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Los problemas de los inmigrantes

Fumi dará a luz en un basurero

Más de 1.700 'sin papeles' malviven en Oujda entre ratas y sin apenas víveres a la espera de dar el salto a España

Fernando J. Pérez

Jeanie, de 19 años, tiene los brazos y las piernas devorados por los mosquitos. Emmanuel, de 25, presenta una roncha de cinco centímetros en el abdomen causada por "beber agua en mal estado". Fumi, de 28, espera un hijo que nacerá dentro de un mes en un basurero, rodeado de ratas y piojos. Si sobreviven al parto, la madre y el bebé correrán el riesgo de acabar en el fondo del mar tras intentar entrar en España.

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Estos inmigrantes kenianos y gaboneses se ocultan en uno de los numerosos tranquilos -zo nas de refugio de extranjeros irregulares- de Oujda (Marruecos). En este caso, un olivar repleto de desperdicios al borde de un colector de aguas fecales. El lugar está a siete kilómetros de la Wilaya, la residencia real donde el viernes Zapatero se reunió con el rey marroquí, Mohamed VI. A la misma distancia está la frontera con Argelia, cerrada desde 1994, y hacia la que los inmigrantes son empujados por la Gendarmería marroquí.

A pesar del hambre, la sed y la nauseabunda suciedad, los extranjeros -entre 1.700 y 2.000 en la zona- mantienen el orgullo y la dignidad. "No estamos aquí por gusto sino porque en Kenia hay una guerra, perdimos a nuestras familias y la economía es un desastre. Las fuerzas de seguridad marroquíes nos persiguen como animales, pero somos seres humanos", se indigna Emmanuel, que llegó a Oujda en primavera. "¿Por qué no nos dejan entrar si durante décadas Europa ha explotado los recursos de África?", se pregunta su compatriota Youse, de 22 años, y aspirante a futbolista.

En Marruecos, los sin papeles no cuentan con más comida y ropa que la que mendigan y la que les proporciona la Asociación Beni Znassen, la única ONG local en el terreno, que depende de la buena voluntad de los habitantes de Oujda, que un día les llevan un saco de arroz y otro les transportan en sus coches hasta los tranquilos de las afueras.

La asociación se centra en los niños y las mujeres. "A los hombres les tenemos que decir que las chicas son como nuestras hermanas, y como les hagan algo malo se las verán con nosotros. La vida en el tranquilo es especialmente dura para las mujeres", asegura un cooperante.

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"Somos fuertes y podemos contribuir al desarrollo de Europa. Y en cambio nos miran mal y nos encierran en campos de concentración", prosigue Emmanuel. Después de casi un año, la enfermedad se refleja en los ojos de este joven. "El agua sin potabilizar nos hace mucho daño", asegura. Los inmigrantes arrancan hojas de olivo para hacer una sopa con ajo y limón, que, según ellos, les ayuda a calmar el dolor de estómago. Alguna vez han recibido la visita de un médico. "Se limitan a darnos pastillas", se quejan a coro.

Bajo un olivo, Félix y Fumi esperan la llegada de su primer hijo mientras leen una biblia. Dicen no tener miedo a morir ahogados o de sed en una patera, como les ha ocurrido a 45 seres humanos esta semana. "La vida es un camino de riesgo. Lo que les pasó a los otros nos pone muy tristes, pero Dios nos ayudará". Félix intenta sonreír, pero ya no tiene fuerzas.

Varios kenianos esconden sus caras por miedo a represalias en un <i>tranquilo</i> de Oujda.
Varios kenianos esconden sus caras por miedo a represalias en un tranquilo de Oujda.JULIÁN ROJAS

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Sobre la firma

Fernando J. Pérez
Es redactor y editor en la sección de España, con especialización en tribunales. Desde 2006 trabaja en EL PAÍS, primero en la delegación de Málaga y, desde 2013, en la redacción central. Es licenciado en Traducción y en Comunicación Audiovisual, y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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