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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

"Que nadie vuelva a pasar por esto"

El marinero Jaime Candamil relata "el infierno" que vivió secuestrado en el 'Playa de Bakio' - Los piratas iban drogados y disparaban para amenazarles

"¿Cuántos sois en el barco?", preguntaron los piratas somalíes con su precaria mezcla de signos y algunas palabras de inglés a los tripulantes del Playa de Bakio el pasado 20 de abril. "Somos 26", respondieron los tripulantes del atunero vasco nada más ser abordados. Y los secuestradores les dejaron claras las reglas: "Nos dijeron que si aparecía un número 27 estaba muerto". Así lo contaba ayer Jaime Cantamil, quien ofreció en la cofradía de pescadores de Pasaia, donde nació hace 52 años, un emotivo relato de los seis días de "infierno" vividos por él y sus demás compañeros. Cuando rememora a sus secuestradores, los ojos de Jaime Candamil se abren como si tuviera al mismo Diablo enfrente. "Para muchas cosas no hay palabras", contaba ayer a EL PAÍS poco después de su cita con los medios de comunicación.

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El marinero de Pasaia no fue el único de su familia en vivir un secuestro. Su primo Álvaro Candamil, tripulante del pesquero Garmomar, estuvo meses retenido casi siete meses en el Sáhara en manos del Frente Polisario en 1980 junto a otros 36 pescadores de los barcos Cabo Juby II, Costa de Terranova y Sarita, además del citado. "Mi padre [actualmente hospitalizado] estuvo muy agustiado. Revivía cómo estuvo mi tío cuando secuestraron a mi primo".

Los piratas "no eran como en las películas" matizó el tercer oficial de máquinas del Playa de Bakio. "No tenían ni pata de palo, ni parche en el ojo, ni iban con cuchillos". Eran altos, jóvenes y delgados como los lanzagranadas y fusiles que llevaban a cuestas. Muchos de ellos mascaban unas hierbas narcotizantes y no dudaban en marcar su territorio. "Una vez, durante uno de los recuentos, tenía las manos en el bolsillo. Uno empezó a gritarme sin que entendiera por qué. Se me acercó y disparó seis veces al aire para intimidarme".

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"Se metían a los camarotes, se quitaban la túnica que llevaban puesta y se ponían nuestra ropa. Y todos querían móviles, pero no había para todos", añade Candamil, quien se las ingenió para no entregar el otro teléfono que tenía. El seguro se encargará de reembolsarle a él y los demás tripulantes el importe de sus pertenencias.

Una vez que el barco echó el ancla en la costa de Somalia, los relevos entre secuestradores eran regulares. Con cada grupo nuevo llegaban nuevas olas de saqueo y vejaciones para los apresados. "Los somalíes que llegaron el martes [22 de abril] eran mucho más agresivos", aseguraba el marinero mientras buscaba la mano de su pareja Fátima Iturria durante la comparecencia. Patadas a las puertas, amenazas de muerte, gritos constantes... Candamil casi no durmió durante el secuestro; "Más bien me desplomaba del cansancio a ratos". Comida no faltaba, pero apenas la probaba. Vivía a base de café, y tabaco: "Volví a fumar en el barco. Cuando me acabé los dos cartones que tenía, los piratas me dieron unas cajetillas".

Los últimos días rayaron en lo surrealista. Era como si un fragmento del pueblo de origen de los piratas se hubiese instalado en cubierta, con gente de todas las edades yendo y viniendo por todos lados. "El viernes por la noche trajeron un cordero y lo degollaron ahí mismo", para comerlo después. "Tampoco bebían alcohol, no querían ni tocarlo, aunque el último día dos de ellos querían llevárselo todo, supongo que para venderlo".

Candamil se pasó los seis días del secuestro sin pisar más que lo imprescindible la cubierta del barco. Iba del camarote a la sala de máquinas, con alguna que otra parada en el comedor -"al tercer día dejé de escuchar la radio para no volverme loco"-. La presencia de la fragata Méndez Núñez destacada en la zona no tenía ningún efecto bálsamico. Los piratas sabían que estaba allí. "No paraban de gritar 'ship, ship', les ponía muy nerviosos", reiteró Candamil. El último día, minutos después de que los piratas desapareciesen en la noche somalí, estuvieron muy cerca de caer en manos de otros piratas que intentaron abordarles. Un helicóptero del Ejército español les salvó: "Tardamos mucho tiempo en arrancar el barco. Imagínate, con los nervios, no podíamos subir el ancla. Tuvimos que cortarla. Y alguno de los marineros se quedó sin respiración", rememoró Candamil.

Ahora tiene por delante dos meses en tierra antes del volver a faenar en el océano Índico. Le quedan tres más para poder jubilarse. "Iremos adonde haya pescado, no mandamos nosotros", responde al ser preguntado si volvería a Somalia. Su único deseo ahora es descansar y que se tomen medidas contra la piratería en la zona. "Ojalá sea el nuestro el último barco que cogen, que ningún compañero pase más por esto".

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