_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un chiste muy caro y tardío

Tomàs Delclós

El problema no es ir a Eurovisión a hacer un chiste, sino que éste sea caro y, además, tardío. La auténtica osadía habría sido montarlo, por ejemplo, en 1964 cuando Gigliola Cinquetti ganaba cantando que no tenía edad para amar y el mismísimo Pablo VI la recibía en audiencia para agradecerle su mensaje sobre la virginidad juvenil en este foro continental. Eran otros tiempos. Ahora, en el festival ya hace años conviven dos tendencias: la guasa y el estándar eurovisivo, que no han dado, ni la una ni la otra, muchos momentos memorables.

Austria, en 2003, instalaba la línea guasona enviando a un comediante, Alf Poier, cuya canción paródica todavía sobrevive en YouTube. Lituania presentó en 2006 un espléndido tema cuya letra apenas decía "we are the winners of Eurovisión".

Más información
Europa no baila el chiki chiki

Italia decidió en 1996 no participar en el festival y Austria se ha ausentado algunos años. Anoche tampoco estuvo. Argumentan, no sé con qué convicción, una supuesta decadencia artística. TVE milita fielmente en la división de honor de Eurovisión aunque no ha tenido problemas para desertar del festival Eurojunior nada menos porque fomenta "prototipos que RTVE no comparte". ¿Se acuerdan de "Antes muerta que sencilla" y su menuda intérprete? ¿Cuál es el prototipo que comparte RTVE en esta Eurovisión para mayores que tanto gusta a los niños, el de las Ketchup, el de Chikilicuatre?

José Luis Uribarri regresó al puesto de comentarista aparentemente convertido a los méritos de Chikilicuatre y preocupadísimo con lo que este experto de la geopolítica eurovisiva llamaba con evidente mosqueo "vientos del Este", lo que le permitió justificar el resultado español.

La fiesta, bajo el lema de "confluencia de sonidos", empezó con una danza hermafrodita -bailarinas mitad novias, mitad novios. Como no hay que hacer un hueco a las orquestas, la música está pregrabada, los escenarios de Eurovisión son cada vez más enormes y con más bombillas, neblinas y pirotécnica. Sin contar los clásicos ejemplos de blandenguería y rock doméstico, las payasadas ya llegaron con la sexta canción, de Bosnia Herzegovina. Luego vimos un simpático rapero croata de 75 años, los piratas de Lituania, al francés Tellier cantando en inglés y con un coro de mujeres barbudas, ucranianos con alitas de ángel, varios casos de transformismo en los vestidos... O sea, que al salir Chikilicuatre, en el puesto 22, la sobredosis de kitsch y frikismo que arrastraba el festival lo difuminó. Añádase a ello que las cámaras, bailando por su cuenta, apenas mostraron el ensayado efecto de un corista equivocándose perpetuamente.

Como casi siempre, lo mejor del festival fue la ceremonia de las votaciones que desde hace años se ha abreviado. Votaron 43 países. Y Uribarri anticipando con sus "estadísticas históricas" los votos e ironizando hasta la saciedad sobre las complicidades en el Este europeo. Varios países dieron alguna limosna a España. Grecia dio ocho puntos. La fidelidad de los vecinos, Portugal y Andorra en particular; las hipótesis sobre quién vota en España ... Lo de siempre. En cabeza, los estándares y Chikilicuatre haciendo las maletas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_