojar la corte de Felipe V y una ciudad en pequeño, entonces con 3.000 cortesanos. Velázquez, Goya, Giordano, Mengs... entre 300 lienzos, cuelgan de sus muros, más 150 tapices. Posee la mejor armería y la colección más completa de stradivari -cinco-, del mundo. Hoy es uno de los principales museos de Europa. En 2006 recibió 883.000 visitantes. Permanece abierto al público todo el año salvo en días de recepciones oficiales. Pero hay un amplio espacio que el público no puede visitar. En él laboran 700 personas. Una zona es suntuaria, dedicada al confort de las audiencias; y otra, de servicios, en los nueve pisos -dos sótanos- por los que la vida de palacio discurre. En ellas se diseña cada día la compleja ingeniería para adaptar el edificio a la versátil agenda que el palacio exige: hoy museo público; mañana, receptáculo real de embajadores; pasado, salón de agasajo de jefes de Estado...

Más información
El Palacio Real celebra su primer cambio de guardia semanal

Uno de los enclaves más curiosos alberga las caballerizas. Las originarias, desaparecidas durante la Segunda República, fueron construidas en 1764 por el italiano Francesco Sabatini. Hoy se hallan en la planta baja de la fachada norte, que mira hacia la Cuesta de San Vicente. Constan de tres espacios, cuadras, carruajes y clínica, de techos abovedados con una fábrica de ladrillo de vistoso aparejo. Bajo la dirección de Antonio Ripalda, coronel de Caballería, las caballerizas fueron pulcra y bellamente reformadas hace siete años. Veinte caballos -Yelmo, Solista, Bravo...- de raza holandesa, se hallan estabulados en ellas en habitáculos de madera de roble sin nudos, que evita dañar sus lomos. La temperatura es cálida.

Función primordial de estas recuas es la de acarrear los suntuosos carruajes de gala en los que los embajadores extranjeros presentan cartas credenciales al Rey, en la ceremonia más vistosa de Madrid. En apenas 20 minutos, parten del palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Exteriores, cruzan la plaza Mayor y llegan al Palacio Real. Postillones, palafreneros y conductores guían los caballos con tino, ya que los carruajes carecen de frenos. Con tres veterinarios, las caballerizas cuentan con guarnicionería propia: un artesano búlgaro y su ayudante español construyen aparejos de cuero, como sopalandas, que aseguran elasticidad a los tiros.

Otra de las zonas no visitables por el público es la de cocinas. Se halla bajo la entrada a palacio que mira a la plaza de Oriente. Su extensión es enorme. Cada una consta de fogones rectangulares, de ocho metros de longitud por tres de anchura, con repisas decoradas con cacharrería bruñida de color cobrizo. Arcaicos y vetustos muebles, de excelente hechura, surgen por doquier: un frigorífico de madera con cinco armarios de herrajes en latón brillante; un decimonónico calentador de platos blasonado; un ascensor mecánico... Por las dimensiones de palacio, la comida, desde la cocina hasta la mesa del rey, de 142 cubiertos, tardaba entre 15 y 20 minutos. Se asegura que don Juan de Borbón, padre del rey Juan Carlos que vivió en su infancia en palacio, decía que sólo comió caliente fuera de este edificio. Hoy, para las recepciones, se emplean comandas de menús encargadas fuera.

Las entrañas palaciegas llaman la atención por su escala y su armonía: simetría en los planos horizontales y proporción en los verticales. Es el caso de la sala de Incógnito, pieza por la cual se dice que los reyes salían de palacio cuando no querían ser vistos. A un lado, dos columnas salomónicas. Al otro, un antiguo hogar para la guardia y un simón. Un ventanal filtra luz a raudales. Hoy la emplean los cinco sindicatos con presencia en palacio para sus asambleas. Los muros revelan la cimentación ciclópea del anterior Alcázar de los Austrias, destruido por las llamas en la Nochebuena de 1734.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete
Bóveda de la Capilla Real, de Ventura Rodríguez, decorada por Corrado Giaquinto.
Bóveda de la Capilla Real, de Ventura Rodríguez, decorada por Corrado Giaquinto.GORKA LEJARCEGI
Mesa del comedor de gala para 142 comensales.
Mesa del comedor de gala para 142 comensales.GORKA LEJARCEGI

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_